domingo, 30 de junio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 9,51-62. 
Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén.
Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento.
Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?»
Pero Jesús se volvió y los reprendió.
Y continuaron el camino hacia otra aldea.
Mientras iban de camino, alguien le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.»
Jesús le contestó: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza.»
Jesús dijo a otro: «Sígueme». El contestó: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.»
Jesús le dijo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vé a anunciar el Reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»

el modelo es Jesús”


“Recordar que Jesús es el modelo de nuestra vida; para que seamos como él fue en cada momento de nuestra existencia”

Señor, ¿quieres que mandemos que caiga un rayo del cielo y acabe con ellos?

Jesús se encuentra en camino a Jerusalén, los Samaritanos no reciben a sus mensajeros y Juan y Santiago se enojan con ellos. Quieren hacer caer un rayo, quieren matar. ¿Justifica un rechazo la muerte de alguien? ¿Es tan grave la ofensa para que todo un pueblo tenga que morir? ¡No! diríamos nosotros. Pero sin embargo, en algunos momentos pensamos así. Desde el clásico: ¡Para mí fulano esta muerto! al ¡Hay que Matarlo con la indiferencia! Somos, también nosotros, profetas del odio y el resentimiento. La psicología nos dice que: “alguien herido hiere a los demás”. La mayoría de las heridas que causamos provienen de heridas que nos han causado, y con los demás –padres, abuelos, amigos, esposas/os, etc.- pasa lo mismo. Quien te hiera, generalmente, es por que también tiene una herida. También sucede que odiamos a alguien en nuestro corazón, con mucha violencia y terror, con mucha frustración por el rechazo que nos hacen por el daño que nos ocasionan, odiamos y odiamos cada vez más… hasta que ya no podemos con todo el odio que tenemos adentro, la violencia contenida nos hace daño a nosotros y entonces matamos. Tal vez no matamos físicamente, pero sí en el corazón. Nadie puede cargar odio para siempre, en algún momento necesitamos descargarnos y anular el afecto, la ternura, o simplemente la conciencia de que el otro vive; entonces decimos: ¡Fulano está muerto para mí! Juan y Santiago son como nosotros. El deseo de muerte para los demás implica mucho odio y mucho dolor en ambos. 

El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza

Jesús no tiene una morada estable, su condición es caminar, su vida es una existencia itinerante, sin casa, sin abrigo, sin una familia, sin las condiciones mínimas de una vida ordinaria: “no tiene donde reclinar la cabeza”. Esto no quiere decir que nosotros vivamos así, “bajo un puente”, pero si quiere decir que no tenemos que aferrarnos a los bienes materiales. Suele suceder que cuando le preguntamos a alguien que es lo más importante en su vida nos contesta: ¡mi familia!, pero cuando uno los conoce parece que lo que más les importa es el dinero, las posesiones materiales, el bienestar económico. Tal es así que muchas veces sus propios hijos o cónyuges se quejan de la falta de amor por el padre o la madre ausente, por el esposo o esposa más ocupado en su empleo que en la familia. ¿Qué pasó?: Miedo. La mayoría de las veces la situación es así por que la persona tiene miedo, está insegura ante una vida muchas veces cruel, injusta. Quieren asegurarse de que todo les vaya bien. Y así les va, bien… pero en lo económico. De lo demás ni hablemos, ustedes saben mejor que yo. Jesús no pide renuncia de uso de los bienes, pide entrega de la vida a él. Pide ocuparse de las cosas de todos los días, pero sin des-ocuparse de lo que es esencial. Un cristiano normal valora más su fe, su vida espiritual que cuanto va a ganar si hace tal o cual cosa.

Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios

Nuestra vida está llena de cosas que no nos gusta hacer: el trabajo que me da de comer no me satisface profesionalmente, la familia de mi cónyuge no me viene bien y tengo que almorzar los domingos con ellos, mis hijos demandan atención y yo quiero tiempo para mí, etc. Casi podríamos decir que la mayoría de nuestro tiempo está dedicado a tareas que nos son impuestas. Pero ¿qué hacemos con el otro tiempo, el que nos queda libre? No lo usamos bien, preferimos mirar el pasado, aislarnos del presente, cerrar los ojos al futuro. Decimos ¡No tengo tiempo! Y no nos damos cuenta que sí lo tenemos, ¡no lo aprovechamos! Quien dice amar a Dios ¿Por qué demora tiempo en hacerlo? Quien dice que la fe es central en su vida: ¿Por qué no se ocupa en vivirla bien? Si nos gustan las cosas de Dios, ¿por qué no les damos importancia? Son cosas para pensar, Jesús nos mueve, nos estimula, nos motiva e impulsa a dejar el pasado atrás (también el pasado presente de lo que no me gusta) y ver el presente de hacer lo que le da sentido a nuestra vida. 

El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios

La mirada adelante. El pasado sirve para saber de dónde salimos. Olvidar la historia es cometer los mismos errores. Pero ¿y si el error está en escarbar el pasado, aunque nos desangremos en ello? Mucha gente lo hace, se fijan en sus sufrimientos, se regodean en mirar las heridas que les causaron, algunos eligen los primeros años de su vida para fijarse en ellos y suplicar sanación interior. Qué papá no me quería, que mamá se olvidaba de mí, que esto o que lo otro… y de vivir nada. ¡olvidate del pasado! ¡Mirá el presente que va hacia el futuro! 

Mire: tenemos dos ojos ¿Adónde miran? Al frente. Tenemos dos pies ¿Para dónde caminan? Hacia delante. Es más fácil caminar para adelante que para atrás. Es más fácil tomar con las manos algo que está adelante y no detrás. Imagine todo lo que puede hacer si va para adelante y no para atrás. ¿Entiende? Dios nos ha creado disparados al futuro, a lo que viene, no al pasado, a lo que se fue. ¡Dejemos de buscar respuestas en el pasado! ¡Busquemos descubrimientos en el futuro! La vida no está hecha para res-ponder, ¡esta hecha para des-cubrir!



Jesús iba de frente, su vida nunca desanduvo el camino. Nunca amarrado a las heridas, cuando las mostró fue para indicar que se puede resurgir de la muerte. Nunca anclado en los miedos, cuando los tuvo prefirió la voluntad del Padre a la suya. Nunca apocado por el pasado, la vida de Jesús es un arco tensionado para apuntar la flecha hacia el centro del objetivo. Si queremos ser como él, vivamos como él.

lunes, 24 de junio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Lucas  9: 18 - 24
18Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
19Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.»
20Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.»
21Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
22Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»
23Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
24Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.

“¿Quién dicen que soy yo?”

“Aprender de Jesús a valorar la opinión ajena; para que, carguemos la cruz de cada día, aun en medio de fuertes críticas”

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”

El relato de hoy empieza presentándonos a Jesús en oración. En oración a solas. Aunque los discípulos lo acompañan, él ora a solas. En la vida, a veces, nos pasa así, hay cosas que tenemos que hacerlas solos, hay situaciones que tenemos que resolverlas solos. Más cierto es cuando la situación de que se trata es de muerte. Es allí donde la soledad es absoluta, donde la compañía de los que nos aman no pierde sentido, pero no nos resuelve la circunstancia. La muerte se tiene que experimentar en soledad. Es uno mismo quien debe asumirla y dejarse transformar por ella.

Jesús aprovecha la situación para preguntar: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. ¿Qué opinan de mí? ¿Tiene trascendencia lo que estoy haciendo? ¿Causa algún efecto? Es obvio que a Jesús no le interesa la “opinión” de los demás sobre su persona, no le interesa, digámoslo así, “el qué dirán”. Pero si le interesa saber hasta dónde llegó su mensaje, si caló hondo su prédica. Su pregunta apunta a lo que llamamos la “recepción” del evangelio. Por eso pregunta, para saber qué captó la gente sobre su presencia como Mesías. 

Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”

La respuesta de la gente a la prédica de Jesús –según los apóstoles– es asociar la nueva situación con lo ya conocido. ¿Hasta qué punto el mensaje de Jesús es “nuevo” para sus oyentes? ¿Se sienten interpelados por él? ¿Les ha creado algún conflicto con sus ideas o modo de vivir? No del todo. La presencia de Jesús es asociada a la de dos grandes profetas (Juan el Bautista y Elías) lo que significa que se ha captado el mensaje, considerando, sobre todo, que Elías fue el súper profeta de Israel. No deja de llamar la atención que, tanto Juan como Elías, sufrieron persecución del poder político de su época. Esto muestra la imagen que tenía Jesús para sus paisanos, era el profeta marginal y perseguido por los poderosos. 

“Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios” 

De todas maneras, parece que para Jesús esto no alcanza. ¿Qué opinaran los más cercanos, los que más lo conocen?

Jesús profundiza en su lectura de la realidad. Muchas veces nosotros despreciamos la opinión de los que tenemos más cerca. Pareciera que el sentir ajeno representa más la realidad de lo que somos que el conocimiento de quienes están a nuestro lado. Esto es muy fuerte durante la adolescencia, sobre todo en lo que se refiere a la propia personalidad y a las acciones del individuo. Pero también puede durar toda la vida si no sabemos ubicarnos. Mendigaremos opiniones externas, de gente que no nos conoce, de quienes no saben cómo somos, rechazando la sabiduría de aquellos que nos aman o sufren cotidianamente. Para Jesús no es así, le importa más la opinión de los suyos con respecto a su tarea, que la que, eventualmente, algún extraño pueda dar. 

Pedro respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”. Si bien Pedro es un hombre que se equivoca mucho, no hizo prevalecer sus propias ideas, sentimientos, afectos, sino que dejó que la docilidad a Dios provocara esta respuesta. Pedro conoce bien a Jesús, independientemente de sus dudas y temores, de sus equivocaciones y desaciertos, Pedro responde con la verdad. Aunque los que tenemos a nuestro lado, muchas veces se equivoquen, eso no quiere decir que estén cometiendo un error cuando nos expresan lo que piensan de nosotros. Tendríamos que aprender a escucharlos, porque su ayuda puede sernos vital.

“El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”

En una sola línea Jesús muestra toda su obra de salvación. No quiere engañar, no quiere mentir, no quiere ser el Mesías con minúsculas, un liberador revolucionario, un destructor de opresiones mundanas. Rompe el molde, no es uno más, es el único. Para que no haya confusiones muestra a sus discípulos que el Mesías viene a “sufrir mucho”, a morir y a resucitar. No hay falsos triunfalismos, no hay imágenes gloriosas, no es la exaltación del héroe. Es el mismo Dios que se hace tan humanidad, tan nosotros, asumiendo tanto nuestra naturaleza débil y pecadora, que prefiere pasar por el sufrimiento para que no suframos, transitar la muerte para que no muramos, resucitar glorioso para que su gloria nos resucite a nosotros. Jesús tomará el camino inverso, a contrapelo de un mundo que exalta el poder como modo de atropellar a los demás utilizando el poder y la gloria que su Padre le da para servir. 

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará”

Jesús hace una oferta, de aceptación libre: El que quiera venir detrás de mí. No se trata de obligarnos, se trata de aceptar nuestra libertad, y desde ella unirnos a la de Él. Tanto Jesús como sus discípulos se sienten, se experimentan libres. Sin imposiciones, sin abusar del otro. Pero la libertad, no nació para permanecer así indeterminada, sino para entregarla. Cuando uno resuelve ser libre, decide reservar su libertad para entregarla. Toda entrega implica una renuncia, es el costo, el precio que pagamos para adquirir lo que queremos. Una mujer que elige casarse con tal hombre, automáticamente está renunciando a casarse con todos los hombres del planeta. Si ella ama a ese hombre su renuncia está más que justificada y su libertad fue muy bien usada. Jesús apela a nuestra libertad para que renunciemos a nosotros mismos., para que carguemos con nuestra cruz, y lo sigamos. El valor supremo no es la libertad, no es la renuncia, no es la cruz. El valor supremo es seguirlo, ser como Él, salvar el mundo por el poder del servicio, renunciar a nosotros para darnos totalmente a los demás. Perder la vida, para salvarla.

