domingo, 28 de octubre de 2012

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 28 Octubre 2012

Trigésimo Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Simón Cananeo

Evangelio según San Marcos 10,46-52.

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. 
Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: "¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!". 
Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten piedad de mí!". 
Jesús se detuvo y dijo: "Llámenlo". Entonces llamaron al ciego y le dijeron: "¡Animo, levántate! El te llama". 
Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. 
Jesús le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?". El le respondió: "Maestro, que yo pueda ver". 
Jesús le dijo: "Vete, tu fe te ha salvado". En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“VER PARA SER FELIZ”

“Reconocer nuestra incapacidad para ver cual es nuestro lugar en el mundo; para que, dejando a Jesús ser el guía, podamos encontrarlo”


UN ESFUERCITO MÁS, en la comprensión de la Palabra: 

San Marcos presenta en la escena del ciego de Jericó, la imagen de lo que es la Iglesia: tirada al costado del camino, sin ver a su salvador, desesperanzada de la vida, mendiga, carente de todo, poseedora de nada. 

Bartimeo “se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” (v. 47). Nuestra Iglesia también grita y suspira por la ayuda que tarda en llegar desde el cielo, sus manos se extienden mendigando a Dios, pidiendo la atención del Señor. Pareciera que pasa de largo, parece que no la escucha, encima “muchos lo reprendían para que se callara” (v. 48), la violencia de la represión es grande, no sólo quieren una Iglesia ciega, al costado del camino, que reciba la limosna que ellos le quieran dar, sino también la quieren muda, que no grite, que no hable, que se acomode a los “gobernantes, (que) dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y (a) los poderosos (que) les hacen sentir su autoridad” (v. 42). 

Pero Bartimeo no se calla, la Iglesia tampoco, y grita más fuerte: Hijo de David, ten piedad de mí. Y es allí donde termina la historia y comienza el misterio. La vocación se abre paso, como un nuevo sol que se levanta después de la oscuridad, “Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo” (v. 49). ¡Jesús ha escuchado, ha respondido, ha llamado! ¡Como a los doce que fueron llamados aunque no comprendían, la Iglesia de hoy es llamada, para que comprenda y pueda ver! “Entonces llamaron al ciego y le dijeron: ¡Ánimo, levántate! Él te llama” (v. 49). En este punto, la comunidad tiene que estar animada, la hora de las tinieblas ha pasado, la luz de la fe brilla refulgente, traspasando las tinieblas, y el ánimo vuelve a los corazones de la comunidad. “El Señor te llama”, significa también: “te ha escuchado y sabe que tú también le escuchas. Él te entiende, y sabe que tú también lo entiendes”. 

En el v. 50, el relato se convierte al mismo tiempo en lento y apresurado, avanza vertiginosamente y en cámara lenta. Con una capacidad absolutamente brillante, Marcos nos cambia el estado de ánimo, y, de ese mendigo suplicante abandonado al costado del camino, nos encontramos con un hombre que aprendió a dejarlo todo por el Señor. ¿Podríamos decir que este versículo es un resumen pascual? ¿Podríamos ver en este “arrojar el manto” algo así como el domingo de Ramos? ¿Podríamos captar en este “ponerse de pie de un salto” la resurrección del Señor y de todo creyente? ¿Podríamos, por último, ver en ese “fue hacia Él” lo que dice Marcos 16, 7: “Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que Él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán, como Él se lo había dicho”? 

La pregunta de Jesús “¿Qué quieres que haga por ti?”, demora la escena, pero al mismo tiempo es obligada. En esta manera de ser del evangelio de San Marcos, de explicar lo obvio, de ir con pie de plomo, conocedor de sus lectores, sabe de la necesidad de no dar nada por supuesto, y de que, formalmente se dé el consentimiento a la fe. La respuesta de Bartimeo: “Maestro, que yo pueda ver”, es la expresión formal de lo que la comunidad necesita. En medio de las tinieblas, se necesita ver. En medio de la oscuridad, hace falta la luz. Ver sin milagros, ver sólo por fe... 

En el v. 52, Jesús le dice: “Vete, tu fe te ha salvado”. Es la confirmación de que el creyente estaba en lo cierto, hacía falta gritar y llamar la atención para ser escuchado, hacía falta el oído atento para enterarse de que pasaba Jesús. La catequesis de Marcos termina de manera lógica: la conversión a la cual se llamaba (Mc 1, 15) se ha hecho realidad y “tu fe te ha salvado”. 

Nos dice el relato que “enseguida comenzó a ver”, enseguida, al momento, al instante, y “lo siguió por el camino”. 

