domingo, 27 de octubre de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 18,9-14. 
Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: 
"Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. 
El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'. 
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'. 
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado". 


“¿conciencias deformadas o CORAZONES virtuosos?”


“Reconocer nuestra pequeñez ante Dios y el prójimo; para que, libres de orgullo, recibamos el don de la gracia que nos enaltece”.

El fariseo, de pie, oraba así: Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas.

Jesús nos previenen contra esa manera de ser tan extendida en la Iglesia, algo que entre nosotros llamamos vulgarmente FARISEÍSMO, tal vez gracias a esta parábola. Con respecto a esto nos dice la Biblia: Al hombre le parece que todo su camino es recto, pero el Señor pesa los corazones. Practicar la justicia y el derecho agrada al Señor más que los sacrificios (Prov. 21, 2-3). Por eso Jesús previno siempre a sus discípulos: Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo (Mt 6, 1). No se trata de “creérsela”, ni tampoco de “hacer que otros se la crean”, se trata de vivir en justicia y no en cumplimiento; se trata de ser solidarios con el prójimo y no de usarlo como motivo de exaltación personal ( como hace el fariseo de la parábola comparándose burdamente con el publicano o como hacen tantos “cristianos” que proclaman a los cuatro vientos como ayudan a fulano o a mengano, usando a esas pobres personas necesitadas como trofeos de su supuesta bondad). Recordémoslo bien: no se trata de CUMPLIR, sino de HACER EL BIEN A LOS DEMÁS.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!'.

El publicano conoce muy bien su corazón, sabe de su pecado. Por eso se mantiene a distancia, no es como los fariseos: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad (Mt 23, 28), sino que abre su corazón a Dios y lejos de la soberbia y ceguera de los que se creen perfectos, él reconoce su defecto y pecado.

La humildad mostrada por este hombre le lleva a decir: ¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador! Pide misericordia, pide perdón, pide piedad. Acepta su incapacidad para hacer el bien y se deja modelar, en docilidad, por Dios para tal cometido. 

Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".



Cuando Jesús dice estas palabras, si duda, tenemos que aplicárnoslas a nosotros mismos. Ser humilde nos lleva a la grandeza, dejar que Dios nos trabaje como tierra húmeda y fecunda nos lleva a llenarnos de vida y de frutos. Con la soberbia no llegaremos a ningún lado. Sólo aceptando que somos incapaces por nosotros mismos de hacer el bien, solo dejando a Dios tomar el control de nuestras vidas, solo pidiendo con humildad la “piedad” divina para tal tarea seremos capaces de SERVIR para algo en nuestra vida.

lunes, 21 de octubre de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68



Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."» 
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Palabra del Señor

“PERSEVERA Y TRIUNFARÁS”


“Reconocer que necesitamos perseverar en la oración; para que, a través de ella, descubramos el amor de Dios que nos hace verdaderamente libres”.

La viuda insistente es un buen ejemplo de lo que nosotros debemos ser y de cómo nuestra perseverancia nos ayudaría a alcanzar lo que necesitamos. El poder de Dios es muy grande, eso lo sabemos todos, el problema es que nunca tenemos la paciencia para que ese poder este de nuestra parte. Aunque suene ilógico, a Dios le gusta que insistamos en lo que necesitamos. 

Desarrollar hábitos de oración tiene que ser una ACTITUD para nosotros y no una ESTRATEGIA.

La ACTITUD es nuestro modo de ser, es el estilo de vida que hemos elegido tener para ser en el mundo. La actitud de “orar siempre sin desanimarse” no es una ESTRATEGIA, no es algo que hacemos eventualmente para “zafar” de una situación. Cuando elaboramos estrategias lo que estamos haciendo es no tomarnos en serio eso de que la oración perseverante tiene que formar parte de nuestra vida de siempre y no solo en casos de necesidad.

Si usted ha descubierto que, no importa la necesidad, su oración es constante ya puede decirse que es como la viuda de la parábola. En cambio si usted solo hace oración, por más insistente que sea, cuando “necesita algo”, usted no ha salido de la estrategia, todavía la oración no forma parte de su manera de ser, no es un estilo de vida oracional el que usted lleva.