lunes, 17 de junio de 2013

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO


Evangelio según San Lucas 7,36-50.8,1-3. 
Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró en casa del fariseo y se reclinó en el sofá para comer.
En aquel pueblo había una mujer conocida como una pecadora; al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, tomó un frasco de perfume, se colocó detrás de él, a sus pies,
y se puso a llorar. Sus lágrimas empezaron a regar los pies de Jesús y ella trató de secarlos con su cabello. Luego le besaba los pies y derramaba sobre ellos el perfume.
Al ver esto el fariseo que lo había invitado, se dijo interiormente: «Si este hombre fuera profeta, sabría que la mujer que lo está tocando es una pecadora, conocería a la mujer y lo que vale.»
Pero Jesús, tomando la palabra, le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.» Simón contestó: «Habla, Maestro.» Y Jesús le dijo:
«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y el otro cincuenta.
Como no te nían con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. ¿Cuál de los dos lo querrá más?»
Simón le contestó: «Pienso que aquel a quien le perdonó más.» Y Jesús le dijo: «Has juzgado bien.»
Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.
Tú no me has recibido con un beso, pero ella, desde que entró, no ha dejado de cubrirme los pies de besos.
Tú no me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha derramado perfume sobre mis pies.
Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le quedan perdonados, por el mucho amor que ha manifestado. En cambio aquel al que se le perdona poco, demuestra poco amor.»
Jesús dijo después a la mujer: «Tus pecados te quedan perdonados».
Y los que estaban con él a la mesa empezaron a pensar: «¿Así que ahora pretende perdonar pecados?»
Pero de nuevo Jesús se dirigió a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas predicando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce
y también algunas mujeres a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, mujer de un administrador de Herodes, llamado Cuza; Susana, y varias otras que los atendían con sus propios recursos.


“PERDÓN – AMOR” 
“Reconocer cuanto nos perdona Dios; para qué, con obras concretas, manifestemos nuestro gran amor hacia Él”. 
“EL AMOR DESPUÉS DEL PERDÓN”
Vers. 36. ¿Quiénes eran los fariseos? Sabemos que eran gente muy religiosa y que trataba de cumplir al máximo todas las enseñanzas de la ley, con todos los ritos de pureza que los judíos de esa época tenían. Eran personas dispuestas a un enorme sacrificio personal para satisfacer las obligaciones de la ley judía. Pero donde estaba su victoria, ahí también su derrota. Porque de tanto cumplir la ley ellos se consideraban perfectos y con derecho a juzgar a los que consideraban pecadores, a los que creían infractores de la ley... entre ellos los más pobres que, muchas veces, debían violentar la ley para ganarse el pan para sus familias. Recordemos que la ley judía estaba compuesta no solo de preceptos morales, como la nuestra, sino también de prescripciones de pureza e impureza, de lavados rituales, de comidas prohibidas, y trabajos que no se debían hacer, etc. Según J.Jeremías: “Se puede decir, por tanto, como resumen, que el círculo de Jesús incluía en primer lugar a los que eran víctimas del desprecio de la masa..., las gentes incultas, ignorantes, a quienes su ignorancia religiosa y su conducta moral prohibían, según los sentimientos de la época, el acceso a la salvación”

Vers. 37-38: Decir “una mujer pecadora” es suavizar la palabra, más bien se tendría que decir: “Una mujer prostituta” (se ganaba el pan diario entregando su cuerpo a la prostitución), porque eso era lo que hacía y de que vivía. Según Alonso Schökel (Biblia del Peregrino): “Era muy poco decoroso que tal mujer entrara en casa del anfitrión; los fariseos eran muy mirados en tales asuntos. Lo que hace después con Jesús es tan afectuoso como escandaloso: soltarse el cabello en presencia de varones, sobar con ellos los pies bañados en sus lágrimas, el derroche del perfume (aunque no lo derrame en la cabeza, como es costumbre). Todo sin reparo y con insistencia”. 

