viernes, 17 de diciembre de 2010

1. EL A B C DE LA SEXUALIDAD

Lo primero que considero necesario aclarar a la hora de hablar de sexualidad es que existen tres principios que son fundamentales y que constituyen la base de la sexualidad cristiana:

A: El sexo es muy bueno
B: Con el pecado original quedó herida la sexualidad
C: Con la redención de Jesús la sexualidad fue ennoblecida

A: El sexo es muy bueno
El sexo es una invención de Dios, es él el que creó el sexo. La Biblia enseña que desde el principio Dios pensó en el sexo como algo conveniente y de bendición para los seres humanos: “Dijo Yahvé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda adecuada” (Gen 2, 18). Vemos que la diferencia de sexos es querida por Dios; todos los seres humanos somos seres sexuados, nadie escapa de esta realidad, somos varones o mujeres, y el sexo que tenemos determina nuestra conducta y nuestro modo de enfrentar la vida.
En el otro relato de la creación podemos observar cómo el escritor bíblico, inspirado por el Espíritu Santo, va recorriendo una a una las obras de Dios en el transcurso de seis días. Al final de cada día de la creación dice: “Y vio Dios que todo esto era bueno” (Gen 1, 12.18.25). Sin embargo, luego de crear al hombre y a la mujer dice: “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Gen 1, 31). ¿Sabes por qué? Porque el hombre y la mujer son queridos por Dios, y son el sentido de la obra de Dios. Dios se complació en crear al ser humano como un ser sexuado: “Y creó al ser humano a su imagen. A imagen de Dios lo creó. Varón y mujer los creó” (Gen 1, 27). Más aún, Dios los bendijo con el don de entregarse mutuamente a través de las relaciones sexuales.
Cuando en mis conferencias o prédicas sobre este tema pronuncio esto, mucha gente se queda asombrada, se escandaliza de estas palabras; pero sin embargo, eso es lo que está diciendo la Palabra de Dios cuando declara: “Dios los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos y multiplíquense”” (Gen 1, 28). Y es evidente que Dios les está indicando que se unan sexualmente; pues ¿de qué otra manera pueden ser fecundos y multiplicarse sino a través de las relaciones sexuales? No es con miradas, ni por simplemente desearlo. Existen ciertas especies en la creación de Dios que no necesitan del otro sexo para reproducirse, tienen una reproducción asexual; tal es el caso de las esponjas, las amebas, etc. Pero en su sabiduría Dios creó a los seres humanos con una reproducción sexual; porque le pareció maravilloso que de la unión de dos personas que se aman nazca la vida humana. Por eso dice la Biblia que los bendijo, es decir, que las relaciones sexuales son una bendición de Dios. Claro que dentro del orden por Él establecido, es decir, el matrimonio.
Y más aún, tener relaciones sexuales en el matrimonio se convierte en una orden, en un mandamiento…el primer mandamiento que le da a la raza humana. Siempre, al predicar este tema a mis alumnos, les pregunto “¿Cuál es el primer mandamiento que Dios nos dio?” Y todos concluyen en lo mismo: “Amar a Dios sobre todas las cosas”. Pero esa no es la respuesta correcta; el primer mandamiento es “Sean fecundos y multiplíquense”; esas son las primeras palabras que Dios le dirige al hombre antes que cualquier otra cosa. Porque Dios lo considera algo maravilloso; algo muy bueno.
Las dos dimensiones del matrimonio
Cuando la sexualidad humana es vivida en el marco matrimonial implica una doble dimensión: la unitiva y la procreadora. La dimensión unitiva se refiere a que el primer fin de la sexualidad en el matrimonio es la unión y el amor entre los cónyuges. Y el segundo fin, prácticamente inseparable del primero es la apertura a la vida. Estas dos áreas, la afectividad y la paternidad, son dos tareas ineludibles por lo tanto dentro del matrimonio.
