martes, 29 de julio de 2014

PREDICA SOBRE LA PROMESA DEL PADRE.






sábado, 26 de julio de 2014

COORDINADORES, CAPITANES Y LIDERES DE LA CAPILLA DE ADORACIÓN EUCARÍSTICA.




                                                                   

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-52):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán alhorno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»

Ellos le contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

Palabra del Señor

A los narradores les gusta que sus historias sean escuchadas, pero más les gusta que quienes las oigan saquen provecho de ellas. Jesús, buen conocedor de la psicología humana, sabe que para que sus oyentes se interesen por lo que él les está diciendo es importante que les llame la atención, y que más poderoso para llamar la atención de esa gente sencilla que contarles historias de buscadores de tesoros o de grandes negociantes... 

Todos nosotros necesitamos una ilusión, imaginemos cuanto más esta gente sufrida a la que Jesús se está dirigiendo, cansados de todo decidieron escuchar al maestro que de manera sencilla cuenta lo que es el Reino de los Cielos. 

En la primera parábola se habla del tesoro escondido, parece ser que la gente a falta de bancos o lugares seguros en la casa enterraba los pocos tesoros que tenían, y siempre hay de aquellos que tienen por tener y disfrutan teniendo guardado aunque pasen necesidades, y como no le cuentan a nadie lo que tienen por ser desconfiados, cuando se mueren todo se pierde. Esta vez el hombre de la parábola encuentra el tesoro en el campo (que obviamente no es de él) y lleno de alegría lo entierra de nuevo, va vende todo lo que tiene y compra el campo para que el tesoro sea suyo sin que nadie diga que lo robó. ¡Tonto el hombre! Pero, dígame, ¿Quién no sueña con algo así? Hoy en día algunos piensan en ganarse la lotería, la tómbola, o vaya a saber qué, pero un poco de platita no vendría mal...

Cómo usted puede ver Jesús no es ningún tonto, porqué con esto ya ganó la atención de su auditorio. Todos estarían pensando cómo no se encuentran ellos un tesoro así en el campo del patrón donde trabajan para ir a comprarle el campo y quedarse con el dinero, -¡Ojalá me pasara a mí!. Lo mismo sucede con la parábola de la perla fina, la misma idea, soñar que yo soy el comerciante y que también haría cualquier cosa por tener esa perla fina... Pero aquí Jesús da una vuelta de rosca...

Cuando vio la carita de atención e interés que todos le prestaban se puso a contar la parábola de la red y les dijo: “Así sucederá al fin del mundo... separarán a los malos de los justos para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Dos más dos es cuatro. De todos modos aclaremos, dijo el lechero poniéndole agua a la leche, lo que Jesús nos dice es qué si por un tesoro de mucha o poca plata sos capaz de venderlo todo, si por una perla fina sos capaz de despojarte de todas tus riquezas, ¡Cuánto más por salvar tu vida! ¡Cuánto más por el Reino de los Cielos!. A esta altura, me imagino, que todos los oyentes ya querían ser discípulos de Jesús...

Lo que el Señor hoy nos dice, con su peculiar estilo, es: hermano dejá de perder tiempo con todas las tonterías que hacés y dedicate a lo que en verdad sirve. Como el rey Salomón que sólo quiso tener “un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”; así nosotros debemos dejar de lado todo lo superfluo y dedicarnos a lo esencial, esto es, el Reino de los Cielos.


“¿Comprenden todo esto?”. “Sí”, le respondieron. Ojalá nosotros también respondamos lo mismo y no sólo de palabra sino en la vida. Amén.

viernes, 18 de julio de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo  según san Mateo 13, 24-43

Jesús propuso a la gente esta parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: "Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?" Él les respondió: "Esto lo ha hecho algún enemigo".

Los peones replicaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" "No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero ».
También les propuso otra parábola:

«El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, ésta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas Y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas».
Después les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa».

Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin ellas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: «Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo». Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña en el campo». Él les respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles.
Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y éstos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
                                                                                                                             Palabra del Señor.