Recobrada la visión, el que “estaba sentado junto al camino” (10, 46) sigue ahora a Jesús “por el camino”. Tal seguimiento consiste en algo más que en la integración de Bartimeo en el grupo de peregrinos que marcha a las fiestas. El verbo “seguir” se emplea casi siempre en relación con gente bien dispuesta hacia Jesús (2, 15; 3, 7; 5, 24; 11, 9) o, más frecuentemente, en conexión con los discípulos o el discipulado (1, 18; 2, 14; 6, 1; 8, 34; 9, 38; 10, 21.28.32; 15, 41). ...Mediante Bartimeo se intenta presentar un ejemplo de persona con capacidad “de ver”, y esa persona sigue a Jesús hacia su pasión. 

La gran virtud de Bartimeo fue dejarse ayudar por el Señor, él no hizo nada (aparte de solicitar ayuda). La Iglesia, y nosotros dentro de ella, también hoy necesita ser dócil a la gracia salvadora de Jesús que nos da el milagro de poder “ver”. Así, y solo así, podremos saber cual es nuestro lugar en el mundo y seguiremos al Señor como verdaderos discípulos suyos.

lunes, 22 de octubre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

domingo 21 Octubre 2012


Vigésimo noveno Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Gaspar de Búfalo 


Evangelio según San Marcos 10,35-45.


Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir". 
El les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?". 
Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria". 
Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?". 
"Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. 
En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados". 
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. 
Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. 
Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; 
y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. 
Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



“Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Que no nos sorprenda la petición de estos muchachos. ¿No nos imaginábamos distinto a Juan? – Hijo, aquí tienes a tu madre – le dijo Jesús en la Cruz. Pareciera que estamos delante de una persona suave, acogedora, humilde, hogareña. En realidad el relato de hoy lo presenta buscando el poder, quiere sentarse al lado del Dios todopoderoso. De todos modos este lado oscuro de Juan no debe atraparnos desprevenidos, porque ¿a quién de nosotros no le seduce el poder? ¿Quién de nosotros puede decir: a mi no me interesa mandar? Esta es la parte negativa de Juan y su hermano, el Señor se encarga de ayudarles para que puedan sanarla, porque se trata de eso: una enfermedad. Son hombres enfermos que buscan la gloria, la fama, el poder, por que no pueden aceptar ser, tan sólo, seres humanos como los demás. Cuando Jesús llegue a la Cruz, Juan estará listo para servir y no, como ahora, querer mandar. 

¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré? Jesús está hablando de su propia muerte. En Marcos 10, 33-34 había anunciado por tercera vez su pasión. San Juan Crisóstomo nos dice: “Él llama aquí cáliz y bautismo a su cruz y a su muerte; cáliz porque se dirige hacia la cruz con ganas, y bautismo, porque, con su muerte, purificaba la tierra entera” (Homilía sobre la incomprensibilidad de Dios, 8. 5). En este sentido leamos la hermosa oración de San Policarpo de Esmirna al momento de entregar su vida al Señor por medio del martirio (Martirio de Policarpo, 14, 1-3): 

Señor, Dios todopoderoso, 

Padre de tu amado y bendito siervo Jesucristo, 

Por el que te hemos conocido, 

Dios de los ángeles, de las potencias, de toda la creación 

Y de todo el pueblo de los justos que viven en tu presencia. 

Te bendigo porque me has juzgado digno de este día y de esta hora, 

De tomar parte en el número de los mártires, 

En el cáliz de tu Cristo, 

Para la resurrección de la vida eterna en alma y cuerpo, 

En la incorruptibilidad del Espíritu Santo. 

Que hoy sea yo recibido con ellos en tu presencia, 

En sacrificio generoso y grato, 

Tal como Tú, el Dios verdadero que no engaña, 

Lo has preparado de antemano, 

Lo anunciaste y lo has cumplido. 

Por ello y por encima de todas las cosas te alabo, 

Te bendigo, te glorifico, 

Por medio de Jesucristo, Sumo Sacerdote eterno y celeste, 

Tu amado siervo, 

Por el cual la gloria a Ti junto a Él y al Espíritu Santo, 

Ahora y en los siglos venideros. Amén. 

Esta oración tan bonita puede servirnos a nosotros mismos para entregar, cada mañana, nuestra vida en ofrenda al Señor. Es una oración de martirio. De testimonio de vida entregada hasta las últimas consecuencias, aunque estas sean mortales. Nosotros también, al igual que Juan, Santiago y Policarpo podemos beber el cáliz y recibir el bautismo del Señor. 