Vers. 39: No pasa desapercibido para Simón, el anfitrión, lo que está pasando. También es su fama al que se juega con esta mujer en su casa haciendo lo que hace. Lo imagino de todos colores, mirando para todos lados y totalmente desilusionado del “maestro” galileo. Aunque es respetuoso y cortés, muy propio de la época, y no dice nada... lo piensa. 

Vers. 40-43. La comparación que hace Jesús cae de maduro y es fácil de resolver... de hecho es lo que busca el Señor, que Simón tome partido sin dificultad y sin pensarlo mucho. Exagerado es hablar de amor por el perdón de una deuda, más fácil para nosotros tendría que ser la palabra “agradecimiento”, pero aquí se resalta el AMOR. De todas maneras es un amor interesado y no generoso: ama porque se le perdonó la deuda. Pero esto tiene mucha relación con la forma religiosa de Simón: el cumplimiento. Las personas que “cumplen”, no aman... retribuyen. El cumplidor equilibra su relación con los demás “devolviendo” favores, entregando de lo suyo por lo poco, o mucho, que los demás le dan (incluido Dios). Entonces entra en una relación de “negociado”: doy para que me den... a más perdón... más amor (Jesús entendía bien esta forma de pensar de Simón, y todos los fariseos, por eso este relato de los dos perdonados). Lo que Simón no sabía era lo que venía después... Jesús no da puntada sin hilo. 

Vers. 44-47: Samuel Oyin Abogunrin (Comentario Bíblico Internacional) nos dice: El Señor sabía perfectamente cuáles eran los malos pensamientos que pasaban por la mente de Simón. “Di, Maestro”, dijo Simón. Jesús le cuenta un breve relato, en el que menciona una moneda llamada denarius. Era el equivalente al salario de un día de trabajo para un trabajador del campo (cf. Mt 20, 2). Simón escuchó el relato de Jesús y respondió correctamente sin dificultad. Al hacerlo emitió un juicio sobre sí mismo (ésta era la intención de Jesús). Jesús recogió la respuesta de Simón, se volvió a la mujer y comparó la forma en que ella lo había tratado con la forma en que él, Simón, lo había tratado desde el momento en que entró en su casa. Jesús explicó porque su conducta hacia él era tan diferente: “Simón, se te ha perdonado poco, por eso amas poco”. Las comparaciones siempre son odiosas, pero sirven de contraste entre dos actitudes totalmente diversas: 
Simón                                                                                                               Mujer prostituta 


Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies / Ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos 


Tú no me besaste                                    Ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies 


Tú no ungiste mi cabeza.                                                             Ella derramó perfume sobre mis pies 

Simón invitó a su casa a Jesús, pero lo hizo por curiosidad, por cholulismo, o por lo que sea, menos por amor o por creerlo un enviado de Dios para la salvación de su vida... no trata bien, porque no ama, y no ama, porque no cree que se le deba perdonar nada: ¿De qué le sirve a Simón la presencia de Jesús si él se cree libre de culpa y pecado, si el se cree perfecto cumplidor de la ley? La mujer se reconoce perdonada, ella ve en Jesús a su salvador, a quién le trae de parte de Dios la esperanza de una vida nueva, por eso lo unge, lo trata con el agradecimiento y el amor que la cortesía de la época demandaba hacia un invitado a casa... Jesús estaba invitado no a su casa, sino a su corazón; no a su domicilio, sino a su “hogar”. 

