viernes, 22 de agosto de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
– «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
– «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó:
– «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
– «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor

“un lugar para todos”

“Redescubrir nuestra misión como cristianos; para que, fortalecidos en la fe, la esperanza y el amor, pongamos nuestros dones al servicio de nuestros hermanos”.

.La Palabra de hoy nos habla de la profesión de fe de Pedro. Y Jesús le dice: “¡Feliz de ti, Simón!”, porque hasta ese momento era Simón, y después Jesús le cambió el nombre y le puso Pedro, que significa piedra. En realidad, Jesús lo dijo en arameo, por eso san Pablo, en la carta a los gálatas, capítulo 2, versículos 11 y 14, hablará de Simón Pedro como “Cefas”, piedra en arameo. 

Podemos dividir en dos partes el Evangelio. En primero lugar, la pregunta que hace Jesús: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y los discípulos le dicen que la gente piensa que es Juan el Bautista... ¿Por qué pensaba la gente que Él era Juan el Bautista que había resucitado? Porque Herodes, que lo había hecho matar a Juan -en el baile de Salomé, ella le pide en una bandeja la cabeza de Juan y lo matan por la borrachera de este hombre-, pensaba, cuando escuchó hablar de Jesús, que era Juan que había resucitado, como la venganza de Dios que viene a cobrar cuentas por lo malo que él hizo. 

Algunos dicen que sos Elías... Elías fue elevado al cielo en un carro de fuego, Dios no permitió que muriera, era un gran profeta con mucho poder, que frenó dentro del pueblo de Israel la entrada de las otras religiones que traían las mujeres de los reyes. Jezabel había traído una religión y Elías se opuso a ella y tuvo que huir al desierto, donde resucitó al hijo de esa mujer que se había quedado viuda y que le había convidado el pancito en el desierto, que le duró tres años y medio y mientras duró la sequía ese pancito en ese carro que había hecho el milagro Elías. La gente pensaba que Elías iba a volver antes de que llegara el Mesías. Si Jesús estaba acá y era Elías, ya vendría el Mesías. 

Y, por último, Mateo es el único quien pone que también piensan que es Jeremías. Jeremías es el gran profeta del sufrimiento, del dolor. Mateo lo pone a propósito porque Jesús, inmediatamente después de esto, empieza a hablar de la cruz y de cómo tiene que sufrir, de cómo va a ser condenado a muerte, cómo va a ser crucificado. 

Pero, como sabemos nosotros, ninguna de estas tres versiones es real. Jesús es un profeta, pero es mucho más que un profeta. Jesús es un enviado de Dios, pero es mucho más que un enviado de Dios. Jesús es aquel que viene a mostrar el fin de los tiempos, pero es mucho más que ese fin de los tiempos. 

