lunes, 29 de abril de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35):

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

Palabra de Señor

“ENAMORADOS DEL AMOR”
“Reconocer el amor de Jesús por nosotros; para que, como él nos ha amado, también nosotros nos amemos los unos a los otros”

Cuenta el evangelio de San Lucas (10, 25-28) que un doctor de la ley le preguntó a Jesús: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”. El buen hombre estaba preocupado por la herencia, quería heredar, no bienes materiales, sino la vida eterna. Su meta no estaba en este mundo, como para muchos de nosotros, su horizonte de fe se extendía hacia los confines del cielo. La ambición de este hombre no estaba situada en este mundo, sino en el venidero. No le preocupaba el hoy, sino el mañana. 

Jesús le pregunta: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”. La indicación de Jesús apunta a que en la Palabra de Dios se encuentra la solución para todo. La Palabra orienta al creyente, la Palabra sugiere, la Palabra estimula el pensamiento. La Palabra no es un libro muerto, es voz de Dios actualizada y actuante cada vez que es leída. En ella Jesús quiere encontrar el camino perfecto para todo el que cree en Dios. 

Responderá el doctor: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”. La Palabra responde: los herederos serán solo los que amen a Dios y a sus hermanos. Jesús cita Levítico 18, 5 y dice: “obra así y alcanzarás la vida”. 

Todo esto nos ha servido de introducción para este texto de hoy de Jn 13, 31-35. El mandamiento nuevo de Jesús es amarnos, amarnos hasta el cansancio, amarnos hasta no dar más, amarnos como él nos ha amado. No hay otra herencia, solo la herencia del amor. La vida eterna es una quimera, una mentira solemne, si no se tiene amor. La gran herencia de Dios es el amor y quien obra así alcanzará la vida. El amor es quien nos hace eternos, es quien nos hace trascender la mezquindad del momento, el amor nos hace perdurables, perpetuos, imperecederos. 

Solo quien ama es capaz de darlo todo como Jesús, es capaz de confiar su vida en los demás, de entregarse sin reservas. El que ama es aquel que, sin sombras de avaricias, todo lo hace por el amado. Amar es trascender porque nada queda conmigo, todo lo doy. Cuando el amor penetra los corazones se apresuran los pasos para unirnos con el amado, las manos se entrelazan formando cadenas más fuertes que el odio y la muerte, los ojos se fijan (como los de María) en las necesidades ajenas y no en la apetencias propias, los oídos se agudizan para escuchar la queja y el llanto de los que sufren. El amor nos humaniza, porque al ponernos mas cerca de Dios sentimos su corazón divino palpitando de sentimientos de bondad por una humanidad que es tan suya como nuestra. 

La tarea del discipulado se hace evidente en el amor. Cuando hay amor ya no tenemos que dar el ejemplo para que otros crean, nuestra propia vida sin necesidad de “deber ser” se convierte en reconocimiento de discipulado. Cuando hay amor las frías formulaciones dogmáticas quedan obsoletas porque el amor no necesita ser defendido ni protegido, necesita libertad para expandirse, necesita corazones cálidos donde anidar, necesita, no luchadores ni paladines –guerreros, al fin, entrenados para matar–, sino enamorados dispuestos a dejarlo todo por amor a los demás. 

La herencia de Jesús es el amor. Esta herencia es indivisa, no se puede repartir. Esta herencia es para todos, si la gozan unos pocos sólo es un préstamo o un robo y no “la herencia”. El amor o es de todos o no es de nadie, el amor se comparte o se pierde. Por eso Jesús nos enseña: “así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. Amén. 

El mandamiento es nuevo porque Jesús es el primero que lo pone en práctica de modo completo. La novedad radica no en la formulación, sino en la ejecución completa del mandamiento, aunque para ello le cueste la vida. Más importante que decir, es hacer. Lo marca taxativamente cuando, de modo eminentemente práctico, dice: “Obra así y alcanzarás la vida” (Lc 10, 28).
sentimos su corazón divino palpitando de sentimientos de bondad por una humanidad que es tan suya como nuestra. 

La tarea del discipulado se hace evidente en el amor. Cuando hay amor ya no tenemos que dar el ejemplo para que otros crean, nuestra propia vida sin necesidad de “deber ser” se convierte en reconocimiento de discipulado. Cuando hay amor las frías formulaciones dogmáticas quedan obsoletas porque el amor no necesita ser defendido ni protegido, necesita libertad para expandirse, necesita corazones cálidos donde anidar, necesita, no luchadores ni paladines –guerreros, al fin, entrenados para matar–, sino enamorados dispuestos a dejarlo todo por amor a los demás. 