Durante muchos siglos la tradición ha insistido en la primacía de la procreación de forma exclusiva por sobre la dimensión unitiva. Pero esto es un error grave. Colocar la procreación como el primer fin del matrimonio es pensar que Dios quiere de nosotros unas simples máquinas reproductoras. Esto podría darse si nuestro dinamismo del sexo estuviera regulado de manera instintiva, como sucede en el mundo animal. Pero nosotros, los seres humanos, tenemos el don maravilloso de la libertad, que nos permite disfrutar del sexo en el marco de un amor auténtico, y no siempre buscando la procreación como fin inmediato. El Magisterio de la Iglesia se expresó sobre esto de manera tajante en la encíclica de Pablo VI “Humanae vitae”, publicada en el año 1968, y en la cual expresa clara y explícitamente que los dos significados del acto conyugal son: “el significado unitivo y el significado procreador” (nº 12). Vemos por tanto el lugar que le da la Iglesia al sentido procreador: secundario respecto al unitivo. Invirtiendo de este modo la tendencia que durante muchos siglos se le dio a la procreación en el acto conyugal.
No obstante, ambos sentidos son inseparables. A tal modo es así, que cualquier desequilibrio que se produzca entre ambos sentidos va en contra de la finalidad del matrimonio. Para ser más claros: tener relaciones sexuales en el matrimonio para tener hijos, pero sin tener amor, nos convierte en máquinas reproductoras. Y tener relaciones con amor, pero sin querer tener hijos, es hacernos “árbitros” y “señores” de la vida. Debemos tener en cuenta indispensablemente ambas dimensiones si queremos hacer la perfecta voluntad de Dios para nuestras vidas.
Muchos matrimonios olvidan que deben ser “administradores” de la vida humana, y no “árbitros”, “dueños” ó “señores”. Aquí radica la razón por la cual el aborto y el uso de anticonceptivos (preservativos: condones, píldoras, pastillas; D.I.U.: Dispositivos Intra Uterinos, ligadura de trompas, vasectomías, etc.) atentan gravemente contra la vida humana, usurpando el lugar de Dios, quien es el único dueño y Señor de la vida en todas sus etapas, incluida la etapa de planificación de la vida. “Todo acto matrimonial debe quedar abierto a la vida” (Cf. HV, Nº 11; Pío XI, Enc. Casti Connubii, 1930).
Surge aquí el polémico debate acerca de ¿Cómo hacer entonces para tener una vida sexual saludable sin tener hijos como un conejo? Más aún cuando el matrimonio no está en condiciones psicológicas, económicas o de cualquier índole para poder tener numerosos hijos. Y a esta pregunta, el Magisterio da una respuesta categórica:
“Si para espaciar los nacimientos existen serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar.
La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los periodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles, buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es deseable, y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba de amor verdadero e integralmente honesto.”
Humanae Vitae Nº 16
Dicho en otras palabras: la gran diferencia entre usar los períodos infecundos y usar preservativos es que en el primer caso se está abierto a la intervención de Dios como Señor de la vida; ya que este método deja un gran porcentaje de posibilidades de embarazo. De esta manera la pareja queda abierta a la vida, aún cuando la búsqueda del hijo no sea la intención primaria.
Lo que necesitará indispensablemente la pareja, para mantenerse fieles a la voluntad de Dios, es la castidad matrimonial, para poder lograr la continencia necesaria en ciertos períodos:
“Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para quelas manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime.”
Humanae Vitae Nº 21
