lunes, 24 de junio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Lucas  9: 18 - 24
18Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
19Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado.»
20Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El Cristo de Dios.»
21Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
22Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»
23Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.
24Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.

“¿Quién dicen que soy yo?”

“Aprender de Jesús a valorar la opinión ajena; para que, carguemos la cruz de cada día, aun en medio de fuertes críticas”

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”

El relato de hoy empieza presentándonos a Jesús en oración. En oración a solas. Aunque los discípulos lo acompañan, él ora a solas. En la vida, a veces, nos pasa así, hay cosas que tenemos que hacerlas solos, hay situaciones que tenemos que resolverlas solos. Más cierto es cuando la situación de que se trata es de muerte. Es allí donde la soledad es absoluta, donde la compañía de los que nos aman no pierde sentido, pero no nos resuelve la circunstancia. La muerte se tiene que experimentar en soledad. Es uno mismo quien debe asumirla y dejarse transformar por ella.

Jesús aprovecha la situación para preguntar: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. ¿Qué opinan de mí? ¿Tiene trascendencia lo que estoy haciendo? ¿Causa algún efecto? Es obvio que a Jesús no le interesa la “opinión” de los demás sobre su persona, no le interesa, digámoslo así, “el qué dirán”. Pero si le interesa saber hasta dónde llegó su mensaje, si caló hondo su prédica. Su pregunta apunta a lo que llamamos la “recepción” del evangelio. Por eso pregunta, para saber qué captó la gente sobre su presencia como Mesías. 

Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”

La respuesta de la gente a la prédica de Jesús –según los apóstoles– es asociar la nueva situación con lo ya conocido. ¿Hasta qué punto el mensaje de Jesús es “nuevo” para sus oyentes? ¿Se sienten interpelados por él? ¿Les ha creado algún conflicto con sus ideas o modo de vivir? No del todo. La presencia de Jesús es asociada a la de dos grandes profetas (Juan el Bautista y Elías) lo que significa que se ha captado el mensaje, considerando, sobre todo, que Elías fue el súper profeta de Israel. No deja de llamar la atención que, tanto Juan como Elías, sufrieron persecución del poder político de su época. Esto muestra la imagen que tenía Jesús para sus paisanos, era el profeta marginal y perseguido por los poderosos. 

“Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?” Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios” 

De todas maneras, parece que para Jesús esto no alcanza. ¿Qué opinaran los más cercanos, los que más lo conocen?

Jesús profundiza en su lectura de la realidad. Muchas veces nosotros despreciamos la opinión de los que tenemos más cerca. Pareciera que el sentir ajeno representa más la realidad de lo que somos que el conocimiento de quienes están a nuestro lado. Esto es muy fuerte durante la adolescencia, sobre todo en lo que se refiere a la propia personalidad y a las acciones del individuo. Pero también puede durar toda la vida si no sabemos ubicarnos. Mendigaremos opiniones externas, de gente que no nos conoce, de quienes no saben cómo somos, rechazando la sabiduría de aquellos que nos aman o sufren cotidianamente. Para Jesús no es así, le importa más la opinión de los suyos con respecto a su tarea, que la que, eventualmente, algún extraño pueda dar. 

Pedro respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”. Si bien Pedro es un hombre que se equivoca mucho, no hizo prevalecer sus propias ideas, sentimientos, afectos, sino que dejó que la docilidad a Dios provocara esta respuesta. Pedro conoce bien a Jesús, independientemente de sus dudas y temores, de sus equivocaciones y desaciertos, Pedro responde con la verdad. Aunque los que tenemos a nuestro lado, muchas veces se equivoquen, eso no quiere decir que estén cometiendo un error cuando nos expresan lo que piensan de nosotros. Tendríamos que aprender a escucharlos, porque su ayuda puede sernos vital.

“El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”

En una sola línea Jesús muestra toda su obra de salvación. No quiere engañar, no quiere mentir, no quiere ser el Mesías con minúsculas, un liberador revolucionario, un destructor de opresiones mundanas. Rompe el molde, no es uno más, es el único. Para que no haya confusiones muestra a sus discípulos que el Mesías viene a “sufrir mucho”, a morir y a resucitar. No hay falsos triunfalismos, no hay imágenes gloriosas, no es la exaltación del héroe. Es el mismo Dios que se hace tan humanidad, tan nosotros, asumiendo tanto nuestra naturaleza débil y pecadora, que prefiere pasar por el sufrimiento para que no suframos, transitar la muerte para que no muramos, resucitar glorioso para que su gloria nos resucite a nosotros. Jesús tomará el camino inverso, a contrapelo de un mundo que exalta el poder como modo de atropellar a los demás utilizando el poder y la gloria que su Padre le da para servir. 

“El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará”

Jesús hace una oferta, de aceptación libre: El que quiera venir detrás de mí. No se trata de obligarnos, se trata de aceptar nuestra libertad, y desde ella unirnos a la de Él. Tanto Jesús como sus discípulos se sienten, se experimentan libres. Sin imposiciones, sin abusar del otro. Pero la libertad, no nació para permanecer así indeterminada, sino para entregarla. Cuando uno resuelve ser libre, decide reservar su libertad para entregarla. Toda entrega implica una renuncia, es el costo, el precio que pagamos para adquirir lo que queremos. Una mujer que elige casarse con tal hombre, automáticamente está renunciando a casarse con todos los hombres del planeta. Si ella ama a ese hombre su renuncia está más que justificada y su libertad fue muy bien usada. Jesús apela a nuestra libertad para que renunciemos a nosotros mismos., para que carguemos con nuestra cruz, y lo sigamos. El valor supremo no es la libertad, no es la renuncia, no es la cruz. El valor supremo es seguirlo, ser como Él, salvar el mundo por el poder del servicio, renunciar a nosotros para darnos totalmente a los demás. Perder la vida, para salvarla.

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