Tanto usted, como yo, muchas veces, hemos querido terminar con los problemas de una vez por todas, darle punto final a algo. Cuando nos hemos fijado en tratar de sacar algo malo, muchas veces, por arrebatamiento, por equivocación, porque todavía no estaba maduro, hemos terminado tirando lo bueno, haciendo más daño que el bien que podíamos hacer. O también, por ahí hemos pensado: ¿por qué a mí?, ¿por qué a mí me va mal?, ¿por qué tengo problemas yo, por qué no los tiene fulano o mengano o el otro o aquél que es malo, que no sirve para nada, que hace mal las cosas, que no se preocupa, que no es una buena persona? ¿Por qué a los malos Dios no los castiga y los buenos tienen que sufrir?1. ¿Por qué Dios deja que se mezcle lo bueno con lo malo? Lo que la Palabra de hoy, tanto en el libro de la sabiduría de la primera lectura como en el Evangelio, nos dice es: Hermano... ¡paciencia! 

La primera lectura nos habla de eso. Dios es bueno y es grande y Él tiene poder para destruir el mal y a los que hacen el mal. Pero Dios es tan fuerte que “domina” su cólera, su enojo, su justicia. Se vuelve paciente y espera, porque lo que quiere es que el que se equivoca se convierta y cambie, se arrepienta. No quiere la muerte del pecador, quiere que cambie, quiere que viva. 

Pensemos nosotros si Dios, a la primera caída que hemos tenido, nos hubiese cortado la cabeza: ¡No quedarían creyentes en ninguna parte del mundo! ¿Quién puede decir: ‘¡Ah, yo no tengo pecado!’? Nadie. Si Dios nos tendría que haber castigado la primera vez que nos hemos equivocado, ya no existiríamos. Pero Dios nos tiene paciencia y así le tiene paciencia a todos, y así deja que esta cizaña crezca al lado del trigo para ver de una vez, después, que esa cizaña se convierta. 

Jesús dice: ¡Cuidado! Porque lo que Dios quiere es que las cosas se hagan bien. Y la idea de Jesús es: ‘Muchachos, no nos arrebatemos. Si no distinguimos todavía, puede ser que dañemos. Esperemos a terminar, cuando por sus frutos los conozcamos, y ahí se van a dar cuenta todos, van a ver de qué se trata y vamos a poder arrancar la cizaña y tirarla al fuego, y vamos a poder arrancar el trigo y guardarlo en el granero.’ 

Por eso se necesita paciencia y discernimiento. Y vos, que andás corriendo por detrás de tus pecados para cambiar, para dejar de ser malo. Que decís: ‘Quiero mejorar, quiero cambiar, quiero dejar de ser malo, quiero arrancar de mí esto otro’. Sacate eso de la cabeza de una vez por todas. Hacelo por Jesús. No busqués arrancar la cizaña, sino buscá que crezca el trigo humano. Empezá a pensar en positivo, valorá lo bueno que tenés, lo que Dios te puso. Ya sé que es difícil. Muchas veces, en la casa, es difícil ver el bien. Muchas veces, en el trabajo, en el mundo, en todos lados, acá en la Parroquia, es difícil ver las buenas actitudes. Y así pareciera que es nuestra actitud, nuestra manera de ser, el fijarnos, con binoculares en la maldad, como si fuera lo único. Siempre nos estamos quejando de algo. Y con Jesús, tenemos que pensar en positivo, para darnos cuenta de lo bueno, para no querer arrancar la cizaña. 

Muchos de nosotros vivimos examinando el pasado para decir que soy así por lo que viví cuando era chiquito. Es cierto que algunos necesitan tratamiento terapéutico, pero en la mayoría de nosotros, no se trata de saber por qué soy así. No quiero ver por qué soy así, no quiero echarle la culpa a mi mamá, a mi papá, porque tengo esta manera de ser. Lo que tengo que ver es quién quiero ser, cómo quiero ser, no criticar la cizaña que hay que arrancar. No es eliminando el mal cómo me voy a cuidar, es poniendo la fuerza dentro mío. 

Cuando usted llega de noche a su casa, ¿qué hace? ¿Corre las tinieblas, saca lo malo, patea la oscuridad? No. Va y prende la luz y se acabó. No existe más la oscuridad. A usted le hace frío, ¿qué hace?¿Dice: ¡Fuera frío!? No: Se abriga y listo. No mirés por qué soy así, mirá hacia dónde querés llegar. No mirés lo malo que hiciste ayer, mirá un poco adelante, fijate a dónde vas, practicá eso. 

