“Como ves mamá, el bebé tiene una hemorragia por la boca y la nariz, lo peor es que dentro de su cabecita tiene otra, los pulmones tienen agua y mucosidades y un virus en el estómago que no pudimos sacar, está falleciendo. Trae un sacerdote para que lo bendiga porque no pasa de esta noche”, así me dijo la doctora y me quedé sin habla.
Dalma Abigail asegura que estuvo un mes frente a su bebé, mirando su cuerpito de tan solo 1,4 kilos. Fue a principios de este año.
Un mes en el que ni siquiera pude darle el pecho. Estaba entubado, con cables por todas partes y con el estómago hinchado. Su alimentación era solo una sonda.
A las cuatro semanas los doctores le informaron, asevera, que era su última noche. La hemorragia cerebral había complicado todo.
“Me pidieron que busque un sacerdote y que me iban a dar asistencia psicológica”, recordó la mujer.
“Ahí sentí el mundo sobre mí. Sentí la peor de las decepciones y el abandono final.
Me habían quitado la vida a mi. Salí y me fui a mi casa, como nunca, abandonando a mi hijo. Cuando llegué mi esposo, que ya sabía todo, me dijo ‘vamos a rezar por él. Vamos a pedir por él, vamos a prometer por él. Dios nos va a escuchar’”, relató.
“Hubo un momento en que no creía ya en nada pero lo vi a él. Con tanta fe me arrodillé horas con los ojos sobre el piso. No sé que pasó en ese tiempo. Solo sé que le pedía Dios que me lo devuelva, que no se lo lleve, que me dé a mi hijo, ya que tanto yo había sufrido cuando niña”.
Dalma no pudo dormir, casi al amanecer se fue para el hospital Materno Infantil.
“Fui a buscar a mi hijo muerto, admito, fui a recibir la más cruel de las noticias para una madre. Pero algo sucedió. Me recibió una enfermera, que ya era como una amiga de cada mañana y su rostro no estaba triste.
“Pasó la noche sin asistencia y parece que se queda nomás, porque los doctores dijeron que mejoraron sus signos vitales de manera milagrosa”. Aún recuerda las palabras de la enfermera.
“Entré y lo vi, desnudo en su cunita y minutos más tarde llegaron los regalos. Una batita, pañales, ropita de abrigo, porque sus esperanzas eran nulas, jamás habíamos comprado ni siquiera unas medias para él”, describe.
Dalma Abigail llora y se ríe cuando mira a su hijo en brazos y le dice con un susurro: “No tenías nada de ropita, pero cuando seas grande vas a tener toda la que necesites y más”.
Cuando vuelve sus ojos a la entrevista el brillo de sus lágrimas son indisimulables.
“La verdad es que nunca pensé en tener hijos”, confiesa para agregar que proviene de una familia muy pobre y sin futuro.
Cuenta que en niña le detectaron toxoplasmosis, con una esterilidad casi segura.
“A los nueve años concurría a un consultorio barrial a recibir tratamiento psicológico”, sostiene.
“Yo iba contenta porque ahí me daban galletas, dulces y algo para comer”, dijo.
“Cuando tuve los trabajos de parto no tenía quién me asista, entonces llamamos a la policía y en el patrullero me llevaron al hospital. Mi hijo nació con bajo peso y con muchas dificultades respiratorias. Después una hemorragia intracraneal, nasal y finalmente un virus intrahospitalario lo llevó a no poder alimentarse. Desde su nacimiento estuvo en la incubadora. No lo podía tocar, ni amamantar”, detalla.
En un mes, acota, el bebé jamás subió un gramo de peso. A las cuatro semanas llegó al límite de sus fuerzas y al máximo de los esfuerzos médicos.
“No sé si mis oraciones o las de mi marido, nos sé si fueron mis lágrimas o la fuerza de la vida de ese niño los que hicieron posible su regreso, nunca lo voy a saber”. Con esas palabras recuerda los momentos más duro que le tocó vivir.
Promesa
“Pero cuando estuve conmocionada por la muerte, cuando estuve shockeada por la tragedia prometí difundir el milagro si este se producía. Prometí muchas cosas más, pero lo público es que le dije a Dios que su obra no iba a quedar entre nosotros y que esta alegría de comunicarla no tendría nada a cambio”, expresó la humilde joven.
Por eso hizo mil panfletos o volantes, con sus pocos recursos, para dar a conocer esta “gran noticia”.
“Yo que tanto sufrí de niña. Yo que me creía estéril para toda la vida, yo que no tengo nada que ofrecer, fui escuchada por Dios. A la noche fui a un sepulcro, en la mañana a un nacimiento. Estoy superada. No sé qué me pasó. Por qué a mí”.
“Si esto le parece fantasía escuche. Fui a la Anses a tramitar el subsidio. El niño no figuraba nacido aún. Vuelvo al Nuevo Hospital y me informan que está dado como fallecido. Logré la historia clínica y encuentro en uno de sus ítems la palabra ‘resucitado’.
Todo esto en muchos días que no puedo hilvanar si era ayer, antes o después.
“Si esto le parece fantasía escuche. Fui a la Anses a tramitar el subsidio. El niño no figuraba nacido aún. Vuelvo al Nuevo Hospital y me informan que está dado como fallecido. Logré la historia clínica y encuentro en uno de sus ítems la palabra ‘resucitado’.
Todo esto en muchos días que no puedo hilvanar si era ayer, antes o después.
Así estoy, feliz de tener a mi ángel en casa. Agradecida de los doctores y de las doctoras que tanto me mimaron antes y después.
A la enfermera que no sé ni cómo se llama que enterada que el bebé había sobrevivido a su peor noche me regaló sus primeros trapitos y ya no sé a quién más agradecer”, dice casi llorando de alegría.
Luego Abigail dijo sonriendo: “Recuerdo la cara de la doctora de cabecera cuando llegó al mediodía y se dio con el bebé de nuevo entubado y mejorando. Me miró y me dijo: ‘Me quemaste los libros’, fue una bromita inolvidable la que aún me da gracias”, rememoró.
Dalma Abigail, la mamá del milagro finalizó: “Quería mil folletos pero no me alcanzó, pero creo que mis palabras van llegar mas lejos”.
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