sábado, 26 de julio de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,44-52):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra. El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán alhorno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»

Ellos le contestaron: «Sí.» Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»

Palabra del Señor

A los narradores les gusta que sus historias sean escuchadas, pero más les gusta que quienes las oigan saquen provecho de ellas. Jesús, buen conocedor de la psicología humana, sabe que para que sus oyentes se interesen por lo que él les está diciendo es importante que les llame la atención, y que más poderoso para llamar la atención de esa gente sencilla que contarles historias de buscadores de tesoros o de grandes negociantes... 

Todos nosotros necesitamos una ilusión, imaginemos cuanto más esta gente sufrida a la que Jesús se está dirigiendo, cansados de todo decidieron escuchar al maestro que de manera sencilla cuenta lo que es el Reino de los Cielos. 

En la primera parábola se habla del tesoro escondido, parece ser que la gente a falta de bancos o lugares seguros en la casa enterraba los pocos tesoros que tenían, y siempre hay de aquellos que tienen por tener y disfrutan teniendo guardado aunque pasen necesidades, y como no le cuentan a nadie lo que tienen por ser desconfiados, cuando se mueren todo se pierde. Esta vez el hombre de la parábola encuentra el tesoro en el campo (que obviamente no es de él) y lleno de alegría lo entierra de nuevo, va vende todo lo que tiene y compra el campo para que el tesoro sea suyo sin que nadie diga que lo robó. ¡Tonto el hombre! Pero, dígame, ¿Quién no sueña con algo así? Hoy en día algunos piensan en ganarse la lotería, la tómbola, o vaya a saber qué, pero un poco de platita no vendría mal...

Cómo usted puede ver Jesús no es ningún tonto, porqué con esto ya ganó la atención de su auditorio. Todos estarían pensando cómo no se encuentran ellos un tesoro así en el campo del patrón donde trabajan para ir a comprarle el campo y quedarse con el dinero, -¡Ojalá me pasara a mí!. Lo mismo sucede con la parábola de la perla fina, la misma idea, soñar que yo soy el comerciante y que también haría cualquier cosa por tener esa perla fina... Pero aquí Jesús da una vuelta de rosca...

Cuando vio la carita de atención e interés que todos le prestaban se puso a contar la parábola de la red y les dijo: “Así sucederá al fin del mundo... separarán a los malos de los justos para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” Dos más dos es cuatro. De todos modos aclaremos, dijo el lechero poniéndole agua a la leche, lo que Jesús nos dice es qué si por un tesoro de mucha o poca plata sos capaz de venderlo todo, si por una perla fina sos capaz de despojarte de todas tus riquezas, ¡Cuánto más por salvar tu vida! ¡Cuánto más por el Reino de los Cielos!. A esta altura, me imagino, que todos los oyentes ya querían ser discípulos de Jesús...

Lo que el Señor hoy nos dice, con su peculiar estilo, es: hermano dejá de perder tiempo con todas las tonterías que hacés y dedicate a lo que en verdad sirve. Como el rey Salomón que sólo quiso tener “un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal”; así nosotros debemos dejar de lado todo lo superfluo y dedicarnos a lo esencial, esto es, el Reino de los Cielos.


“¿Comprenden todo esto?”. “Sí”, le respondieron. Ojalá nosotros también respondamos lo mismo y no sólo de palabra sino en la vida. Amén.

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