Para algunos, la actitud es una dificultad para todo; para otros, es una oportunidad en todas las dificultades.
¿Siente que el mundo le trata bien? Si su actitud hacia el mundo es excelente, recibirá resultados excelentes. Si se siente más o menos en relación con el mundo, la respuesta que recibirá del mundo será regular. Siéntase muy mal con el mundo, y le parecerá recibir solamente una reacción negativa de la vida.
Vivimos en un mundo de palabras. Adheridos a esas palabras están los significados que llevan respuestas variadas de nosotros. Palabras tales como felicidad, aceptación, paz y éxito, describen lo que cada uno de nosotros desea. Pero hay una palabra que, o aumentará la posibilidad de que nuestros deseos se cumplan o impedirán que ellos se conviertan en una realidad dentro de nosotros.
Durante una conferencia en Carolina del Sur, hice el siguiente experimento. Para revelar el significado de esta palabra, leí el párrafo anterior y pregunté: «¿Qué palabra describe lo que determinará nuestra felicidad, aceptación, paz y éxito?» La audiencia expresó términos tales como trabajo, educación, dinero, tiempo. Por fin alguien dijo: actitud. Tales importantes áreas de nuestras vidas son secundarias. Nuestra actitud es la fuerza principal que determinará si triunfamos o fracasamos.
Para algunos, la actitud es una dificultad para todo; para otros, es una oportunidad en todas las dificultades. Algunos ascienden con una actitud positiva, mientras otros caen con una perspectiva negativa. El mismo hecho que la actitud obra favorablemente en algunos, mientras desbarata a otros, es lo suficientemente significativo como para que exploremos su importancia. Estudiar las afirmaciones que tenemos a continuación nos aclarará esta verdad.
Nuestra actitud determina nuestro enfoque de la vida. La historia de dos baldes subraya esta verdad. Uno era optimista y el otro era pesimista.
«No hay una vida tan desilusionante como la mía», dijo el balde vacío mientras se aproximaba al pozo. «Siempre me alejo del pozo lleno pero regreso a él vacío». «Nunca ha habido una vida tan feliz como la mía», dijo el balde lleno cuando se alejaba del pozo. «Siempre vengo al pozo vacío, pero me voy de él lleno».
Nuestra actitud nos dice lo que esperamos de la vida. Si nuestra «nariz» apunta hacia arriba, estamos ascendiendo; si apunta hacia abajo podemos estrellarnos.
Una de mis historias favoritas es la de un abuelo y una abuela que visitaban a los nietos. Todas las tardes el abuelo se acostaba para echar una siesta. Un día, los muchachos le jugaron un broma: pusieron queso Limburger en su bigote. Pronto se despertó olfateando.
«Este cuarto huele mal» exclamó, levantándose y dirigiéndose a la cocina. Al poco tiempo notó que la cocina también olía mal, así que salió para respirar aire puro. Para su sorpresa, el aire libre tampoco olía bien y dijo: «¡El mundo entero huele mal!»
¡Cuánta verdad encierra esto en nuestras vidas! Cuando tenemos «queso Limburger» en nuestras actitudes, el mundo entero huele mal.
Una buena manera para probar nuestra actitud es respondiendo a la pregunta: «¿Siento que el mundo me trata bien?» Si su actitud hacia el mundo es excelente, usted recibirá resultados excelentes. Si su actitud hacia el mundo es regular, la respuesta del mundo será regular. Si se siente mal con el mundo, le parecerá que recibe una reacción negativa de la vida. Mire a su alrededor. Analice la conversación de la gente que vive infeliz y sin realización. Les oirá protestar contra una sociedad que, según ellos, solamente les da una vida de problemas, miseria y mala suerte.Muchas veces han construido la cárcel del descontento con sus propias manos.
Al mundo no le importa si nos libramos o no de la prisión. Él sigue su marcha. Adoptar una actitud buena y saludable hacia la vida no afecta tanto a la sociedad como nos afecta a nosotros. El cambio no viene de otros, viene de nosotros.
El apóstol Pablo tenía un terrible pasado que superar. Le dijo a Timoteo que era el primero de los pecadores. Pero luego de su conversión sintió un gran deseo de conocer a Cristo de una manera mayor. ¿Cómo cumplió este deseo? No esperando que alguien le ayudara, ni mirando hacia atrás y lamentándose por su terrible pasado. Pablo, diligentemente, prosiguió «asido por Cristo Jesús». La singularidad de su propósito le hizo declarar: «Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3.13, 14).
Somos individualmente responsables por la visión que tengamos de la vida. La Biblia dice: «Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6.7). Nuestra actitud y nuestra acción hacia la vida determinan lo que nos sucede. Sería imposible calcular el número de empleos que hemos perdido, la cantidad de promociones no logradas, el número de ventas no realizadas y la cantidad de matrimonios arruinados por nuestras actitudes pobres. A diario somos testigos de empleos que aunque se conservan son odiados, y de matrimonios que aunque se toleran son infelices, todo eso porque las personas esperan en otros o en el mundo para cambiar, en vez de comprender que ellas son las únicas responsables por su conducta. Dios es suficiente para producir en ellas el deseo de cambiar, pero la decisión de actuar bajo ese deseo es suya.
Es imposible hacer todas las situaciones a la medida para que se ajusten a nuestras vidas perfectamente. Pero es posible hacer nuestras actitudes a la medida para que se ajusten a las situaciones perfectamente. El apóstol Pablo demostró hermosamente esta verdad cuando estaba prisionero en Roma. La verdad es que no había recibido un simple sacudón. El lugar
de su confinamiento era frío y obscuro. Sin embargo, escribe a la iglesia de Filipo diciéndoles radiante de gozo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4.4, énfasis del autor).
Notemos que el confinado le dice a la gente libre de preocupaciones que se regocije. ¿Es que estaba perdiendo la razón? No. Encontramos el secreto más adelante en el mismo capítulo. Pablo dice: No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad, todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:11-13
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