Ahora bien, sin duda alguna no se trata de aplicar así nomás el mismo criterio en todos los casos; habrá situaciones conflictivas, que luego de hablarlo con la autoridad espiritual adecuada, quedarán a juicio de conciencia. “Excluir la procreación no es una acción ilícita, cuando tal acto no se quiere ni se debe realizar, pues la persona tiene derecho a impedir las consecuencias graves de un gesto que se le impone por la fuerza y en contra de su voluntad. Semejante situación podría darse aún dentro del matrimonio, si la mujer no tuviera otra forma para defenderse de los abusos del marido, cuando ella tampoco quiere, ni puede, ni debe ofrecerse a un nuevo embarazo y no es posible evitarlo por otro camino. Sería también la defensa contra una maternidad involuntaria e indebida” (López Azpitarte, E. “Amor, sexualidad y matrimonio” Ed. San Benito, 2001; Capítulo 10, punto 12: La esterilización indirecta).
También sobre estas situaciones conflictivas se expresó claramente la Iglesia: “La contracepción no puede ser nunca un bien. Siempre es un desorden, pero este desorden no siempre es culpable. Se da el caso, efectivamente, de que los esposos se encuentran en un verdadero conflicto de deberes…” (Gaudium et spes, nº 51).
Todo esto que venimos compartiendo viene como consecuencia de la primera exhortación que Dios le hace al hombre de Ser fecundos. Y dicho mandato es dado porque el sexo además de ser una bendición para el ser humano, es además algo muy bueno.
Ahora bien, si el sexo es algo tan bueno, como estamos viendo, ¿Por qué razón nos ruborizamos cuando hablamos de estos temas? ¿Por qué razón los padres no hablan a menudo con sus hijos de temas referidos al sexo? ¿Por qué se considera en general al sexo como algo sucio, impuro? ¿Por qué cuando pregunto a mis alumnos cómo se llama el órgano reproductor masculino ellos no pueden responderme “PENE” sin risas avergonzadas o sentimientos de culpa? Las respuestas pueden ser variadas; pero lo más probable es que tenga que ver con la siguiente verdad del A B C de la sexualidad:
B: Con el pecado original quedó herida la sexualidad
Esta segunda verdad es la mayor explicación de la desvirtuación del sexo. Vemos en la Biblia que apenas caen en la tentación Adán y Eva “se les abrieron los ojos y ambos se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues, unas hojas de higuera, y se hicieron unos taparrabos” (Gen 3, 7) Antes de esto, en el estado de pureza y santidad original ellos estaban desnudos y no sentían ningún tipo de vergüenza el uno del otro. Esto lo podemos entender observando a dos niños de pocos añitos de edad cómo se miran cuando se observan desnudos, sean del mismo sexo o del contrario. En ellos puede haber curiosidad, asombro, pero jamás impureza, malicia o pudor.
El pudor
El pudor viene como consecuencia del pecado original como un mecanismo de defensa que Dios puso en nosotros para que no seamos tratados como “cosas” sino como seres dignos, creados a imagen y semejanza suya. El pudor viene a hacer las veces de una alarma que lleva el ser humano incorporado puesta por Dios para que tomemos conciencia en determinadas ocasiones del valor de nuestra sexualidad. Si de pronto quedamos desnudos intencionalmente frente a otra u otras personas, lo primero que intentaremos hacer es tapar nuestras partes íntimas. Porque está funcionando correctamente nuestra alarma interior, que nos avisa instintivamente que no somos animalitos, sino seres humanos, cuyos miembros sexuales son sagrados y para un ámbito matrimonial adecuado. Más aún, en el mismo matrimonio debe haber pudor; no es que el estar casados nos concede una licencia para andar desnudos por toda la casa todo el día corriendo al otro con las ropas interiores en la mano. También existe la castidad matrimonial, por la cual los esposos deben respetarse pudorosamente y descubrir su desnudez en la ocasión oportuna.
Ahora bien, el problema surge cuando la persona empieza a perder progresivamente el pudor. Si yo dejara mi auto estacionado sin alarma en una calle peligrosa, lo que estoy haciendo, de alguna manera, es provocar a los ladrones. ¿No te parece? Eso mismo pasa cuando no tenemos pudor; provocamos a los demás al estar exponiéndonos. Cada vez que dejamos ver con nuestra vestimenta nuestra ropa interior, que andamos seduciendo a los demás con nuestros atributos físicos, que nos besamos apasionadamente con nuestra pareja en medio de la gente…estamos provocando a los demás, señal de que hace rato que hemos perdido el pudor. En algunos casos más graves, se da una posesión de un espíritu de seducción que hace que uno no pueda actuar sin estar provocando permanentemente; con posturas, con los temas de conversación, con la vestimenta, con la forma de caminar, de reírse, etc.
