"ALIVIO"
“Redescubrir la necesidad ineludible de cargar el yugo de Jesús para encontrar alivio en nuestras vidas”
): Lectura del santo Evangelio según san Mateo 11, 25-30.
Este "himno jubiloso" de Jesucristo pone de manifiesto, de un modo muy especial, la conciencia que tuvo Jesús durante su vida terrena de ser hijo de Dios. El motivo de la acción de gracias no está, como podría parecer a primera vista, en que la revelación ha sido escondida a los sabios y prudentes de este mundo y concedida a los pequeños. La contraposición entre el ocultamiento y la revelación está destinada a hacer resaltar la idea que se quiere expresar positivamente: Jesús está contento porque Dios se ha revelado, por fin conocemos a Dios tal cual es. Ese es el motivo de alegría que tiene Jesús, con Él todos los hombres pueden decir que ya conocen a Dios.
La expresión “sabios y prudentes”, apunta a los doctores de la Ley, que ocupan la cátedra de Moisés (23,2) y atribuyen la obra de Jesús al poder de Belzebul, el príncipe de los demonios (12,24). Ellos piensan que no tienen nada que aprender de un hombre tan humilde y sencillo como Jesús. La pretensión de ser sabios les cierra los ojos y los oídos a la presencia de Dios en la actividad del carpintero hijo de María (13,55). Como se sienten demasiado seguros de sí mismos y de su propia doctrina, no se dejan interpelar por el mensaje del reino de Dios (cf. 15,6).
En contraposición con los sabios y prudentes están los pequeños. El término griego dice literalmente "niños pequeños", que incluye una clara connotación de ingenuidad e ignorancia. Más aún, el vocablo tiene un cierto matiz peyorativo: se trata del simple, del ignorante, de alguien que desde el punto de vista humano no tiene demasiadas luces. Esta gente sencilla está emparentada con los niños (18,14), los afligidos y agobiados (12, 28) y las ovejas sin pastor (9,36). La ignorancia de la gente sencilla no constituye una virtud ni es algo meritorio que explique la razón de la preferencia. La raíz de todo está en el amor generoso del Padre.
Después de pronunciar esta acción de gracias, Jesús revela su propia identidad. Ser hijo constituye el núcleo de la conciencia que Jesús tiene de sí mismo frente a Dios. Por eso declara primero que nadie conoce al Hijo sino el Padre, haciendo ver de ese modo que el reconocimiento del Hijo es siempre un don que procede del Padre. Luego afirma que nadie conoce al Padre sino el Hijo, y en razón de este mutuo conocimiento sólo el Hijo puede revelar el verdadero conocimiento del Padre.
El yugo suave y la carga liviana:
La imagen del yugo, ya conocida en el Antiguo Testamento (Jer 2,20; 5,5; Os 10,11), designa corrientemente en el judaísmo la ley de Dios escrita y oral (cf. 15,2). Este yugo no constituía para los judíos piadosos una carga insoportable, ya que la Torá era dulce como la miel del panal, motivo de complacencia y lámpara para los pasos de aquellos que la meditan de día de noche (cf. Sal 1; 19,8-15; 119). Tomar sobre sí el yugo es también una expresión metafórica del lenguaje rabínico, que designa la aceptación y el reconocimiento de la doctrina de un maestro. En el libro del Eclesiástico (Eclo 51,23-27), la Sabiduría personificada invita a poner el cuello bajo su yugo, a fin de ser instruidos y de encontrar un gran descanso. En este pasaje, de marcado tono sapiencial, Jesús emplea esa misma imagen para dirigirse a los que están afligidos y agobiados. Pero al hablar de "mi yugo" no se refiere a la sabiduría o a la ley antigua, sino a sí mismo y al gozo de seguir sus pasos. Por lo tanto, Jesús pide a sus seguidores que se dejen instruir por él y se hagan discípulos suyos. Al mismo tiempo, se pone a sí mismo como modelo, de modo que el seguimiento implica también imitación. Esta última idea se encuentra expresada del modo más pleno en 1 Ped 2, 21: “...Cristo padeció por nosotros; así dejó un ejemplo para que sus discípulos sigan sus huellas”.
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