Los grandes orantes no se ocupan de “pedir” cosas solamente, o no se toman en serio eso de insistir “solo” cuando se necesita algo… los grandes orantes se saben amigos de Dios y en su modo de ser la oración perseverante es parte esencial. No hace falta necesitar algo para orar, hace falta tener la actitud de hacerlo, y no le quepa la menor duda de que si su oración es perseverante, como actitud (vale la pena decirlo de nuevo), no habrá demora divina que le incomode, ni preocupación que lo saque de la paz de los iluminados. Solo se trata de orar, y de orar perseverantemente. Amén.

sábado, 12 de octubre de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

EVANGELIO Lc 17, 11-19

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Palabra del Señor.

“Reconocer y agradecer que Dios interviene en la historia personal y comunitaria; para que seamos libres de las dificultades que nos impiden ser personas”. 

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» 

Ante la realidad del dolor y la imposibilidad de una solución humana estos hombres insisten a Jesús. Son diez personas a quienes la lepra a dejado fuera del “sistema”. Con un poco de imaginación se los puede comparar con los desocupados de hoy, con aquellos que el “sistema” rechaza, con los que no tienen más remedio que mendigar un subempleo, que suplicar ser ocupados en “negro”.

Estos hombres, al ser “leprosos” se veían marginados de toda la sociedad. Su familia ya no podía tomar contacto con ellos, ya que corrían el riesgo de ser contagiados. Sus empleos, su tarea cotidiana, su “vida”..., había desaparecido como por arte de magia. La realidad, cruda y amarga, de ser parias, marginados, extraños y desposeídos, se convirtió en su peor pesadilla... hecha realidad.

La marginación, sea por lo que fuere, engendra más marginación. Al marginado, en nuestras sociedades, es mejor hacerlo a un lado, ignorarlo, conformarlo con una limosna, que ayudarle a crecer, a integrarse a la sociedad que lo margina. La marginación produce violencia, rechazo (de ambas partes), resentimientos, odios, divisiones. También engendra desnutrición, en los dos sentidos, física y espiritual. Un marginado es alguien que, al ser rechazado por la sociedad en que “vive”, no tiene posibilidades de “alimentarse” con lo mejor de esa sociedad. Es privado de lo bueno, o también lo excelente, y condenado a lo “malo” o “inferior”. La marginación es “lepra” para quien la padece.

Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes.» Y en el camino quedaron purificados. 

Jesús los envía a quienes eran en su tiempo los que legalmente decretaban si una persona había sido curada de la “lepra”. Lo llamativo del caso es que “en el camino quedaron purificados”. No hizo falta la mirada “técnica” de los expertos para que sanarán. 

Hoy, nuestro mundo progresista, busca en las estadísticas, en los grandes planes sociales, en los despachos del gobernante de turno, las soluciones para quienes son marginados. Ser piquetero está de moda. Cada político que desea ser elegido asegura tener la solución para los menos favorecidos por la sociedad de consumo. 

¿Pero solamente así se puede vencer la marginación? El Evangelio nos estimula a otra cosa: a ver. La mirada de Jesús se posó sobre los leprosos, sus palabras invitan a la confirmación de la curación y en el camino quedaron purificados. Mirar con mirada que busca ayudar, recurrir a los medios que están a nuestro alcance y emplear la solidaridad que se vuelve caridad operante (y no solo proclamada) parece ser el camino privilegiado de aquellos que deseamos vivir según el evangelio. No se trata de descartar lo otro, pero ¿y si empezamos por aquí? 

Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 

Otra marca registrada del evangelio de Jesucristo es: ayudar sin esperar respuesta. A veces la generosidad y la gratitud son hermanas peleadas. Muchos son rápidos a la hora de pedir y lentísimos a la hora de agradecer. No importa, para Jesús lo significativo no es el agradecimiento que le den sino más bien el servicio que el presta. Que sea un samaritano no deja de ser “humor negro” para el camino. Los enemigos son, a veces, más considerados que los amigos.

Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado.»