La herencia de Jesús es el amor. Esta herencia es indivisa, no se puede repartir. Esta herencia es para todos, si la gozan unos pocos sólo es un préstamo o un robo y no “la herencia”. El amor o es de todos o no es de nadie, el amor se comparte o se pierde. Por eso Jesús nos enseña: “así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros”. Amén.

sábado, 27 de abril de 2013

AGRADECIDA ESTOY POR LOS DOS AÑOS DE LA CAPILLA DE ADORACIÓN AL SANTÍSIMO

Con gran alegría te invitamos a participar de las actividades Programadas para festejar los dos años de la Capilla de Adoración al Santísimo en la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús ( Bº castañares ).
TRIDUO: domingo 28 DE abril a Hs: 20:00
Lunes 29 y martes 30 de Abril a Hs 19:30.
Fiesta central el miércoles 1 de mayo: Misa a Hs 19.30 culminando con la procesión por las calles del barrio y luego brindis comunitario.


miércoles, 24 de abril de 2013

domingo, 21 de abril de 2013

Lecturas Domingo 4º de Pascua - Ciclo C

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (10,27-30):
27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen.
28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.
29 El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre.
30 Yo y el Padre somos uno.»

“MIS OVEJAS ESCUCHAN MI VOZ”

Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. 

En un mundo tan convulsionado como el nuestro donde, con la excusa de la libertad y la seguridad propia, se sojuzga a los demás, privándolos de sus mínimas libertades y exiguas seguridades, donde los demás solo valen lo que producen y se dice “te amo” cuando se quiere decir te uso, o “eres mi más leal colaborador” cuando lo que queremos decir es “eres el único que se deja usar”, la palabra escuchar parece haber perdido su sentido original. La ley del más fuerte o el más violento es la que se obedece. Y no pongamos el grito en el cielo por lo que nuestros, así llamados, “líderes”, hacen con los destinos del mundo. No, lo que ellos hacen también lo hacemos nosotros a diario con cada acto de discriminación, por cada palabra o mirada violenta, por cada vez que no nos importa lo que los demás sufren si nosotros estamos bien. La realidad más obvia es que estos personajes no existirían si nosotros fuéramos realmente pacíficos. Ellos son la punta del iceberg, ellos son la cumbre de la montaña de violencia que diariamente ayudamos a construir. 

La primera condición para qué una persona, o un pueblo, sea violenta es que se sienta amenazada. Cuando no hay garantías de que las cosas salgan bien de forma pacífica la mayoría de nosotros recurre a la violencia. El problema más grande es que ya nuestros niños crecen en clima de violencia, con la aberración de niños terroristas suicidas en medio oriente y con la casi-aberración de niños occidentales que tienen como juegos preferidos las armas (aunque sean de juguete), los video juegos donde se vence dando muerte al rival (todo ello graficado con muchísima sangre). La violencia está instalada en nuestras casas, en las calles, en las escuelas, en el mundo de los negocios, en los deportes, y también en las instituciones religiosas, que con esquemas fundamentalistas envían a sus adeptos a “conquistar” seguidores para su culto (América latina es un buen ejemplo de ello). De la amenaza original que vuelve violenta a una persona (quizá como último recurso) se ha pasado a una situación de violencia donde todo se resuelve del mismo modo: con el sufrimiento y la muerte del rival de turno. 

La segunda condición es que desde esa situación de amenaza (que no necesariamente tiene que ser momentánea, puede durar toda la vida) la persona o grupo social se cierra a escuchar otra propuesta que no sea la violenta. Expresaba W. Churchill que “un fanático es alguien que solo habla de una cosa y no quiere cambiar de tema”. El fanatismo, sea el que sea, siempre trae aparejada la violencia. El fanático se niega a “escuchar”, el fanático es fundamentalista porque fundamenta toda la comprensión del mundo o de un tema en cuestión en sus propias convicciones. Al fanático no le interesa escuchar otra cosa que un “sí” a su propuesta y para ello, casi sin dudar, recurrirá a la violencia. Desde el momento en que una parte no escucha a la otra el diálogo será de sordos y por lo tanto violento. Cuando uno no se siente escuchado tiende a levantar la voz, tiende a la violencia. 