Esto no quiere decir que el pudor no se pueda sanar, restaurar; como veremos en el siguiente punto: Cristo vino a restaurar con su sangre todo nuestro ser, incluida nuestra sexualidad…y obviamente nuestro pudor.
Lo que trato de advertir en esta parte del artículo es de lo peligroso que es perder el pudor; especialmente a los jóvenes me apasiona aclararles que el diablo quiere destruir sus vidas…y entrará por la parte sexual, porque sabe que es la más vulnerable. Para ello, la primera táctica es desactivar el pudor (de la misma manera que el ladrón de auto, lo primero que tendrá que hacer para robar el auto es desconectarle la alarma). Si consigue esto, lo que sigue después: fornicación, orgía, masturbación, pornografía, etc. es para él sólo un juego nomás.
Una de las últimas veces que fui a un boliche (mis alumnos ser ríen cuando hablo así porque denota que me estoy volviendo viejo) recuerdo que fui testigo con mis propios ojos de la sacudida que el enemigo está haciendo con nuestra juventud. Recuerdo que al entrar en el boliche, en la puerta, por donde pasaba todo el mundo, estaba tirada una joven semidesnuda inconsciente seguramente por una mezcla de alcohol y drogas que había ingerido. Al tiempito de estar adentro, se apagaron las luces y en el escenario apareció de repente un streeper varón. Empezó a hacer los bailes sensuales típicos de la jerga.
Hasta allí nada de asombro para mí, de hecho, antes de conocer al Señor muchas veces frecuenté antros de perdición donde varones y mujeres hacían streep. La novedad fue lo que vino después; el joven empezó a jugar con el sleep que llevaba puesto…hasta que se lo quitó enteramente. Yo en ese momento lo primero que hice fue mirar hacia las chicas que estaban abajo del escenario. Y por unos segundos me ilusioné pensando ver que todas ellas se darían vuelta gritando asustadas de lo que estaba ocurriendo. Pero he aquí la sorpresa mayor que vieron mis ojos: todas empezaron a abalanzarse sobre aquel streeper intentando tocarle, mientras que la gente de seguridad hacía una valla de protección para que no le hagan daño. “Oh, my God” dije para mis adentros. La falta total de pudor ya no era sólo del streeper sino también de esas jóvenes que sin reparo dejaban ver una especie de instinto salvaje reprimido. ¿Hace falta que te cuente lo que sucedió cuando la streeper mujer hizo lo mismo en el escenario?
No quiero decir con esto que toda la juventud esté siendo vencida por el enemigo en la falta de pudor. Pero ciertamente que el pecado original le dejó al ser humano una herida que le hace propenso a perder esta preciosa alarma que el Señor puso en su interior.
Lo que fue pensado por Dios para ser de bendición para el ser humano se convierte en algo oscuro, algo que le provoca miedo: “Yavé Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?” Este contestó: “He oído tu voz en el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo; por eso me escondí”” (Gen 3, 9-10). Lo que debía ser un medio de comunicación en el amor para gozar mutuamente se convierte en un medio de dominación (Cf. Gen 3, 16). Y desde entonces el sexo quedó bajo la herida del pecado original. Cuando vemos a diario la degradación de la sexualidad a través de la pornografía, de la fornicación, del adulterio, de la prostitución, de la homosexualidad, del travestismo, de la masturbación, etc., no estamos sino asistiendo a observar las consecuencias del pecado en la vida del ser humano.
No obstante, gracias al Señor, no todo lo referido a la sexualidad termina en esta mala noticia; tenemos aún una tercera verdad esperanzadora respecto a este tema:
C: Con la redención de Jesús la sexualidad fue ennoblecida
Esta es la Buena Noticia (en gr. Evangelio) que nos trae Jesús respecto a la sexualidad. Así como la naturaleza humana, herida por el pecado original fue reestablecida, restaurada y ennoblecida por la gracia de la Redención de Jesús, de la misma manera, la sexualidad del hombre, que forma parte de su naturaleza, fue redimida por la gracia de Jesús.
Esta redención de Jesús le da al cuerpo humano y a las expresiones de sexualidad una mayor cuota de dignidad que la que tenía en su antiguo estado de simplemente creación. Ahora, por el bautismo, no sólo somos creación de Dios, sino también “creación redimida por Jesús”. Cuando entendemos esto nuestra visión de nuestra sexualidad tiene que cambiar irremediablemente; no puedo jugar con mi cuerpo, no puedo usarlo para fornicación, para libertinaje…somos los hijos de Dios, somos príncipes y princesas. No podemos abusar de este don precioso. No podemos dar rienda suelta a nuestros apetitos sexuales en cualquier momento como si fuéramos animales. Tampoco podemos dejar que otro abuse de nosotros, que nos manoseen, que nos falten el respeto.
Más aún, cuando entendemos lo que significa la redención de Jesús –que fuimos comprados por su propia sangre- alcanzamos a considerar que nuestro cuerpo, nuestros miembros no nos pertenecen más, sino que le pertenecen a Dios. Debiéramos pedirle permiso a Él para hacer uso de nuestros miembros. Esto es lo que les quiere decir San Pablo a los corintios cuando les indica:
“¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Puedo, entonces, tomar sus miembros a Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡Ni pensarlo! Pues ustedes saben muy bien que el que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella. La Escritura dice: Los dos serán una sola carne. En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Huyan de las relaciones sexuales prohibidas. Cualquier otro pecado que alguien cometa queda fuera de su cuerpo, pero el que tiene esas relaciones sexuales peca contra su propio cuerpo. ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos. Ustedes han sido comprados a un precio muy alto; procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios.”1 Cor 6, 15-20
El auxilio de la gracia
Ahora bien, le es imposible al hombre poder vivir una correcta sexualidad sin la gracia de Dios. Es precisamente esta gracia, la que le otorgará al hombre la posibilidad de superar su permanente inclinación al mal y poder vivir una vida de santidad, honrando su cuerpo, que ya no le pertenece y permitiendo “que sus miembros sean como armas santas al servicio de Dios” (Rom 6, 13).
Pero no es sólo un trabajo de la gracia actuando en el hombre; será menester la cooperación del hombre para no caer en las trampas sexuales, que son una de las tentaciones más fuertes que la naturaleza humana tendrá que enfrentar para mantenerse fiel a su Dios. Esto convierte el asunto en un verdadero combate…el combate de la pureza; que como veremos más adelante precisará de una vida de oración y disciplina. La oración busca el auxilio de Dios sabiendo que sólo es imposible guardarse puro; pero la disciplina nos ayuda a cooperar con esta gracia haciendo la parte que nos corresponde.
Conclusión
Entonces, para resumir estas tres verdades acerca de la sexualidad podemos afirmar que:

A. El sexo fue creado por Dios como algo muy bueno

B. El hombre pecó, y desde entonces su naturaleza herida quedó inclinada al mal, incluida, obviamente su sexualidad.

C. Jesús vino a redimir al hombre, y junto a su naturaleza, ennobleció su sexualidad humana otorgándole el regalo de la gracia, con la cual puede alcanzar la santidad que Dios le propone en el nivel sexual, no sin la ayuda de su libre cooperación personal.

(material extraido del artículo elaborado por el predicador, profesor de biblia Sebastian Escudero)

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