sábado, 11 de enero de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Lectura del santo evangelio según san Mateo (3,13-17):

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»

Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.» Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

Palabra del Señor

Jesús se ha unido a los pecadores para escuchar a Juan y recibir su bautismo de penitencia. Jesús no tenía nada que purificar, porque no era pecador. Pero él asumió el pecado del mundo, cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Como si dijera: vengan a mí los que están agobiados por el peso de sus pecados, que yo los aliviaré. Y cargado con todo nuestros pecados, sucio hasta los ojos de pecado, entró en las aguas del Jordán. Más tarde diremos lo mismo refiriéndonos a la cruz, cargado con nuestros pecados, aplastado por la sucia carga, subió a la cruz.

Y apenas salió del agua, se abren los cielos y todo se llena de luz y de gracia. Jesús se siente resucitar. Siente que el Espíritu lo empapa, lo unge, lo penetra, llenándolo de fuerza y alegría. Al mismo tiempo escucha la voz del Padre, íntima, poderosa, que lo sigue engendrando: Este es mi Hijo muy querido. Te estoy engendrando en el amor, y en amor te doy toda mi vida. Eres mío y todo lo mío es tuyo. Eres Hijo y yo soy tu Padre. Ninguna entrega mayor, ningún amor más grande. Esta palabra viva del Padre y la fuerza viva del Espíritu son las que libran de la muerte y hacen resucitar a los muertos. Así es posible toda Pascua.

Juan vio que el Espíritu bajaba como una paloma y encontraba su nido en Jesús. En tiempos del diluvio la paloma no encontraba dónde posarse. Ahora sí encuentra el nido más hermoso donde descansar y el corazón más dócil al que guiar. Empezará ya a manifestarse la era del Espíritu. Juan fue el primero que reconoció al Mesías, después algunos de sus discípulos. Después ira creciendo el número de los que creyeron en él.

UNA CREACIÓN NUEVA

“Cristo apareció en el mundo y, al embellecerlo y acabar con su desorden, lo transformó en brillante y jubiloso” (San Proclo de Constantinopla). Si el bautismo de Jesús hace referencia a la Pascua, anticipando su significación, también mira a la pascua de la creación, perfeccionándola y plenificándola. Así podemos hacer un paralelo. En el Génesis se parte de un vacío y un caos, después el Espíritu planea sobre las aguas abismales, pone orden y fecundidad en los elementos, y enseguida la palabra del Creador va llenando de vida el mundo. En la experiencia bautismal se parte de una gran desorientación y de una gran insatisfacción, como en espera de otro salto cualitativo. Jesús entra en las aguas abismales llevando en su alma toda la tensión del pecado y toda la esperanza del mundo. Baja de nuevo el Espíritu y planea sobre Jesús y sobre las aguas, llenándolo todo de vida y belleza, las aguas limpias ya cargadas de santidad. Y al fin la voz del Padre que todo lo recrea y pone en marcha el tiempo del Hijo y del Espíritu.

Jesús es el principio de la nueva creación, germen de un cielo nuevo y una tierra nueva. Vino a hacer nuevas todas las cosas, “porque el mundo viejo ha pasado... mira que hago un mundo nuevo” (Ap 21, 4-5; cfr. Is 65, 17). Jesús es el nuevo Adán, cabeza de la nueva Humanidad. 

No pretende sólo lavar los corazones humanos, sino recrearlos, que no se parezcan al viejo Adán, sino al nuevo. Que el hombre resucite con Cristo a la vida de la santidad. Y no pretende sólo purificar el mundo de sus vicios, sino hacerlo nuevo, como volviendo al paraíso, y poner mejores fundamentos, para que pueda sembrarse en él el Reino de Dios, el mundo que esperamos, en el que florezcan la paz y la justicia, y el amor sea la moneda de cambio.

UNA MISIÓN LIBERADORA

Jesús fue ungido (Mesías) por el Espíritu Santo. En el bautismo siente la experiencia de esta unción. A la unción va unida también una misión, como el mismo Jesús reconocerá en la sinagoga de Nazaret (ver Lc 4, 18). Y la misión no podía ser más humana y más divina, más generosa y más liberadora. Su misión era la de superar el sufrimiento humano, la de devolver al hombre su salud y su dignidad, la de combatir las causas que destruyen al hombre, la de abrir las fuentes de la gracia para todos. Por eso Jesús, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.



Es la misión que todo bautizado, todo cristiano, todo ungido por el espíritu debe continuar: curar, consolar, liberar, bendecir, orar, hacer el bien, llenarlo todo de la misericordia y la gracia del Señor; cargar con el pecado del mundo, combatir el pecado y el mal, acercarse al pobre y al que sufre y darles buenas noticias, noticias de amor y de esperanza, noticia de Jesucristo.

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