El que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes, y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. La situación es simple, la grandeza y la primogenitura espiritual viene tomadas de la mano del servicio. En la Iglesia los verdaderamente grandes, sirven. Jesús dio el ejemplo, nosotros nos hemos habituado al mundo donde los grandes mandan. En la Iglesia los grandes sirven. Nunca nos cansemos de repetirlo: en la Iglesia los grandes sirven. Una Iglesia grande se construye con la grandeza de cada uno de sus miembros. ¿Cómo va a crecer la Iglesia si sus miembros seguimos anoréxicos de grandeza espiritual? El único camino posible para la grandeza cristiana es el servicio. Si no lo hacemos así estamos perdiendo el tiempo. En vez de cargar la cruz y entregar la vida en martirio, somos un martirio para los demás que cargan con la pesada cruz de nuestra pequeñez de espíritu. 


viernes, 19 de octubre de 2012

2012 / 2013, Año de la Fe. para meditar, reflexionar..........


El Año de la Fe, proclamado por el Papa Benedicto XVI, comenzó el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II y concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo.
Al anunciar el Año de la Fe, el Papa dijo que este tiempo busca "dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida plenamente". Benedicto XVI convocó al Año de la Fe con la Carta apostólica Porta fidei del 11 de octubre de 2011.

domingo, 14 de octubre de 2012

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 14 Octubre 2012. Vigésimo octavo Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Calixto I 

Evangelio según San Marcos 10,17-30.

Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.


HEREDAR LA VIDA ETERNA

La imagen del hombre arrodillado nos conmueve el alma. Se pone a los pies de Jesús, se postra delante de él. Hay un interés en esta actitud: quiere heredar la Vida eterna. Es decir, en nuestras palabras, quiere ir al cielo. No está nada mal pensando que es un hombre rico (v. 22), y no creamos que es joven, ya que en v. 20 dice “todo eso lo he cumplido desde mi juventud”.

Jesús lo remite a los mandamientos: -obra como dice la ley. Vivir según los mandamientos, según las normas religiosas, es asegurarse de ir por el buen camino para “heredar la Vida eterna”. Aquellos que viven su vida “cumpliendo”, saben que de un modo u otro van por la buena senda. Pero Jesús nos invita a más… No a dar el primer envión, sino asegurarnos de mantenernos en carrera. El “cumplir” es la primera parte de la historia. Es el modo en que todos aprendemos, nos “metemos” en el mundo de las cosas sagradas, pero ¿eso es todo?

Hay un refrán que dice “a los hijos hay que darles raíces y alas, raíces para que crezcan fuertes, alas para que aprendan a volar”. Si observamos el proceso natural de la vida vemos que el “cumplimiento” es la raíz del árbol de la “vida eterna”, todos “aprendemos” a vivir por las enseñanzas familiares, en el seno de nuestra casa nos enseñan cosas que nos ayudan a vivir bien. Nos formamos como árboles, erguidos, derechos, elegantes. Cuando pasa la “juventud”; de ser “formados” pasamos a ser “formadores”. El hijo se vuelve padre, la hija se vuelve madre.

Cuando Jesús mira con “amor” al hombre que le hizo la pregunta, podemos suponer que Jesús ve en él a alguien formado, crecido… alguien que puede empezar a ser formador de multitudes, “padre” de muchos que, como él, quieren seguir al maestro “bueno”. Es un buen candidato, perfecto, cumplidor y con la edad necesaria para asumir la tarea difícil de seguir al maestro. Un encanto. Por eso lo invitará con tantas ganas a “seguirlo”, a animarse a batir sus alas y volar de las seguridades en las cuales vivió. “Deshazte de todo y sígueme”. “Ya estás plenamente listo para abandonar el nido de tus seguridades y empezar una vida llena de aventuras, de desafíos, de servicio”. “Ahora es el momento… ¡no esperes más! ¡Vuela y deja de cumplir para empezar a seguir verdaderamente al maestro!” Jesús ve que este hombre está maduro para dejar de ser “hijo” y convertirse en “padre”.

Pero el hombre no se anima a dar el paso. Preso de sus seguridades, de la caparazón que le da casa y protección, no se anima a ser más. Perdió la oportunidad de crecer, de madura, de dar fruto… y todo por aferrarse a lo que “tenía”. Prefirió “tener” a “ser”. Prefiere “cumplir” a “seguir”.

ENTONCES, ¿QUIÉN PODRÁ SALVARSE?

No eran tontos los discípulos. Sabían que no era cosa de ser muy rico para quedarse afuera del Reino. No importa cuánto, importa la actitud. Cualquier seguridad o hábito, o vicio, que nos aleje del seguimiento al Señor será una “riqueza” que, en vez de ayudarnos para la vida, nos anclará en la muerte. Nunca creceremos mientras estemos presos de las posesiones y las “seguridades” que nos impiden avanzar en el camino de la vida. Hasta que no aprendamos a “volar” no seremos libres.

