domingo, 9 de junio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 7,11-17. 
Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naín, y con él iban sus discípulos y un buen número de personas.
Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba.
Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.»
Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo.»
Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores.

“JOVEN, YO TE LO ORDENO, LEVÁNTATE”

“Redescubrir que la Vida, en Jesús, es más fuerte que la muerte; para que, animados por la fe, esperemos la resurrección para la Vida Eterna”.
La entrada de Jesús, a Naím, aparece como triunfal: van sus discípulos y lo acompaña una gran multitud. La gente ya sabe quién es Cristo. Lo ven actuar, lo escuchan predicar. A cuántos de ellos habrá sanado, liberado, convertido, dado sentido a su vida. Estos creen y se juegan por el Señor. Son los que, junto a los Doce, van dejándolo todo… para recibir todo. 
Me cuesta imaginar a toda esa gran multitud. ¿Qué aspecto tendrían? ¿Seguirían a Jesús solo por sus milagros? ¿Era para ellos un sanador o empezaban a ver algo mas en Él? 
Esto es importante: ¿Qué significa Cristo para mí? ¿Mi vida cambia totalmente por Él o solo roza mi periferia? 
No sabemos qué pensaban estos hombres… pero si sabemos que en minutos más verían algo grande, algo nunca visto, algo que cambia obligadamente la mirada sobre Jesús. 
Dice el relato, en el versículo 12, que "justamente" cuando entraban al pueblo, del mismo salía una procesión fúnebre. El único hijo de una mujer viuda era llevado al cementerio. También a ella, como a Jesús, la acompañaba mucha gente. Es fácil la contraposición… El Dios de la vida es acompañado de una gran multitud; la que llora al muerto también viene con muchos a su lado. Todos se encuentran en un mismo lugar. Todos serán testigos de que la muerte ha perdido su señorío sobre la humanidad. 
Lo primero que nos dice san Lucas es que Jesús se "conmovió". La primera reacción de Cristo es dejarse impactar por el dolor ajeno. La tristeza de la mujer, la situación dramática que vive, enfoca la mirada de Jesús y le llega al corazón. A veces pasa así. No dominamos lo que sentimos, la situación nos desborda y nos lleva a la emoción condoliente, a experimentar como propio el dolor del que sufre. 
Lo raro es que no nace de Jesús mimetizarse con ella. Llorar con los que lloran. No. Sale una orden: "no llores". Casi seco, más razón que afecto, más decisión que dejarse llevar por la situación. Pero, pensándolo bien, "no llores" ¿no es un pedido demasiado apurado para quien ni sabe qué va a hacer o quién es este hombre? Si un desconocido, aunque esté rodeado de gente, me dice a cualquiera "no llores" ¿qué valor tienen esas palabras? ¿qué importancia le daría el doliente? 
Pero Jesús hace otra cosa más. Antes se "conmovió" y "habló". Ahora se "acercó" y "tocó" el féretro. Cuando Jesús toca el féretro, recién "los que lo llevaban" se detuvieron. ¡Hasta ahora todos seguían caminando! Es la mano de Jesús la que detiene la procesión fúnebre. El camino de la muerte se detiene cuando Cristo extiende su mano y toca a sus víctimas. Allí pronuncia esas palabras: "Joven, yo te lo ordeno, levántate". El verbo utilizado por Jesús indica levantarse y también resucitar. 
Qué interesante, la mano de Jesús detiene la muerte, la palabra de Jesús restaura la vida. Lucas señala que "el muerto" (a esta altura sería el exmuerto) "se incorporó y empezó a hablar". Por la palabra se le devuelve la vida, con el habla se la manifiesta. La muerte ya no tiene nada para decir, ahora es la vida la que tiene la palabra. Comenta Lucas: "y Jesús se lo entregó a su madre". Es una escena que conmueve. Jesús se pasa la vida dando vida. En este caso le entrega a la mujer viuda a su hijo vivo, resucitado. Pero consigo mismo, y su madre, no será así. María recibirá el cuerpo sin vida y ensangrentado de su propio hijo. 
No dejemos que este milagro pase de largo por nuestras vidas. No permitamos que un milagro tan exquisito pase sin pena ni gloria por nuestro corazón orante. Le "saquemos el jugo", lo rumiemos, le pongamos sentimientos, lo impregnemos de espiritualidad. Porque milagros como este, por no decir todos, hacen que valoremos más la vida, que le demos sentido, que la convirtamos en algo sagrado. Amén.


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