La verdad está en esto: GRANDEZA EN LO PEQUEÑO. Todo empieza de a poco. Todo empieza despacio. Todo comienza chiquito. La primera célula tuya no se la podía ver y ahí empezaste y mirá lo que ahora sos, aún la grandeza la tenés ahí. De a poco. ¿Querés llegar lejos? No quieras dar el gran salto. Caminá, vas a llegar. Como la fábula de la liebre y la tortuga: la tortuga despacio, pero con la firmeza para seguir adelante. Paso por paso, poco a poco, despacio vamos a llegar a la meta. Ponete la meta y concentrate en eso, es importante para vos y hacelo. Si pretendés hacerlo de un día para el otro no vas a conseguir nada. Nos pasa que somos ansiosos. Agarramos un libro, lo leemos, llegamos a la mitad y lo dejamos, no lo leemos más. Nos sentamos a ver televisión y comemos… porque la televisión no nos llena. Prendemos la radio, la televisión, el mini componente y hacemos funcionar todo. Tengo que tener todo prendido. Vayamos despacio, cosa por cosa. Disfrutemos, aprovechemos y veamos crecer despacio nuestra vida. No importa si tardamos, porque esto no es una competencia. Lo que importa es que caminemos y disfrutemos esta vida que el Señor nos da. “Pero tengo problemas”. “Sí, miles, hasta que te mueras vas a tener problemas”. Pero también hay alegría, estás vivo: ¡aprovechalo! Fijate lo bueno que hay, que Dios te quiere regalar y te lo ha puesto ahí. ¡Cuánto de trigo que Dios ha puesto en tu vida! Ese granito de mostaza que Dios puso en tu vida y todavía sigue en semillita. Y te ocupaste de sacar todo, limpiar siempre el granero y has perdido tiempo porque mañana va a estar sucio de nuevo, porque no te preocupaste en sembrar. Hacelo hoy. Empezá de nuevo, querete un poco. No importa cómo lograste ser como sos, importa lo que vas a llegar a ser. No importa lo que te rodea, importa lo que se siembre. Empezá despacio, con grandeza, porque eso es lo que importa: el descubrir la voluntad de Dios, ir mirando, organizando y hacerlo despacio. 

Hoy le pidamos a Jesús eso, que nos enseñe a tener paciencia con nosotros, que nos enseñe a tener paciencia con nosotros mismos, que nos enseñe a aceptar que hay cizaña en nuestra vida al lado del trigo y que nos muestre con claridad que lo peor que podemos hacer es querer arrancar todo de golpe, que lo que tenemos que hacer es dejar crecer las dos y alentar el crecimiento del trigo, ser grandes en eso poco que hacemos, para que se desarrolle, crezca y mi vida no sea tan amarga sino que sea significativa, sea feliz, valga la pena haber vivido.

martes, 15 de julio de 2014

“Carguen sobre ustedes mi yugo y encontrarán alivio”





"ALIVIO"

“Redescubrir la necesidad ineludible de cargar el yugo de Jesús para encontrar alivio en nuestras vidas”

): Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30.

Este "himno jubiloso" de Jesucristo pone de manifiesto, de un modo muy especial, la conciencia que tuvo Jesús durante su vida terrena de ser hijo de Dios. El motivo de la acción de gracias no está, como podría parecer a primera vista, en que la revelación ha sido escondida a los sabios y prudentes de este mundo y concedida a los pequeños. La contraposición entre el ocultamiento y la revelación está destinada a hacer resaltar la idea que se quiere expresar positivamente: Jesús está contento porque Dios se ha revelado, por fin conocemos a Dios tal cual es. Ese es el motivo de alegría que tiene Jesús, con Él todos los hombres pueden decir que ya conocen a Dios.

La expresión “sabios y prudentes”, apunta a los doctores de la Ley, que ocupan la cátedra de Moisés (23,2) y atribuyen la obra de Jesús al poder de Belzebul, el príncipe de los demonios (12,24). Ellos piensan que no tienen nada que aprender de un hombre tan humilde y sencillo como Jesús. La pretensión de ser sabios les cierra los ojos y los oídos a la presencia de Dios en la actividad del carpintero hijo de María (13,55). Como se sienten demasiado seguros de sí mismos y de su propia doctrina, no se dejan interpelar por el mensaje del reino de Dios (cf. 15,6). 

