domingo 13 Enero 2013
Fiesta del Bautismo del Señor
Evangelio según San Lucas 3,15-16.21-22.
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías,
él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo
y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
“Tú eres mi hijo muy amado”
“Revalorizar, a la luz de Jesús, nuestro bautismo; para que, asumamos que somos nueva creación e hijos amados del Padre”
Las sandalias
En el libro del Deuteronomio (25, 5-10) se regula una ley que, para nosotros, es por lo menos rara. Supongamos que una mujer queda viuda sin poder tener hijos (v. 5), según la ley deuteronómica ella debía casarse con el hermano de su esposo difunto (para el caso puede verse el ejemplo de Tamar en Gén 38) el hijo primogénito que naciera de esa unión heredaba el nombre del hermano muerto para que este no se perdiera (v. 6). ¿Pero qué pasaba si el hermano del difunto se negaba a tomarla por esposa? Los versículos 7-10 nos explican qué hay que hacer. De hecho en el 9 nos dice: Su cuñada se acercará a él en presencia de los ancianos, le quitará la sandalia del pie, lo escupirá en la cara y le dirá: “Así se debe obrar con el hombre que no edifica la casa de su hermano”. Por esta ley se consideraba entonces “hijo y heredero” del difunto al primer hijo de la unión de la viuda con el hermano del difunto.
En el libro de Rut se da una situación semejante (Rut 4, 1-7). Pero ahora no es Rut quien va a encontrarse con el pariente que tiene que cumplir la ley del levirato. Es Booz quien se ha enamorado de ella y va a negociar con este hombre para que él decida si quiere o no cumplir la ley en cuestión. Este no acepta y le pide a Booz que él se haga cargo de cumplir la ley a lo que el vers. 7 nos dice: “En Israel existía antiguamente la costumbre de quitarse la sandalia y dársela a otro para convalidar los convenios de rescate o de intercambio. Esta era la manera de testificar en Israel”.
Cuando Juan el bautista dice: “ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias” esta haciendo alusión a esta ley. Es como si nos dijera “yo no soy el esposo”. Juan no quiere ocupar el lugar de Jesús solo servirlo, ser su esclavo (como comentan algunos exegetas que dicen: Desatar la correa de las sandalias a alguien era un servicio humilde, propio del esclavo), Juan es consciente que el esposo que viene a redimir es Jesús, él sólo tiene la tarea de precursor y a esa tarea se circunscribe.
Esta enseñanza de Juan nos ayuda a situarnos en el lugar que nos corresponde con respecto a las cosas de Dios. Hay mucha gente en la Iglesia y en nuestras comunidades que consideran que ellos son los salvadores, ocupan el lugar del “esposo”. Hay que ser consciente de esto: ¡Quien viene a salvar es Cristo, no yo! ¡Quien es el dueño de la Iglesia es Cristo, no yo! ¡Quien tiene que ponerse la sandalia, es el Señor y no yo! Hasta que no entendamos esto la Iglesia será casa de hombre y no de Dios.
La paloma
La escena presentada por Lucas sobre el bautismo del Señor nos invita a ver una acción trinitaria. Es el Espíritu Santo quien desciende como paloma, es el Padre quien pronuncia la Palabra y es la palabra hecha carne quien recibe la confirmación de la Misión y la certificación del amor que el Padre le tiene. El simbolismo del Espíritu santo como una paloma puede sugerirnos muchas ideas: en Gén 1, 2: “la tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo, y el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas”. En Gén 8, 8-12, Noé suelta una paloma para ver si las aguas han bajado... primero no encuentra donde posarse y vuelve al arca, siete días después ella vuelve con una rama de olivo y siete días después la suelta nuevamente y la paloma ya no vuelve. Los ejemplos bíblicos citados están en orden a una nueva creación. Los rabinos judíos interpretaban que ese soplo de Dios tenía una forma de paloma, la simbología de los siete días (relato sacerdotal de la creación) nos indica una nueva creación sobre la destrucción causada por el diluvio. La forma de paloma que el Espíritu Santo toma para el bautismo de Jesús invita a ver una nueva creación, no ya en el universo (Génesis 1), o la tierra (Génesis 8), sino en el hombre ahora redimido por Jesús.
El bautismo
Recordemos lo que decíamos en el comentario del Tercer Domingo de Adviento (14 de diciembre de 2003):
Es bien sabido que los israelitas conocían el baño de agua como medio legal de purificación para personas impuras (Lev 14, 8; 15, 16. 18; Núm 19, 19). En un principio, estas prescripciones de baños y lavatorios, tenían por fin una purificación legal y no revestían carácter moral directo. Con el tiempo adquirió significancia para los prosélitos (recién convertidos del mundo pagano) como rito de iniciación en la fe judaica (era importante purificarlos ya que el mundo pagano era “impuro” a los ojos israelitas) y llegó a equipararse a la circuncisión.
El bautismo de Juan supera al bautismo judío por la implicancia moral y de conversión que demanda. Juan se instala en la línea de los profetas, cuando estos toman el agua como símbolo de purificación moral interna (Is 1, 16; Ez 36, 25; Zac 13, 1; Sal 51, 9). Pero Juan es consciente que su bautismo no es el definitivo, faltará que el Espíritu Santo con fuego penetre la vida de cada uno de los creyentes y les dé una presencia divina más fuerte y definitiva. Como dice el comentario bíblico latinoamericano (Pág. 490):
En la Escritura, el fuego indica con frecuencia la presencia del Dios salvador (Lev, 1, 7ss; 6, 2. 6)... Dios aparece rodeado de fuego (Gén 15, 17; Éx 3, 1ss; 13, 21s; Núm 14, 14; Is 6; Ez 1, 4ss; Jl 3, 3)
El bautismo cristiano es inmensamente superior a cualquier rito de purificación exterior (judío) o interior (Juan el Bautista) ya que no sólo purifica sino que plenifica con la presencia de la divinidad la vida del que, por la fe, acepta ese bautismo. Como diría la teología católica, el bautismo nos convierte en Hijos de Dios y miembros de la Iglesia.
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