sábado, 3 de julio de 2010

somos enviados a nuestros hermanos con la misión de evangelizar; para que, compartamos la alegría de la FE con ellos”.

Cuando la misión parroquial había comenzado, las personas que se acercaron para misionar eran muchas, con el tiempo las cosas cambiaron y fueron quedando pocos misioneros. Salían todos los sábados por la mañana y visitaban, de dos en dos, los hogares del barrio.
Al principio la gente los recibía de mala manera. Las excusas eran siempre: no tengo tiempo, no me interesa, yo ya se todo eso, etc.… A pesar de esto, por la perseverancia y la dedicación de los misioneros, empezaron a verse los frutos deseados.
Las personas abrían sus puertas y recibían el mensaje. Muchos comenzaron a ir a la Iglesia, a mandar a sus hijos al catecismo o a los grupos parroquiales, se reunían a orar y compartían más tiempo juntos.
Los misioneros estaban muy contentos con los frutos de su tarea, pero más lo estaban porque sentían que ellos mismos habían aprendido mucho del Señor y que la gracia de Dios, por estas visitas, reconfortaba su corazón.

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