Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-48)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas. Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.
Palabra de Dios
“SEAN PERFECTOS COMO ES PERFECTO EL PADRE”
“Aprender de Jesús a tratar con amor aún a aquellos que nos hacen el mal, para que seamos santos y perfectos como Dios”.
Mucho antes de Moisés, la ley del talión ya había sido formulada por el código de Hammurabi. Mientras que en el canto de Lamec, el descendiente de Caín, no ponía límites a la venganza (Gén 4,23), la ley del talión establecía un principio de equidad: Ojo por ojo, diente por diente (Éx 21, 23-25; Lev 24, 19-20; Deut 19, 21). Por tanto, no propiciaba la venganza, sino que trataba de moderar los impulsos desenfrenados de la persona ofendida y determinaba la justa medida del castigo, sin excesos ni defectos. En tiempos de Jesús, algunos defendían este principio al pie de la letra, pero en general se tendía a sustituir el daño físico por una reparación o compensación económica.
En contraposición con este principio, Jesús invita a sus discípulos a no enfrentarse al que les hace el mal (es decir, a no responder con violencia a la violencia y a evitar cualquier forma de represalia). Para Jesús no basta con evitar la falta de proporción entre la ofensa y el castigo, como lo requería la ley del talión. El rechazo de la violencia puede exigir, llegado el caso, la renuncia a lo que podría considerarse un legítimo derecho.
La enumeración de las ofensas infligidas y recibidas sigue una escala descendente. La gradación comienza con la agresión física (el golpe en la mejilla derecha); luego viene el recurso a los tribunales, después la coacción, y por último una petición probablemente inoportuna y molesta.
El agravio más humillante es el golpe recibido en la mejilla derecha, no en la izquierda. Esto quiere decir que se trata de una bofetada dada no con el interior de la mano, sino con el revés. Un golpe tal era considerado en Oriente una ofensa extremadamente grave.
Luego viene el intento de quitarle a uno la túnica. No se detalla la situación concreta, pero se trata indudablemente de un pleito entablado en los tribunales contra el pobre que poseía una sola túnica y un solo abrigo. La invitación a entregar también el manto implica a renunciar a un legítimo derecho, ya que la ley prohibía despojar del manto al pobre que tenía necesidad de él para protegerse del frío nocturno (Éx 22, 25-26).
La coacción a que se refiere el v. 41 hace pensar en la extorción ejercida por las cohortes romanas, que se atribuían el derecho de obligar a un judío a caminar con ellos para servirle de guía o para llevar una carga gratuitamente (cf. Mc 15, 21).
La enumeración concluye con la exhortación: no volver la espalda al que requiere un préstamo y dar al que te pide. Esta última exhortación es tanto más apremiante si se tiene en cuenta cuán numerosos e insistentes eran los mendigos en Oriente.
Es importante notar que esta renuncia a la acción violenta, a las represalias y a la sanción jurídica no implica quedarse inactivo frente a la injusticia. Habría que pensar, más bien, en el texto de Prov 25, 21-22, citado por Pablo en Rom 12,20: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Haciendo esto, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza. Es decir, al devolver bien por mal harás que su rostro se ponga rojo de vergüenza y lo moverás al arrepentimiento. De ahí la exhortación que Pablo añade inmediatamente después: No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal haciendo el bien (Rom 12, 21).
Cuando se trata de llevar a la práctica las exigencias expresadas en esta antítesis, no se puede ignorar el carácter hiperbólico de muchas expresiones de Jesús (cf. 18, 6-9). Pero al recurrir con tanta frecuencia a la hipérbole, él lanzaba un desafío a la imaginación de sus oyentes. En el tono profético y provocador de tales expresiones radica precisamente la eficacia de sus palabras. (Comentario Bíblico Latinoamericano, Nuevo testamento –tomo III–, pág. 308-9).