En contraposición con los sabios y prudentes están los pequeños. El término griego dice literalmente "niños pequeños", que incluye una clara connotación de ingenuidad e ignorancia. Más aún, el vocablo tiene un cierto matiz peyorativo: se trata del simple, del ignorante, de alguien que desde el punto de vista humano no tiene demasiadas luces. Esta gente sencilla está emparentada con los niños (18,14), los afligidos y agobiados (12, 28) y las ovejas sin pastor (9,36). La ignorancia de la gente sencilla no constituye una virtud ni es algo meritorio que explique la razón de la preferencia. La raíz de todo está en el amor generoso del Padre.

Después de pronunciar esta acción de gracias, Jesús revela su propia identidad. Ser hijo constituye el núcleo de la conciencia que Jesús tiene de sí mismo frente a Dios. Por eso declara primero que nadie conoce al Hijo sino el Padre, haciendo ver de ese modo que el reconocimiento del Hijo es siempre un don que procede del Padre. Luego afirma que nadie conoce al Padre sino el Hijo, y en razón de este mutuo conocimiento sólo el Hijo puede revelar el verdadero conocimiento del Padre.

El yugo suave y la carga liviana:

La imagen del yugo, ya conocida en el Antiguo Testamento (Jer 2,20; 5,5; Os 10,11), designa corrientemente en el judaísmo la ley de Dios escrita y oral (cf. 15,2). Este yugo no constituía para los judíos piadosos una carga insoportable, ya que la Torá era dulce como la miel del panal, motivo de complacencia y lámpara para los pasos de aquellos que la meditan de día de noche (cf. Sal 1; 19,8-15; 119). Tomar sobre sí el yugo es también una expresión metafórica del lenguaje rabínico, que designa la aceptación y el reconocimiento de la doctrina de un maestro. En el libro del Eclesiástico (Eclo 51,23-27), la Sabiduría personificada invita a poner el cuello bajo su yugo, a fin de ser instruidos y de encontrar un gran descanso. En este pasaje, de marcado tono sapiencial, Jesús emplea esa misma imagen para dirigirse a los que están afligidos y agobiados. Pero al hablar de "mi yugo" no se refiere a la sabiduría o a la ley antigua, sino a sí mismo y al gozo de seguir sus pasos. Por lo tanto, Jesús pide a sus seguidores que se dejen instruir por él y se hagan discípulos suyos. Al mismo tiempo, se pone a sí mismo como modelo, de modo que el seguimiento implica también imitación. Esta última idea se encuentra expresada del modo más pleno en 1 Ped 2, 21: “...Cristo padeció por nosotros; así dejó un ejemplo para que sus discípulos sigan sus huellas”.

“CORAZÓN DE TIERRA... BUENA”



                                                              "SEMBRAR - FECUNDIDAD”
“Reasumir que todos somos tierra donde el Señor siembra su Palabra para preparar adecuadamente nuestro corazón y dar fruto abundante de lo sembrado en nosotros”

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-23:

El sembrador salió a sembrar... El sembrador siembra, no cultiva, no riega, no fabrica la semilla, el sembrador es solamente sembrador. Según la parábola, ¿quién hace la semilla? Dios. ¿Quién riega? Dios. ¿Quién produce la semilla? Dios. ¿Qué necesita Dios del sembrador? Que siembre. De lo demás se encarga Dios. El sembrador es el predicador. Imaginemos: salían los discípulos a predicar y hablaban del Reino de los Cielos y algunos decían: “¡Ah..., esos son pavadas!”; otros decían: “¡Qué bueno que está!”; y al ratito no se acordaban de lo que decían. Otros le interesaban, pero tenían tantas cosas que no hacían nada. Y otros sí escuchaban la Palabra. Y los discípulos fueron a Jesús a decirles: “Pero, Maestro, hemos predicado y solamente se ha convertido este grupito”. “No importa, dice Jesús, porque tu tarea no es convertir, tu tarea es predicar. Tu tarea no es dar la gracia, tu tarea es predicar. Tu tarea no es armar una predicación bonita, ni hacer que la Palabra de Dios tenga fuerza, ya la tiene sola. Tu tarea es decir la Palabra tal como está. Si se convierten o no, vos no te hagás problema. Porque de los que se conviertan, unos valen el 30, el otro 60 y el otro, el 100 por 100”. Como vemos, Jesús divide en cuatro partes, estos son los que se convierten y estos son los que no se convierten. Hay un 75% que no escucha la Palabra y si la escucha no la practica; y sólo un 25% que se convierte. Y ahí es donde Jesús dice: esos van a dar el fruto con todo y lo más bueno de todo es que aquellos que se conviertan van a ser también predicadores, con su vida y con su Palabra. Por eso, tu tarea, predicador, es predicar y no te desanimes, no te canses de hacerlo, no tengas miedo del fracaso, predicá y nada más hacelo bien, como dice la Palabra.