Tal vez no tengamos un peso partido por la mitad en el bolsillo, pero si actuamos con soberbia, orgullo, mezquindad, egoísmo, desprecios, etc.; todavía estamos “presos” de nuestros bienes. Para Jesús la gracia de Dios viene en nuestro auxilio, el versículo 27 suena parecido a lo que el ángel le dice a María en Lc 1, 37: Nada es imposible para Dios.

Lo que importa para Jesús es tener capacidad de desprendimiento, saber dejar, no aferrarse a las cosas ni a las personas, “sólo Dios basta” decía, sabiamente, Santa Teresa de Ávila. Aprendamos a ser libres, aprendamos a seguir el camino. Esto no significa que no amemos a nadie, ni que nada tengamos para nuestro uso, lo que significa es que todo se debe usar y disfrutar sin apegarnos a ello. El afecto de tus seres queridos, los bienes materiales, son importantes, pero más importante es Dios y la salvación de tu vida para siempre.

Si queremos ser de los primeros en el Reino de los Cielos debemos ser de los últimos en aferrarnos a las cosas y a las personas. Disfrutemos de la vida, pero sobre todo disfrutemos del AMOR.

domingo, 7 de octubre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 07 Octubre 2012
Vigésimo séptimo Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : Beata Ana María Janer 

Evangelio según San Marcos 10,2-16.

Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?".
El les respondió: "¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?".
Ellos dijeron: "Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella".
Entonces Jesús les respondió: "Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes.
Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer.
Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre,
y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido".
Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.
El les dijo: "El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella;
y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio".
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron.
Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él".
Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos.


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Los dos no serán sino una sola carne. 

Hoy decir matrimonio, para muchos, suena a mala palabra. En el texto evangélico, la pregunta de los fariseos está orientada a poner a prueba a Jesús pero, la respuesta del Señor, es la que los pone a prueba a ellos.

Cuando algunos nos preguntan por qué la Iglesia no permite el divorcio, nuestra contestación es sencilla: lea el evangelio de San Marcos en el capítulo 10, versículo 1 al versículo 12. Jesús da una clase magistral sobre lo que es el matrimonio y el divorcio.

Desde nuestra mentalidad facilista es sencillo preguntarnos sobre qué es el divorcio, pero la pregunta esencial es qué es el matrimonio, no hay divorcio sin matrimonio, de hecho, no habría divorcio si el matrimonio es bueno. Dice la Exhortación Apostólica “FAMILIARIS CONSORTIO”, en el número 19:

La comunión primaria es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer "no son ya dos, sino que sola carne" y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total.

Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana.

De hecho cuando dos se casan no hay ninguna garantía de que las cosas les salgan bien, la única garantía es su VOLUNTAD PERSONAL, para eso dicen: “¡SÍ, QUIERO!”. Aunque las circunstancias sean difíciles, la experiencia nos dice que cuando dos se aman las cosas siguen bien entre ellos, “contigo, pan y cebollas”.

En el Sacramento del Matrimonio, como en todo Sacramento, la presencia del Espíritu Santo es fundamental, veamos cómo continúa la FAMILIARIS CONSORTIO:

Pero, en Cristo Señor, Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la purifica y la eleva conduciéndola a perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús.

El don del Espíritu Santo es mandamiento de vida para los esposos cristianos y al mismo tiempo impulso estimulante, a fin de que cada día progresen hacia una unión cada vez más rica entre ellos, a todos los niveles -del cuerpo, del carácter, del corazón, de la inteligencia y voluntad, del alma-, revelando así a la Iglesia y al mundo la nueva comunión de amor, donada por la gracia de Cristo.

Si el mismo Espíritu Santo se hace cargo de la unión matrimonial ofreciendo a los esposos cristianos el don de una comunión nueva de amor, solo hace falta que los dos, mediante la voluntad personal de los esposos, se unan para compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son.

Jesús invita a los niños a estar con él, y nos enseña a hacernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos. Tanto en la vida de todos los días, como en el matrimonio, hay que reconocerse necesitados y dependientes de los demás. Ser como niño es depender totalmente de nuestro Padre Dios, como lo hace un niñito de pecho de su madre, así también nosotros debemos depender de Dios en todo. En la vida matrimonial, el esposo debe depender en todo de su esposa y la esposa debe depender en todo de su esposo, es la única manera de que lleguen a ser una sola carne, en el sentido más exacto del término para Jesús.