martes, 15 de julio de 2014

“CORAZÓN DE TIERRA... BUENA”



                                                              "SEMBRAR - FECUNDIDAD”
“Reasumir que todos somos tierra donde el Señor siembra su Palabra para preparar adecuadamente nuestro corazón y dar fruto abundante de lo sembrado en nosotros”

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 13, 1-23:

El sembrador salió a sembrar... El sembrador siembra, no cultiva, no riega, no fabrica la semilla, el sembrador es solamente sembrador. Según la parábola, ¿quién hace la semilla? Dios. ¿Quién riega? Dios. ¿Quién produce la semilla? Dios. ¿Qué necesita Dios del sembrador? Que siembre. De lo demás se encarga Dios. El sembrador es el predicador. Imaginemos: salían los discípulos a predicar y hablaban del Reino de los Cielos y algunos decían: “¡Ah..., esos son pavadas!”; otros decían: “¡Qué bueno que está!”; y al ratito no se acordaban de lo que decían. Otros le interesaban, pero tenían tantas cosas que no hacían nada. Y otros sí escuchaban la Palabra. Y los discípulos fueron a Jesús a decirles: “Pero, Maestro, hemos predicado y solamente se ha convertido este grupito”. “No importa, dice Jesús, porque tu tarea no es convertir, tu tarea es predicar. Tu tarea no es dar la gracia, tu tarea es predicar. Tu tarea no es armar una predicación bonita, ni hacer que la Palabra de Dios tenga fuerza, ya la tiene sola. Tu tarea es decir la Palabra tal como está. Si se convierten o no, vos no te hagás problema. Porque de los que se conviertan, unos valen el 30, el otro 60 y el otro, el 100 por 100”. Como vemos, Jesús divide en cuatro partes, estos son los que se convierten y estos son los que no se convierten. Hay un 75% que no escucha la Palabra y si la escucha no la practica; y sólo un 25% que se convierte. Y ahí es donde Jesús dice: esos van a dar el fruto con todo y lo más bueno de todo es que aquellos que se conviertan van a ser también predicadores, con su vida y con su Palabra. Por eso, tu tarea, predicador, es predicar y no te desanimes, no te canses de hacerlo, no tengas miedo del fracaso, predicá y nada más hacelo bien, como dice la Palabra.

Podemos mirar esta parábola también desde el punto de vista del convertido. A todos nosotros, en algún momento, nos predicaron la Palabra y aún ahora nos la siguen predicando. Muchos de nosotros somos predicadores de la Palabra y, sin embargo, también, muchas veces, escuchamos predicaciones de la Palabra. Y uno se pregunta: ¿Cómo anda mi corazón?, ¿Qué clase de corazón tengo? No tengo un corazón de oro, ni de piedra, ni de hierro. Tengo un corazón de tierra, pero tierra buena, tierra fértil. Y en este corazón llega la Palabra de Dios. Hay muchos de nosotros que ni siquiera quieren escuchar la Palabra: “Vamos a Misa”, “¡Ah..., qué voy a perder tiempo!”. Lo dicen en casa, lo vemos en nuestros vecinos, en los amigos, en los compañeros de trabajo, son esos que no quieren no oír hablar de Dios. Y cuando uno les habla de la Iglesia, lo único que hacen es criticarla y murmurar de la Iglesia: “¡Uh... porque los que van a Misa...! ¡Uh... porque los curas...!”. Y entonces uno muchas veces dice “este no quiere ni escuchar”. Esos son los que están ahí fuera del camino. Llega el demonio, dice Jesús, y se come la semilla, ni siquiera dejaron que llegara a su corazón, se negaron a escuchar la Palabra. Esos son esa tierra del camino, esa tierra dura, el pajarito se come la semilla, el demonio viene y se lleva la Palabra y no deja que se conviertan. 

Hay otros, dice Jesús, que son tierra que está bajo una piedra, y son estos que la piedra deja pasar la semilla, enseguida echa raíces y sale, pero como hay piedra abajo no puede echar raíces profundas, entonces viene un sol caliente, fuerte, se acabó, la quema a la planta. Y esos son los que escuchan, le entra por un lado y le sale por el otro. Uno escucha muchas veces: “¡Ay..., qué lindo habló el Sacerdote hoy...!”; “Y, ¿qué dijo?”; “No sé”. Le gustó pero ni se acuerda ya lo que dijo, le guste las cosas de la fe, pero en su corazón no son importantes. Hace grandes propósitos: Yo voy a cambiar, voy a hacer esto, lo otro. Son los que no cumplen las promesas, los que se olvidan de los propósitos, no tienen profundidad en su corazón, falta constancia, falta motivación para seguir adelante en el camino de la fe. 

Y hay otros, dice Jesús, que son como la semilla que cae en las plantas con espinas. Buena tierra, sale la semilla, las espinas asfixian esa planta. Son los que viven en miles de preocupaciones: que la casa, que el trabajo, que la plata, que no alcanza, preocupados por lo que van a comer, por lo que van a beber. Pero, claro, en una cabeza así, dispersa, qué puede esa persona concentrarse en la Palabra. Y entonces vive pensando en otras cosas y no en la Palabra de Dios. Le gusta recibir la Palabra, sabe lo que la Palabra le dice, pero muchas veces no la practica, no la vive, o más piensa en lo que le pasa hoy que en las cosas que el Señor le está diciendo. Son de los que quieren abrir la puerta y se olvidan de entrar. 


Y, después, están los otros que sí, les gusta, la reciben, y plenamente la hacen crecer, según la capacidad, uno el 30, al 60, al 100. Y uno tiene que ver cómo es uno, darse cuenta quién soy yo. Y, dándome cuenta, aceptarme como soy y tratar de mejorar.

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