Por eso, Jesús, ahora, dirigiéndose a su pequeño auditorio, a sus fieles discípulos, a quienes lo siguen, les dice, mirándolos a la cara: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Llegó la hora de la verdad. ¿Quién es Jesús para nosotros? Simón, como siempre, se adelanta al grupo y dice: “Señor, tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, lo dice con una fe, un convencimiento, una fuerza, que Jesús se alegra inmediatamente cuando descubre en Simón esa capacidad de expresar tan concretamente la fe que tienen que tener todos. Y Mateo a propósito lo pone acá. Eso que ya venía siendo guardado a través de varios años por la comunidad, Mateo lo pone con fuerza para que todo el que lea su Evangelio capte estas palabras tan fuertes: el qué dice la gente y cómo piensa, y cómo debe pensar la comunidad. No me importa lo que digan los demás de Jesús, digo lo que yo sé que es: el Mesías, el Ungido, el Cristo, el Salvador. Después de los milagros, sos el verdadero Dios, el verdadero hombre que has venido a salvarnos, a darnos vida para siempre. No podemos esperar a otro, sos Vos el que nos salva. Y es ahí donde Jesús le dice: Feliz de ti Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha dicho ni la carne ni la sangre, no te lo dice el hombre, no te lo enseñaron los libros, no te lo transmitió un gurú, un sabio, un gran intelectual. Esto te lo ha dicho mi Padre que está en el cielo y con la fuerza del Espíritu, que gime dentro tuyo, has podido decir estas palabras. Por eso, yo te digo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Dos veces utiliza Mateo la palabra Iglesia en lugares importantísimos. Iglesia significa asamblea, congregación de los santos, juntarse. Por eso, al templo le decimos “la iglesia”, porque nos juntamos en ella, es un templo de piedra. Sí, en cualquier lado está Él, es verdad, pero necesitamos la piedra que haga de base y no solamente de base, la roca firme. Recordemos la parábola de ese que construye sobre arena y se le cayó la casa; y ese que construye sobre roca y como tiene el cimiento firme, la casa no cae, se vuelve rígida (ver Mt 7, 24-27). Pero la roca firme no solamente es el cimiento firme, sino también la montaña de piedra que, en el tiempo de Jesús, era cavada por los pastores para hacer refugio donde se guarnecieran de las tormentas, de las inclemencias del tiempo, de las lluvias, de las tormentas con rayos, cuando hacía mucho calor se refugiaban en las cuevas de piedra para descansar. Son los graneros que tienen en los Valles Calchaquíes, los incas, cavados en la montaña. Eso también es roca, eso es Cefas, es la roca cavada que se convierte en algo que protege, que cuida la vida y que es fuerte, que impide que la vida muera. No sólo es un buen cimiento, es una casa protectora, es un lugar donde Dios te está cuidando, es el pesebre donde Dios te está protegiendo, es el lugar donde Dios te cobija para que te sientas bien, eso es el Templo. Y la responsabilidad: te doy las llaves para que abras la puerta y seas el mayordomo de la Casa de Dios. Porque este templo material es la casa de piedra, es la casa de todos, donde todos nos sentimos seguros y que representa la Iglesia, que es al mismo tiempo padre y madre de todos y que es la casa de piedra donde nos sentimos seguros, donde tenemos nuestros cimientos en la fe, pero también tenemos nuestro cobijo en esa cueva de piedra firme y fuerte que nos ayuda en la intemperie y en las inseguridades. 

Por eso, hoy, le pidamos al Señor que nos permita tener esta fe que tuvo Simón Pedro, una fe firme, fuerte, que crezca en mí y que ojalá yo la pueda tener y pueda vivir con ella para ser casa de piedra en mi casa, en mi hogar, con mi familia, con mi gente y pueda cobijarlos en sus inseguridades, en sus temores, en sus problemas, en sus dificultades y pueda ser el cimiento firme para que no haya terremoto, para que no haya problemas, para que no haya algo que haga temblar a mi casa y si pasara eso, esté yo para mantenerla firme y equilibrada. Pero al mismo tiempo, le pidamos ahora en nuestra oración al Señor por nuestra Iglesia, la casa de todos, para que sea una Iglesia que acepte a todos y que nosotros, bautizados, que somos templo del Espíritu, piedras vivas (como dice Pedro en su primera carta, capítulo 2, versículo 5), seamos el cobijo, seamos el afecto de Dios para el hermano que sufre, seamos el cuidado para el desvalido, seamos el estar presente para aquel que no tiene en dónde apoyarse.

viernes, 15 de agosto de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Mateo 15: 21 - 28


21Saliendo de allí Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón.22En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.»23Pero él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.»24Respondió él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.»25Ella, no obstante, vino a postrarse ante él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»26El respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.»27«Sí, Señor - repuso ella -, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.»28Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.
Mujer, qué grande es tu fe
Mujer, qué grande es tu fe

