Manuel había sido siempre un “rebelde”, el típico chico que quiere hacer su voluntad sin importarle transgredir las normas o reglas que la convivencia con otras personas nos imponen. Para Inés, madre soltera, no había sido fácil educar, corregir y contener a este hijo de temperamento indomable. Muchas eran las horas que tenía que trabajar para poder darle una vida digna.
Había pasado el tiempo y Manuel se había convertido en un muchacho con ganas de hacer su vida sin que nadie le pusiera límites ni pesadas obligaciones. El documento de identidad marcaba su mayoría de edad y era hora de hacer uso de su tan ansiada libertad. Fue así cómo tras conseguir un trabajo de medio día, consolidó su autonomía económica y comenzó a malgastar su juventud en salidas nocturnas, malas compañías y desenfrenos en vicios como el alcohol y apuestas. Muchos fueron los buenos consejos de su madre y súplicas para que recapacitara, pero Manuel no escuchaba, él era dueño de su libertad.
Así fue cómo una noche después de salir de una bailanta, hubo entre sus amigos y un grupo de maleantes una espantosa pelea. La furia y la fatalidad quisieron que uno de los jóvenes muriera.
La vida no había sido muy grata para Inés, pero ahora cambiaba. Su tan querido hijo, involucrado en un crimen que no había cometido, estaba detenido. Nada podía hacer. Comenzó así un largo peregrinar entre abogados y juzgados, pero parecía que todo era inútil. Su hijo no volvería a casa por mucho tiempo...
La tristeza, la angustia, la desesperación, el cansancio, el insomnio, la soledad... nada impidió que Inés bajara los brazos en la lucha. Su objetivo era claro: que hicieran justicia con su hijo. Un hijo revoltoso y obstinado no era sinónimo de malhechor y mucho menos de asesino.
Su fe en Dios y su corazón de madre la llevaron a seguir golpeando puertas; largas cadenas de oración la acompañaban en este peregrinar tan desafortunado y doloroso. Todos los domingos visitaba a Manuel transmitiéndole fuerza y esperanza para sostenerlo y alentarlo. Fue en la celda sombría y en soledad donde Manuel comprendió y valoró el don de la vida que Dios con tanto amor le regalaba.
Pasó mucho tiempo, las peticiones y súplicas al buen Dios tuvieron la respuesta que Inés con tanta humildad y paciencia esperaba. El caso de Manuel pasaba a otro juzgado, el expediente comenzaba a ser estudiado, sin burócratas, sin abogados corruptos que entorpecieran el camino. La tan ansiada libertad de Manuel, la verdadera libertad, empezaba a ser una realidad.
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