El mundo de hoy está lleno de sordos que gritan. Jesús “el Buen Pastor” nos propone escuchar… Escuchar los silencios de Dios, escuchar su voz en los que sufren y no piensan como nosotros. Escuchar los gemidos de los marginados, de los discriminados, de los que son minoría, de aquellos a quienes los aturdimos con los gritos de nuestras voces más fuertes. Este es un tiempo de opresiones económicas y culturales, tiempo de ruidos de fusiles y maquinas registradoras, tiempo de discursos vanos y derramamientos inútiles de sangre… Propongamos el silencio del que escucha, el respeto del que comprende la alteridad de los demás, la atención del que se fija en los desatendidos. Como Iglesia nos compete ser “el buen pastor” de este tiempo, ser “las manos de mi Padre” para acariciar, para abrazar, para servir y contener a las ovejas flacas del gran rebaño de la humanidad. Nosotros también, como Jesús, “somos una sola cosa” con el Padre, tengamos pues sus mismos gestos de misericordia escuchando las necesidades del rebaño para así servirle con generosidad.






lunes, 15 de abril de 2013

Jornada: " LO MIRO CON AMOR Y LO ELIJÓ"


DINÁMICA SOBRE LA CITA BÍBLICA " EL CIEGO DE JERICÓ"











EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

Jn 21, 1-19

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". Él les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres?", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?". Él le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". Él le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".

Palabra del Señor.

Jesús sigue apareciendo resucitado a sus discípulos. Estos estaban en sus tareas que habitualmente realizaban antes de conocerlo a Jesús. Si no fueran los apóstoles del Señor, se podría decir que santifican su vida con el trabajo diario. Pero, en este caso, ellos habían sido elegidos, no para pescar peces con sus redes, sino para pescar hombres con su predicación. 

No sé cómo verán ustedes esto, pero desde el punto de vista espiritual, estos hombres corren peligro de un retroceso. Los grandes pescadores de hombres, todavía no comprenden a qué han sido llamados. Y cuando llega el momento de trabajar con ganas, con fuerza, para la conversión de todo el mundo, ellos deciden refugiarse en las mismas cosas que hace tres años atrás hacían cuando no lo conocían al Señor. Así somos los seres humanos: débiles y con pocas ganas de jugarnos por lo que creemos. Son las famosas recaídas. Salimos de un retiro queriendo cambiar nuestra vida y la del mundo, y, sin embargo, nada de eso sucede, porque volvemos a nuestros vicios de antes que conozcamos al Señor, porque pareciera más fácil entrar en recaídas que mantenerse de pie aun en las tormentas. 

El evangelio de Juan aprovecha la incapacidad de los discípulos para el cambio y nos cuenta este relato lleno de emoción en donde Jesús vuelve a empezar. Lo trágico de todo es que ellos ya habían visto al resucitado y sin embargo no pueden con su genio. A pesar de haberlo visto vivo, deciden volver a lo de antes. Como si todo lo que Jesús dijo, no valiera para nada, fuera algo que ya no está, que se perdió. A nosotros también nos pasa eso, no sólo con Jesús, sino con las demás personas. Preferimos la seguridad de nuestros ritos y costumbres a la novedad de la buena noticia. Y, aunque carguemos sobre nuestras espaldas años de apostolado en la parroquia, de servicio en la misma, no terminamos de convertirnos en lo que Jesús nos invita a ser. 

Este Jesús que vuelve a empezar reproduce la primera escena de llamada, les hace tomar conciencia de su vocación, los vuelve al estado en el cual fueron llamados y elegidos para la gran tarea. Esta llamada es irrenunciable y, a pesar de que nosotros también, muchas veces, hayamos vuelto a nuestras lanchas de pesca, Él nos sigue llamando y nos invita a compartir su tarea, su misión. 

Lo que sigue muestra por dónde va el camino de Jesús. A Pedro, que lo traicionó, que lo negó, Jesús no le echa en cara nada; sólo le pregunta sobre su amor. Pedro y los discípulos, nos dice Juan, que no le preguntaban “¿quién eres? Porque sabían que era el Señor”, lo conocían. Por eso, cuando a Pedro Jesús le pregunta tres veces si lo ama, Pedro responde diciendo: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Tanto Jesús como los discípulos saben lo que hay en el corazón de cada uno, se reconocen a primera vista. Jesús sabe quiénes son ellos, los discípulos saben quién es Él. 

De un solo plumazo, Jesús le cambia la profesión a Pedro: de humilde pescador lo convierte en gran pescador de hombres; de gran pescador de hombres, Pedro se convierte en humilde pescador, y cuando Jesús lo encuentra, ya por última vez, cambiará totalmente: de pescador de hombres Jesús lo convierte en pastor de sus ovejas. Es como si el Señor supiera que Pedro no podría cambiar en sus retrocesos si se entendía como pescador de hombres. Jesús corta de raíz esta incapacidad sacándolo del agua y llevándolo a tierra firme. A veces nos pasa a nosotros así, Dios nos habla y nos escucha con amor y, con métodos a veces drásticos, nos muestra el camino que debemos seguir. Es como si Jesús dijera: todo cambia para que nada cambie, no vuelvas atrás, sé tú mismo, cumple tu misión. 

El místico español, san Juan de la Cruz, escribió alguna vez, “en la tarde de la vida te examinarán en el amor”, Dios sueña que todos aprobemos. 

domingo, 7 de abril de 2013

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

                                                      


Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31 

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído». Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. 