Meditación del Papa

La lectura del Evangelio comienza con los detalles sobre la región que Jesús iba a visitar: Tiro y Sidón, el noroeste de Galilea, tierra pagana. Y es aquí donde se encuentra con una mujer cananea, que se dirige a Él para pedirle que cure a su hija atormentada por un demonio. Ya en esta petición, se puede observar un inicio del camino de la fe, que en el diálogo con el divino Maestro crece y se refuerza. La mujer no tiene miedo de gritarle a Jesús "Piedad de mí", una expresión que aparece en los Salmos, lo llama "Señor" e "Hijo de David", manifestando así una firme esperanza de ser escuchada. ¿Cuál es la actitud del Señor frente al grito de dolor de una mujer pagana? Puede parecer desconcertante el silencio de Jesús, tanto que suscita la intervención de los discípulos, pero no se trata de poca sensibilidad al dolor de aquella mujer. San Agustín comenta sobre esto: "Cristo se mostraba indiferente hacia ella, no para negarle la misericordia sino para hacer crecer el deseo". Benedicto XVI, 16 de agosto de 2011.

Reflexión

Cuántas angustias y necesidades experimentamos en la vida. El dolor nos visita, los problemas abundan, las tristezas nos sofocan. ¡Ten compasión de mí, Señor! Es el grito del alma a un Dios que siente lejano.

Sin duda, buscamos una respuesta inmediata. Y nos desalentamos si no llega. ¡Cuántas veces pedimos y, quizás, sin resultado! ¿Por qué Dios no nos escucha?

Nos desconcertamos, llegamos a dudar de Dios y hasta nos desesperamos. ¿No será que Dios nos pone a prueba? ¿Hasta cuánto resiste nuestra fe?

Espera un poco. Insiste. Dios permite esa angustia para purificar tu intención, para que sigas creyendo en Él aunque no te atienda a la primera. La mujer cananea del evangelio seguía a Jesús gritando. Los discípulos perdieron la paciencia y obligaron a Jesús a detenerse para atenderla. Nos sorprende la primera reacción deCristo. 
¿Acaso no se conmovió su Corazón, lleno de misericordia? Desde luego que sí. Pero prefirió esperar y ver hasta qué punto la mujer confiaba en Él. Como su fe era grande, Jesús le dijo finalmente: "que se cumpla lo que deseas".

Propósito
En las dificultades de este día, hacer un acto de fe y pedir con confianza la ayuda de Dios. 

Diálogo con Cristo 
Señor, sólo con la fe, la humildad, la confianza y la perseverancia en nuestra oración, a pesar de todas lasdificultades –como la mujer cananea– es como penetramos hasta el corazón de Dios y sólo así es como escuchas nuestras plegarias.

viernes, 1 de agosto de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Lectura del santo evangelio según san Mateo (14, 13-21):

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos.

Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: - «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»

Ellos le replicaron: - «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: - «Traédmelos.»

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tornando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

Palabra del Señor


“DENLES DE COMER USTEDES MISMOS”


“Aprender de Jesús a compartir los pocos bienes que tenemos con nuestros hermanos; para que, entre todos, construyamos una comunidad más solidaria y próspera”

El Evangelio dice: Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. ¿Por qué se aleja a estar a solas, Jesús? Porque se siente mal, porque acaban de asesinar a Juan el Bautista. Pierde, por muerte violenta, a un familiar querido y, es más, “si este, que era mi precursor, terminó muerto, asesinado, ¿qué no van a hacer conmigo?”, se preguntará Jesús. Y quería ir a solas, como dicen ahora los psicólogos, a hacer su duelo. No es difícil imaginar esto, no es difícil imaginar cuando uno pierde a un ser querido, cómo se siente. Todos lo hemos vivido. Uno ve en la televisión, esas madres que entierran a sus hijos, que son asesinados, o por el gatillo fácil de la policía, o que son ultimados por asesinos, gente mala, que va a robar, o que mata por matar; y a uno se le pone mal el corazón y ni conocemos a esa persona que sale en la TV. Y Jesús estaba en esa situación. Sin embargo, cuando Él quiere irse a estar a solas, la gente que apenas lo supo, dejó la ciudad y lo siguió a pie. Y cuando Jesús desembarcó vio una gran muchedumbre y compadeciéndose de ella sanó a los enfermos. Se le fue al tacho de la basura su deseo de estar solo y de sentirse, por lo menos por un momento, con el reposo suficiente como para elaborar lo que estaba sucediendo. Y sin embargo, se entregó Jesús y siguió dándose y se compadeció y se puso a curar, a sanar. ¡Cuántos sordos, cuántos mudos, cuántos ciegos, cuántos paralíticos!