Podemos mirar esta parábola también desde el punto de vista del convertido. A todos nosotros, en algún momento, nos predicaron la Palabra y aún ahora nos la siguen predicando. Muchos de nosotros somos predicadores de la Palabra y, sin embargo, también, muchas veces, escuchamos predicaciones de la Palabra. Y uno se pregunta: ¿Cómo anda mi corazón?, ¿Qué clase de corazón tengo? No tengo un corazón de oro, ni de piedra, ni de hierro. Tengo un corazón de tierra, pero tierra buena, tierra fértil. Y en este corazón llega la Palabra de Dios. Hay muchos de nosotros que ni siquiera quieren escuchar la Palabra: “Vamos a Misa”, “¡Ah..., qué voy a perder tiempo!”. Lo dicen en casa, lo vemos en nuestros vecinos, en los amigos, en los compañeros de trabajo, son esos que no quieren no oír hablar de Dios. Y cuando uno les habla de la Iglesia, lo único que hacen es criticarla y murmurar de la Iglesia: “¡Uh... porque los que van a Misa...! ¡Uh... porque los curas...!”. Y entonces uno muchas veces dice “este no quiere ni escuchar”. Esos son los que están ahí fuera del camino. Llega el demonio, dice Jesús, y se come la semilla, ni siquiera dejaron que llegara a su corazón, se negaron a escuchar la Palabra. Esos son esa tierra del camino, esa tierra dura, el pajarito se come la semilla, el demonio viene y se lleva la Palabra y no deja que se conviertan. 

Hay otros, dice Jesús, que son tierra que está bajo una piedra, y son estos que la piedra deja pasar la semilla, enseguida echa raíces y sale, pero como hay piedra abajo no puede echar raíces profundas, entonces viene un sol caliente, fuerte, se acabó, la quema a la planta. Y esos son los que escuchan, le entra por un lado y le sale por el otro. Uno escucha muchas veces: “¡Ay..., qué lindo habló el Sacerdote hoy...!”; “Y, ¿qué dijo?”; “No sé”. Le gustó pero ni se acuerda ya lo que dijo, le guste las cosas de la fe, pero en su corazón no son importantes. Hace grandes propósitos: Yo voy a cambiar, voy a hacer esto, lo otro. Son los que no cumplen las promesas, los que se olvidan de los propósitos, no tienen profundidad en su corazón, falta constancia, falta motivación para seguir adelante en el camino de la fe. 

Y hay otros, dice Jesús, que son como la semilla que cae en las plantas con espinas. Buena tierra, sale la semilla, las espinas asfixian esa planta. Son los que viven en miles de preocupaciones: que la casa, que el trabajo, que la plata, que no alcanza, preocupados por lo que van a comer, por lo que van a beber. Pero, claro, en una cabeza así, dispersa, qué puede esa persona concentrarse en la Palabra. Y entonces vive pensando en otras cosas y no en la Palabra de Dios. Le gusta recibir la Palabra, sabe lo que la Palabra le dice, pero muchas veces no la practica, no la vive, o más piensa en lo que le pasa hoy que en las cosas que el Señor le está diciendo. Son de los que quieren abrir la puerta y se olvidan de entrar. 


Y, después, están los otros que sí, les gusta, la reciben, y plenamente la hacen crecer, según la capacidad, uno el 30, al 60, al 100. Y uno tiene que ver cómo es uno, darse cuenta quién soy yo. Y, dándome cuenta, aceptarme como soy y tratar de mejorar.