Jesús, que sabe con que bueyes ara, ni lerdo ni perezoso, invita a quienes quieran oírlo a ser agradecidos. Es una manera casi irónica de hacer ver como debemos ser. No olvidemos los favores que otras personas nos hacen. Al decir: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado», muestra que no sólo es importante que salgamos de la marginación, también es importante que dejemos, nosotros, de vivir y pensar como marginados.



La Fe, hecha práctica, nos lleva a servir a nuestros hermanos más necesitados; pero también nos invita a “necesitar” a los demás. Una relación mutuamente sana entre nosotros nos ayudará a salir de la marginación y a no marginar a nadie. 

“agraciados”

domingo, 6 de octubre de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 17,5-10. 
Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería. Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? 
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'". 


“Reconocer que tenemos la necesidad de reavivar nuestra fe; para que, sin esperar recompensa, sirvamos con humildad y responsabilidad a nuestros hermanos”. 

“auméntanos la fe” 

Los apóstoles le dijeron al Señor: “Auméntanos la fe” 

La Palabra de Dios nos sitúa en la realidad de la fe. Los versículos precedentes a este capítulo 17, 5-10 nos invitan a evitar el “escándalo” y a perdonar “siete veces al día” al arrepentido. Para eso, sobre todo para perdonar, se necesita estar muy consustanciado con Jesucristo. La tarea de vivir de acuerdo a lo que se predica y no ser piedra de tropiezo, “escándalo”, unida a la obra casi recreadora de perdonar siempre que me lo pidan con “arrepentimiento”, demanda una gran dosis de FE. 

Los apóstoles sabían muy bien que sin Fe no se podía avanzar más allá de las fuerzas naturales, tan débiles, del ser humano. La fe, entendida como virtud sobrenatural (por eso dicen: “auméntanos la fe”), es primordial en la tarea que deben emprender: ser fieles a la palabra y ministros de la reconciliación. De eso se trata el “no escandalizar” y el “perdonar a todos”. 

El respondió: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería”. 

Jesús no contesta directamente, pero da a entender claramente los beneficios de una fe sólida y firme. No se trata de tener “mucha” fe, se trata de usarla toda. No es la cantidad, es la calidad. Fijémonos en algunos ejemplos de personas con Fe que exhibe el mismo Evangelio de San Lucas: 

Lc 5, 17-26, Lc 7, 1-10 y 18, 35-43: La fe de los amigos hace que Jesús sane al paralítico. El Centurión intercede por su sirviente. Curación de un ciego de Jericó. FE PARA INTERCEDER. 

Lc 7, 36-50: La pecadora perdonada. FE PARA PEDIR PERDÓN. 

Lc 8, 22-25: La tempestad calmada. FE QUE CAMBIA LOS ACONTECIMIENTOS NATURALES. 

Lc 8, 40-56 y 17, 11-19: Curación de una mujer y resurrección de la hija de Jairo. La curación de diez leprosos. FE PARA PEDIR SANACIÓN PROPIA O DE QUIENES AMAMOS. 

Lc 12, 22-32: La confianza en la Providencia. FE PARA CREER QUE DIOS NOS QUIERE Y NOS CUIDA SIEMPRE. 

Lc 18, 1-8: La parábola del Juez y la viuda. FE QUE ESPERA SIN DESANIMARSE. 

Lc 22, 31-34: El anuncio de las negaciones de Pedro. FE PARA VOLVER A EMPEZAR. 

La Fe es el alimento del alma por el cual podemos creer en las cosas que no se ven. La Fe es el sustento de nuestra esperanza, las raíces de nuestra caridad. Sin la Fe, nada es posible. Nosotros también la pidamos en alta voz a nuestro buen Dios. Siempre en nuestras oraciones supliquemos que el Señor nos regale más Fe, que “aumente” siempre la poca fe que tenemos. 

También oremos por aquellos que predican con su palabra y con su vida la verdadera fe en Jesucristo ya que “la fe nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo” (Rm 10, 17), para que nunca decaigan en su servicio y puedan decir siempre: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber” (Lc 17, 10). Que así sea.