Ya cuando al atardecer los discípulos se acercaron y le dijeron: “Es un lugar desierto, Señor, y ya se hace tarde. Mandá a la gente que vuelva a sus casas, para que compre algo para comer”. Y Jesús les responde así, como si cualquier cosa: Denles de comer ustedes mismos. Para qué los van a mandar a la casa, para qué los van a hacer caminar tantos kilómetros de vuelta, para eso están ustedes. Y con eso, ¿qué está probando Jesús? ¿Qué está buscando el Señor? ¿Les está tomando el pelo a sus discípulos? ¡No! ¡Para nada! La idea que tiene san Mateo al poner esto, no es una tomada de pelo de Jesús, tampoco piensa Jesús que los discípulos puedan hacerlo, no lo pueden hacer. ¿Qué ser humano puede darles de comer a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños? nadie. Y menos con lo que tenían ahí: cinco panes y dos pescados. ¿Qué podían hacer los pobres hombres esos ahí? Nada. La idea no es ver lo que hacían los discípulos, sino mostrar quién es Jesús. El contraste entre lo negro y lo blanco; entre lo malo y lo bueno; entre lo feo y lo lindo; entre la falta de poder y el todopoderoso; entre el ser humano y Aquél que es verdadero Dios y verdadero Hombre. Es para mostrar a Jesús plenamente y para decirnos a nosotros: “muchachos, no se equivoquen, este, del que les estoy hablando, no es un hombre cualquiera, es tu Salvador personal, es Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, es el Emanuel, el Dios-con-nosotros”. Y los discípulos dicen: “Señor, cinco panes y dos pescados, nada más, ni alcanza para nosotros, somos trece con vos”. Y dice el relato que los hizo sentar a todos y, elevando los ojos al cielo, pronunció la bendición y partió el pan. Esa parte es importante: elevó los ojos al cielo, pronunció la bendición. ¿Qué significa esto? ¡Estaba rezando!... Jesús elevó su oración al Padre. ¿Cuándo fue la última vez que rezaste antes de comer? Bendecí la comida. Orar antes de hacer algo, lo mínimo en la vida de Jesús, parece imposible para mí. Y ahí sí les dice a los muchachos: Tomen, vayan y repartan. Y ahí ellos fueron y le dieron de comer y comieron hasta saciarse. Y luego sobraron doce canastas. Para los Evangelios el número 12 significa la plenitud de las tribus de Israel. O sea, que le alcanzaba para todo el mundo, sobró, había de más.

Y como usted ya se fue dando cuenta, la clave de que Dios te bendiga y te ayude, no está tanto en pedirle a Dios, sino de poner esos cinco panes y esos dos pescados en la mano del Señor. Y, teniendo en cuenta sus oraciones, se va a dar cuenta que el sistema que usted utiliza es al revés: Señor, ayudame, te necesito, me hacés falta y me hace falta esto… y lo otro... Si vos me ayudás, hoy yo te prometo que me voy a ir de rodillas a tal santuario. Le podés prometer que vas a ir a Misa todos los domingos. Pero has puesto el carro adelante del caballo, no vas a poder tirar, el caballo tiene que estar adelante del carro. Porque vos primero le pedís a Dios que Él se manifieste y recién vos vas a hacer. ¡Andá y pedile a tu profesora que te ponga un 10 y después rendís el examen! ¡Pedile al colectivero que te lleve y después le pagás el boleto! A Dios no se le hace eso. Vivimos sacando de fiado: dame, dame, Señor, después yo te pago. Después, después, después. 