Vers. 48-50: Los invitados: aquellos que, como Simón, solo están para Juzgar, para mirar, para hablar de los otros, no para encontrar perón, salvación, liberación... Recién entran en escena y lo hacen para pensar como Simón... con criterios de cumplimiento y solamente humanos... Jesús no es importante para ellos. Según Alonso Schökel (Biblia del Peregrino): Jesús pronuncia la fórmula de absolución, sancionando la reconciliación (Sal 103, 3: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias”). Esto provoca el segundo escándalo de los invitados, más grave que el primero, porque tiene por blanco la misión y revelación de Jesús. La fórmula convencional de despedida, “vete en paz”, se carga aquí de sentido trascendente y ha pasado a la práctica cristiana de la penitencia o la eucaristía. 







domingo, 9 de junio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 7,11-17. 
Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naín, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas.
Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba.
Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.»
Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo.»
Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores.

“JOVEN, YO TE LO ORDENO, LEVÁNTATE”

“Redescubrir que la Vida, en Jesús, es más fuerte que la muerte; para que, animados por la fe, esperemos la resurrección para la Vida Eterna”.
La entrada de Jesús, a Naím, aparece como triunfal: van sus discípulos y lo acompaña una gran multitud. La gente ya sabe quién es Cristo. Lo ven actuar, lo escuchan predicar. A cuántos de ellos habrá sanado, liberado, convertido, dado sentido a su vida. Estos creen y se juegan por el Señor. Son los que, junto a los Doce, van dejándolo todo… para recibir todo. 
Me cuesta imaginar a toda esa gran multitud. ¿Qué aspecto tendrían? ¿Seguirían a Jesús solo por sus milagros? ¿Era para ellos un sanador o empezaban a ver algo mas en Él? 
Esto es importante: ¿Qué significa Cristo para mí? ¿Mi vida cambia totalmente por Él o solo roza mi periferia? 
No sabemos qué pensaban estos hombres… pero si sabemos que en minutos más verían algo grande, algo nunca visto, algo que cambia obligadamente la mirada sobre Jesús. 
Dice el relato, en el versículo 12, que "justamente" cuando entraban al pueblo, del mismo salía una procesión fúnebre. El único hijo de una mujer viuda era llevado al cementerio. También a ella, como a Jesús, la acompañaba mucha gente. Es fácil la contraposición… El Dios de la vida es acompañado de una gran multitud; la que llora al muerto también viene con muchos a su lado. Todos se encuentran en un mismo lugar. Todos serán testigos de que la muerte ha perdido su señorío sobre la humanidad. 
Lo primero que nos dice san Lucas es que Jesús se "conmovió". La primera reacción de Cristo es dejarse impactar por el dolor ajeno. La tristeza de la mujer, la situación dramática que vive, enfoca la mirada de Jesús y le llega al corazón. A veces pasa así. No dominamos lo que sentimos, la situación nos desborda y nos lleva a la emoción condoliente, a experimentar como propio el dolor del que sufre. 
Lo raro es que no nace de Jesús mimetizarse con ella. Llorar con los que lloran. No. Sale una orden: "no llores". Casi seco, más razón que afecto, más decisión que dejarse llevar por la situación. Pero, pensándolo bien, "no llores" ¿no es un pedido demasiado apurado para quien ni sabe qué va a hacer o quién es este hombre? Si un desconocido, aunque esté rodeado de gente, me dice a cualquiera "no llores" ¿qué valor tienen esas palabras? ¿qué importancia le daría el doliente? 
Pero Jesús hace otra cosa más. Antes se "conmovió" y "habló". Ahora se "acercó" y "tocó" el féretro. Cuando Jesús toca el féretro, recién "los que lo llevaban" se detuvieron. ¡Hasta ahora todos seguían caminando! Es la mano de Jesús la que detiene la procesión fúnebre. El camino de la muerte se detiene cuando Cristo extiende su mano y toca a sus víctimas. Allí pronuncia esas palabras: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". El verbo utilizado por Jesús indica levantarse y también resucitar. 
Qué interesante, la mano de Jesús detiene la muerte, la palabra de Jesús restaura la vida. Lucas señala que "el muerto" (a esta altura sería el exmuerto) "se incorporó y empezó a hablar". Por la palabra se le devuelve la vida, con el habla se la manifiesta. La muerte ya no tiene nada para decir, ahora es la vida la que tiene la palabra. Comenta Lucas: "y Jesús se lo entregó a su madre". Es una escena que conmueve. Jesús se pasa la vida dando vida. En este caso le entrega a la mujer viuda a su hijo vivo, resucitado. Pero consigo mismo, y su madre, no será así. María recibirá el cuerpo sin vida y ensangrentado de su propio hijo. 
No dejemos que este milagro pase de largo por nuestras vidas. No permitamos que un milagro tan exquisito pase sin pena ni gloria por nuestro corazón orante. Le "saquemos el jugo", lo rumiemos, le pongamos sentimientos, lo impregnemos de espiritualidad. Porque milagros como este, por no decir todos, hacen que valoremos más la vida, que le demos sentido, que la convirtamos en algo sagrado. Amén.


