“Recordar que Jesús es el modelo de
nuestra vida; para que seamos como él fue en cada momento de nuestra existencia”
Señor, ¿quieres que mandemos que caiga un rayo del
cielo y acabe con ellos?
Jesús se
encuentra en camino a Jerusalén, los Samaritanos no reciben a sus mensajeros y
Juan y Santiago se enojan con ellos. Quieren hacer caer un rayo, quieren matar.
¿Justifica un rechazo la muerte de alguien? ¿Es tan grave la ofensa para que
todo un pueblo tenga que morir? ¡No! diríamos nosotros. Pero sin embargo, en
algunos momentos pensamos así. Desde el clásico: ¡Para mí fulano esta muerto! al
¡Hay que Matarlo con la indiferencia! Somos, también nosotros, profetas del
odio y el resentimiento. La psicología nos dice que: “alguien herido hiere a
los demás”. La mayoría de las heridas que causamos provienen de heridas que nos
han causado, y con los demás –padres, abuelos, amigos, esposas/os, etc.- pasa
lo mismo. Quien te hiera, generalmente, es por que también tiene una herida.
También sucede que odiamos a alguien en nuestro corazón, con mucha violencia y
terror, con mucha frustración por el rechazo que nos hacen por el daño que nos ocasionan, odiamos y
odiamos cada vez más… hasta que ya no podemos con todo el odio que tenemos
adentro, la violencia contenida nos hace daño a nosotros y entonces matamos.
Tal vez no matamos físicamente, pero sí en el corazón. Nadie puede cargar odio
para siempre, en algún momento necesitamos descargarnos y anular el afecto, la
ternura, o simplemente la conciencia de que el otro vive; entonces decimos:
¡Fulano está muerto para mí! Juan y Santiago son como nosotros. El deseo de
muerte para los demás implica mucho odio y mucho dolor en ambos.
El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la
cabeza
Jesús
no tiene una morada estable, su condición es caminar, su vida es una existencia
itinerante, sin casa, sin abrigo, sin una familia, sin las condiciones mínimas
de una vida ordinaria: “no tiene donde reclinar la cabeza”. Esto no quiere
decir que nosotros vivamos así, “bajo un puente”, pero si quiere decir que no tenemos
que aferrarnos a los bienes materiales. Suele suceder que cuando le preguntamos
a alguien que es lo más importante en su vida nos contesta: ¡mi familia!, pero
cuando uno los conoce parece que lo que más les importa es el dinero, las
posesiones materiales, el bienestar económico. Tal es así que muchas veces sus
propios hijos o cónyuges se quejan de la falta de amor por el padre o la madre
ausente, por el esposo o esposa más ocupado en su empleo que en la familia.
¿Qué pasó?: Miedo. La mayoría de las veces la situación es así por que la
persona tiene miedo, está insegura ante una vida muchas veces cruel, injusta.
Quieren asegurarse de que todo les vaya bien. Y así les va, bien… pero en lo
económico. De lo demás ni hablemos, ustedes saben mejor que yo. Jesús no pide
renuncia de uso de los bienes, pide entrega de la vida a él. Pide ocuparse de
las cosas de todos los días, pero sin des-ocuparse de lo que es esencial. Un cristiano
normal valora más su fe, su vida espiritual que cuanto va a ganar si hace tal o
cual cosa.
Deja
que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios
Nuestra vida está llena de cosas que
no nos gusta hacer: el trabajo que me da de comer no me satisface
profesionalmente, la familia de mi cónyuge no me viene bien y tengo que
almorzar los domingos con ellos, mis hijos demandan atención y yo quiero tiempo
para mí, etc. Casi podríamos decir que la mayoría de nuestro tiempo está dedicado
a tareas que nos son impuestas. Pero ¿qué hacemos con el otro tiempo, el que
nos queda libre? No lo usamos bien,
preferimos mirar el pasado, aislarnos del presente, cerrar los ojos al futuro.
Decimos ¡No tengo tiempo! Y no nos damos cuenta que sí lo tenemos, ¡no lo
aprovechamos! Quien dice amar a Dios ¿Por qué demora tiempo en hacerlo? Quien
dice que la fe es central en su vida: ¿Por qué no se ocupa en vivirla bien? Si
nos gustan las cosas de Dios, ¿por qué no les damos importancia? Son cosas para
pensar, Jesús nos mueve, nos estimula, nos motiva e impulsa a dejar el pasado
atrás (también el pasado presente de lo que no me gusta) y ver el presente de
hacer lo que le da sentido a nuestra vida.
El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia
atrás, no sirve para el Reino de Dios
La mirada
adelante. El pasado sirve para saber de dónde salimos. Olvidar la historia es
cometer los mismos errores. Pero ¿y si el error está en escarbar el pasado,
aunque nos desangremos en ello? Mucha gente lo hace, se fijan en sus
sufrimientos, se regodean en mirar las heridas que les causaron, algunos eligen
los primeros años de su vida para fijarse en ellos y suplicar sanación
interior. Qué papá no me quería, que mamá se olvidaba de mí, que esto o que lo
otro… y de vivir nada. ¡olvidate del pasado! ¡Mirá el presente que va hacia el
futuro!
Mire:
tenemos dos ojos ¿Adónde miran? Al frente. Tenemos dos pies ¿Para dónde
caminan? Hacia delante. Es más fácil caminar para adelante que para atrás. Es
más fácil tomar con las manos algo que está adelante y no detrás. Imagine todo
lo que puede hacer si va para adelante y no para atrás. ¿Entiende? Dios nos ha creado disparados al
futuro, a lo que viene, no al pasado, a lo que se fue. ¡Dejemos de buscar
respuestas en el pasado! ¡Busquemos descubrimientos en el futuro! La vida no
está hecha para res-ponder, ¡esta hecha para des-cubrir!
Jesús iba
de frente, su vida nunca desanduvo el camino. Nunca amarrado a las heridas,
cuando las mostró fue para indicar que se puede resurgir de la muerte. Nunca
anclado en los miedos, cuando los tuvo prefirió la voluntad del Padre a la
suya. Nunca apocado por el pasado, la vida de Jesús es un arco tensionado para
apuntar la flecha hacia el centro del objetivo. Si queremos ser como él,
vivamos como él.