Dios, lo que te está diciendo ahora es: “¿Querés bendición? Primero poné vos, primero poné vos”. “Pero, no tengo nada”. “Lo que tengas”. “Tengo acá un poquito”. “Ponelo. Pero, ponelo todo, ponelo todo”. Decía el padre Jorge Manzaráz: “De la nada, se saca nada. De lo poco, Dios saca mucho”. Y ahí está la tarea. Cinco panes y dos pescados: ¡nada!!... ¡alimentó a cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, sobraron doce canastas, más lo que se guardaron, con eso que dieron ellos!!!! Ahí es donde Dios hace el milagro. En la pequeñez tuya, Dios cuenta con vos. Por eso decían algunos por ahí: “Dios no quiere tu dinero, Dios no quiere tu talento, Dios no quiere tu corazón, Dios no quiere tu inteligencia, no quiere las obras de tus manos, no quiere tu predicación. ¿Qué quiere Dios? Te quiere a vos, quiere todo, todo, no un pedacito de la torta, quiere todo, todo, hasta el bizcochuelo quemado, quiere todo”. Y hay que entregar todo y Él da todo. Y es un gran intercambio. Si yo le doy todo lo mío y Él me da todo lo suyo, es como decirle a un Senador de la Nación: “Senador, le cambio mi sueldo por el suyo”. Jajajaja… ¿Te imaginás ganar el sueldo de un Senador Nacional?. Así es con Dios. Vos dalo todo, lo que sos, lo pequeño, pero dalo, entregalo y vas a ver que Dios te va a dar de más: el treinta, el sesenta, el ciento por uno. Pero jugate por Dios. Y de eso se trata. En la confianza, en creer en Dios, confiar en Él. Vengan a mí, decía Isaías, vengan y coman y beban gratis, pero vengan, muévanse, pongan de lo suyo. Y Jesús tiene cinco panes y dos pescados, lo poco tuyo. Y ponelo y la bendición de Dios va a llegar, seguro. Cerrá los ojos, va a pasar. O acaso creemos que cuando los hebreos tenían que cruzar el mar Rojo, Dios les abrió el mar y ellos, en seco, pasaron. ¡No! Ellos tuvieron que mojarse los pies y, cuando entraron al agua, se abrió el mar. Pero, primero era la confianza. Primero era invertir, poner todo lo mío para ir a recibir. Dar todo lo que soy, para que Dios me dé todo lo que es Él. ¿No es eso lo que nos está pidiendo Jesús hoy? Que te des enteramente a Él y Él se va a dar enteramente a vos. Nada más vos le das una cosita de lo que sós. Pero, Él te da todo, lo que sea, es un intercambio. Pero hay que hacerlo y empezar y dar el primer paso. Y ahí es donde Él te fortalece, te reanima, te va ensanchando el corazón y te va creando más de ese ambiente tuyo de fe, de confianza y empezás a mirar las cosas con fuerza, y empezás a ponerte fuerte, valiente, a no tenerle miedo a nada. Y vas a terminar como termina Pablo diciendo: “¿Quién puede separarme del amor de Dios? ¿Quién? Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada. Yo tengo la certeza, certeza, no opinión, de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra criatura, podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Nuestro Señor” (Rm 8, 35.37-39). 
Ojalá que como Pablo lo hayas interpretado como es el amor, es esa seguridad, esa certeza. Porque el amor de Dios no es el amor de ese que viene y te dice “te quiero mucho” y después no te ayuda. El amor de Dios es el que se juega, pero tenés que dar el primer paso. Tenés que poner los cinco panes y dos pescados, si no, no hay nada. Confiá. Primero rendí el examen, después viene el diez. Así es. Por eso, nos quedemos con lo que dice el Salmo144: El Señor es justo y bondadoso, está cerca de aquellos que lo invocan, de aquellos que lo invocan de verdad.