Jesús ha resucitado. El saludo de Jesús es “la paz esté con ustedes”. Jesús no sólo habla de paz, muestra que está en paz: “les mostró sus manos y su costado”. El que estaba muerto ha resucitado, las heridas siguen pero no sangran, no duelen. Son su trofeo de la victoria, es el recuerdo de lo que pasó para salvarnos. Este encuentro con los discípulos debió ser muy hermoso. Jesús vuelve a ponerse en medio de ellos y les muestra que está vivo, perfectamente vivo. No fue un espejismo el de María Magdalena, no se equivocaron Pedro y Juan al ver y creer, era verdad, el Señor estaba vivo y ahora se encuentra en medio de ellos. La Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros, carga sus propias heridas, llenas de sentido, porque cada llaga es un canto de victoria, una prueba del triunfo del Dios hecho hombre para salvarnos. Ellos se llenan de alegría. La alegría se les vuelve plena, y saben ahora, que ninguna tristeza, problema o situación dolorosa, se la podrá quitar. El que venció a la muerte está aquí presente, vivo, resucitado, triunfante, de pie en medio de ellos. ¿Qué más se puede esperar de la vida? El principal enemigo de todo ser viviente acaba de ser vencido. 

El amor es expansivo, el amor es servicial. Y Jesús, invitando a la paz, envía a sus discípulos. Ellos serán los encargados de realizar la tarea más sagrada de la Iglesia: perdonar a los errados, perdonar a los que no saben lo que hacen. El principal ministerio de todo creyente es el ministerio del perdón. En la Iglesia lo ejercen, sacramentalmente, los presbíteros: son las personas destinadas para ejercer la misericordia del Padre con todos sus hijos arrepentidos. Pero de un modo vivencial, no por ello menos lleno de sentido, todos estamos llamados a ejercitar el perdón. 

Jesús es un hombre libre de resentimientos, un hombre plenamente sano porque nada tenía que perdonarse a sí mismo, era imposible que Él se hiciera un reproche, o se echara la culpa de algo. Es el hombre sin pecado que, al no tener nada que perdonarse, tampoco puede odiar. Su mirada es pura y limpia, es una mirada que ve que los hombres, como diría Martín Valverde refiriéndose a los jóvenes, no son malos, sólo que no aprendieron a ser buenos. El Maestro, que tiene la mirada limpia y el corazón puro, todo lo perdona, todo lo disculpa, todo lo redime. 

Tomás no estaba con ellos cuando llegó Jesús, nos dice la Palabra. Y cuando todos le cuentan la fabulosa experiencia de su encuentro con Jesús, duda de su comunidad. ¿Podríamos aplicarle el refrán que dice: el ladrón piensa que todos son de su condición? Tal vez. Pero me parece que Tomás es un hombre negativo, algo pesimista, vencido por las circunstancias. Pareciera que no ha podido vencer el haber sido testigo de la muerte de su Maestro. Tanto dolor lo ha desgarrado. Y, como su nombre lo indica (Tomás = mellizo), pareciera que su personalidad está dividida. Vuelve a la comunidad, pero vuelve a quejarse, vuelve a no creer, vuelve a dudar de sus compañeros. No puede dejar de creer en Jesús, pero la evidencia de su muerte lo aplasta y esto es tan fuerte que para creer necesita ver y tocar. Esto es una contradicción ya en los términos. Si se cree no se puede esperar evidencia, si se espera evidencia no se cree. Porque la fe es saber que existe aquello que no se ve. Tomás está encerrado en su dualidad, y con movimientos pendulares oscila entre la fe y la evidencia. El Señor vendrá a sacarlo de esa dualidad. 

Después de encontrarse con Jesús, Tomás recibe un llamado de atención: “en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Jesús no anda con medias tintas y exige a su discípulo que crea, que se juegue por sus convicciones. Como dice Ap 3, 15-16: “conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio te vomitaré de mi boca”. Tomás responde: Señor mío y Dios mío. Amo y Creador de mi vida. Lo mismo que repite mucha gente en las celebraciones eucarísticas. Al decir: ¡Felices los que creen sin haber visto!, Jesús nos invita a ser bienaventurados, a vivir dichosos en nuestra fe, llenos de paz, perdonándonos mutuamente e inclusive a nosotros mismos. Nosotros somos esos a quienes Jesús llama felices. Mantengamos nuestra fe bien en alto en un mundo donde muchos se consideran autónomos de Dios y lo eliminan de su vida, y otros vagan por allí buscando nuevas formas de fe religiosa o de superstición para vencer sus propios desánimos. Somos enviados por Jesús a ese mundo que va a contramano de Dios para ser testigos, desde la fe, de que Él está vivo, porque ha resucitado.