domingo, 2 de junio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 9,11b-17.
Pero la gente lo supo y partieron tras él. Jesús los acogió y volvió a hablarles del Reino de Dios mientras devolvía la salud a los que necesitaban ser atendidos.
El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo.»
Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer.» Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?»
De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta.»
Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron.
Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente.
Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos.

CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

“LO COMPARTIDO SE MULTIPLICA”

“Motivarnos a continuar la Fiesta de la Eucaristía en nuestras vidas cotidianas para compartir el pan de Jesús con los más pobres y necesitados”


Se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto”

Hay mucha gente buena que se acerca a colaborar. Muchas veces nos dan grandes ideas. Abundan los “deberían hacer tal cosa…”, todo, por supuesto, lleno de muy buenas intenciones. Pero: ¿Hasta qué punto eso sólo es calmar la propia conciencia? Parece que a los apóstoles les pasó lo mismo. Le ordenan a Jesús que despida a la gente (no lo hacen ellos), para que vayan a buscar albergue y alimento (no los proveen ellos) y dan las razones para ello. ¡Todo muy teórico! Saben que hacer y por qué hacerlo… pero lo tienen que hacer los demás. La falta de compromiso les lleva a escudarse en la razón, y la tienen, pero parecen burócratas de escritorio o políticos de café que hacen todo con el dedo: “¡Hay que hacer esto!”, “¡Tendrían que hacer lo otro!” Los peones se hicieron capataces y ni siquiera para mandar sirven. Saber lo que pasa no sirve de nada si no nos arremangamos y nos ponemos manos a la obra. “Obras son amores y no buenas razones”.

El les respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. 

Jesús no deja a sus discípulos en la teoría, “vamos a la práctica” parece estar diciéndoles. A veces somos así, queremos que las cosas cambien pero nosotros no movemos ni un dedo para que esto ocurra. El Reino de los Cielos no se construye con mandones y capataces, se hace con obreros dispuestos al servicio. Los amigos de Jesús no le gritan lo que quieren que él haga, comparten sus esfuerzos para ayudarle a hacerlo.

Pero ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente”. Porque eran alrededor de cinco mil hombres.

La pobreza nuestra de cada día no tiene que limitarnos. Así como en las cosas naturales la imaginación e inteligencia suplen al dinero, así en las cosas de Dios la entrega y docilidad suplen la abundancia de bienes. Si sabemos dar lo poco que tenemos, Dios lo bendice multiplicándolo. Los discípulos son conscientes de su pobreza (“no tenemos más que…”) y ofrecen lo que pueden hacer (comprar alimentos) que, por otro lado, no solucionaría nada dada la gran cantidad de gente. Para nosotros también la pobreza y el hambre (en los dos sentidos: material y espiritual) nos desborda. Tratamos de “comprar alimentos” haciendo esfuerzos humanos, meritorios, pero insuficientes, para solucionar circunstancialmente problemas que son crónicos y coyunturales. Sin duda el “denles ustedes de comer” se hará realidad, pero con Dios como fuente siempre plena de recursos y la humanidad administrando esos dones que bajan del cielo.

Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: “Háganlos sentar en grupos de cincuenta”. Y ellos hicieron sentar a todos. 

La realidad supera a la imaginación, pero a la manera de Dios. Jesús no “despide” a nadie con las manos vacías y entregados a su suerte (como pedían los discípulos que hiciera), sino que, de manera inversa, los recibe. La impotencia humana frente a la emergencia es vencida por Jesús con la acción divina que convierte una situación de desánimo y despedida en una fiesta, en un banquete. Los hace sentar, nadie comerá “de parado”, no hay apuro ni apurados, no hay necesidad de atención para elegir la mejor parte, hay para todos y en abundancia. Los discípulos, mandones, se volvieron, por fin, obedientes. Cuando se acepta que Dios es el que tiene el “sartén por el mango” las cosas cambian, la impotencia humana se vuelve eficacia en el servicio. Dios hará el milagro, nosotros lo entregaremos a manos llenas.

Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.

La metodología de Dios está marcada en estos dos versículos. Dios toma la exigua realidad que le presentamos entre sus manos. Cuando entregamos nuestra vida en manos de Dios las posibilidades de ser felices se multiplican hasta el infinito. Por eso hay que entregarle al Señor los cinco panes y los dos pescados y no el hambre de todo un pueblo. Mucha gente entrega todos los días sus problemas y dificultades a Dios, por eso las cosas no se solucionan y tampoco encuentran remedio a sus males. Entregan carencias, entregan ofuscación, entregan tristezas, en suma, entregan “hambre”. Hasta nosotros mismos les decimos: “entrégale tu problema a Dios…”, pensando que así los ayudamos. La verdad es que de la nada Dios saca nada y de lo poco Dios saca mucho. La cosa no está en darle “hambre” (nada) a Dios, está en darle “cinco panes y dos pescados” (lo poco que tenemos). La próxima vez que alguien nos cuente sus problemas no le digamos “entrégale tu problema a Dios…”, sino más bien: “entrégale tu vida, tu corazón a Dios…” ¡seguro que la solución divina no tardará en aparecer y lo hará en abundancia!

Los hombres de Iglesia no aprendimos a enseñar el camino, “ciegos que guían a otros ciegos” dice Jesús. Llenamos nuestras enseñanzas de términos psicológicos, sociológicos, teológicos, filosóficos, políticos, etc. Siempre está la búsqueda de soluciones “con los ojos en la tierra”, somos como hormiguitas: siempre laboriosas, pero mirando el más acá, la solución terrenal, el camino de la razón, la técnica o la astucia. Centramos nuestras esperanzas en “planes pastorales”, recetas de autoayuda o alguna devoción de moda. Pero: ¿Y si hacemos como Jesús que “levantando los ojos al cielo pronunció la bendición”? No es tan difícil, ¿cierto? ¡Hay que orar más! Las técnicas, los procedimientos pastorales, las soluciones científicas, son buenas pero sin ORACIÓN no sirven de nada. Si no está de acuerdo con esto mire el mundo que le vamos a dejar a nuestros hijos después de toda una humanidad de técnica y “progreso”. Lo malo no está en dar de comer el pan, lo malo está en no bendecidlo primero. Ore y haga, no al revés. Llegará el día en que seremos como los discípulos: sin hacer nada podremos repartirlo todo.

Este milagro es el único que está en los cuatro evangelios, es figura de la eucaristía, pan del cielo para todos los hombres. A nosotros, nos corresponde que no la recibamos en vano. A nosotros, que de los bienes recibidos (espirituales y materiales), hagamos una fiesta del encuentro, repartiéndolos a los que más necesitan de ellos. Amén.