sábado, 27 de julio de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Lucas 11,1-13.
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes,
porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle',
y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".

"Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
Aprender a orar es como aprender a hablar, se aprende por imitación. Pero para llegar a grados más elevados de oración se debe, como con el lenguaje, recibir enseñanza personalizada. Jesús, como Juan el Bautista, hará esa tarea con sus discípulos.
Cuando oren, digan: Padre…
Jesús empieza su curso intensivo de oración invitando a sus discípulos a dirigirse a Dios como Padre. La cercanía de Jesús con Dios es tal, que el término usado, Padre, implica trato íntimo, familiar. No es el Padre como autoridad paterna, es el Padre como generador de vida, como “Papá”.
…santificado sea tu Nombre…
Pide Jesús, en primer lugar, que el Nombre del Padre sea “santificado”. La primera búsqueda de un creyente, para Jesús, es el reconocimiento de Dios como Dios. Dejarle a Dios ser Dios es la primera tarea del cristiano. Hay que desmitificar, exorcizar, depurar, la concepción que tenemos sobre Dios. Muchas veces, vemos a Dios como cualquier cosa menos como un Padre. Puede ser para nosotros un Ser extraño, insensible, lejano, sumergido en una burbuja, que nos mira desde arriba como si estuviera viendo una película, tan distante y tan indiferente. Otras, como un empleado detrás de un mostrador, dando para recibir. Entonces hacemos “negocios” con Él, tantas oraciones y sacrificios implican, automáticamente la concesión de tales milagros. ¿No se parece mucho a la superstición y la magia? Otras, Dios es el “Asesino a sueldo”, que muchos tienen o creen tener, ante cualquier circunstancia adversa o de injusticia dicen: “Yo se lo dejo para Dios”, “todo se paga en esta vida”, “a mí Dios me va a hacer justicia”. Es como que Dios tiene que salir corriendo detrás nuestro para vengarnos de lasa ofensas que nuestros enemigos nos hacen.
¡Basta! ¡Leamos la parábola del hijo pródigo! ¡Leamos Juan 8 donde Jesús perdona a la mujer adúltera! ¡Leamos la parábola del buen samaritano! ¡Leamos Mateo 6 donde Jesús insiste en salir de actitudes farisaicas con respecto a Dios y entrar a ser verdaderos hijos en la intimidad con el Padre!
¡Dios es Padre, Papá! ¡Dios busca hijos, no socios, empleados, jefes suyos, clientes, etc.! ¡Hasta que no hagamos esto no será santificado el Nombre del Padre!
…que venga tu Reino…
Las cosas se construyen desde Dios. El “Reino” es “Reino de Dios”, y ha de construirse desde Dios y no desde nosotros. “Que venga tu Reino” es dejarle a Dios que se meta en nuestra vida cotidiana, es orar antes de actuar, es decidir con los criterios de Dios y no con los nuestros, es dejar de construir la torre de Babel (Gén 11) y empezar a dejar que la Jerusalén celestial baje a nosotros (Ap 21).”Venga tu Reino” no es solo un deseo, es una tarea de ser dóciles a Dios, de confiar en nuestro padre celestial y permitirle tener acceso a nuestra vida cotidiana.
Danos cada día nuestro pan cotidiano
La esperanza, segunda de las virtudes teologales, nos llama a permanecer confiados en que nuestro Padre no se olvida de nosotros. Esta oración significa una confianza absoluta en Dios, quien está dispuesto a ser hijo, también está dispuesto a dejar que Dios sea Padre. La esperanza es diaria, necesita una actitud de fe cotidiana, no es una vez para siempre, es todos los días. Esto no quiere decir que por confiar y esperar en Dios nos dejemos estar, nos quedemos de brazos cruzados, como se quejaba Pablo de los tesalonicenses: “El que no quiera trabajar que no coma. Trabajen en paz para ganarse su pan” (2Tes 3, 10.12). El trabajo de cada día es signo del esfuerzo mancomunado entre Dios y nosotros: Dios provee el pan, nosotros nos lo ganamos. Es como si Dios sembrara, cuidara la siembra, le diera crecimiento, y cuando está lista… nos llama a nosotros para cosecharla. El trabajo se da entre ambos, pero Dios es el que da el pan. Es paternidad, no paternalismo.
Perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden…
Perdónate y perdonarás, perdona y serás perdonado. “La medida con que midan se usará para ustedes” (Mt 7, 2b). Esa es la regla de oro: lo que esperamos de los otros, primero lo tenemos que hacer nosotros. Lucas lo tiene claro cuando dice: “porque también nosotros perdonamos”. Dios nos perdona cuando nosotros perdonamos, Dios nos ayuda cuando nosotros ayudamos, etc. Se trata de provocar la ternura de Dios con nuestra ternura, la generosidad de Dios con nuestra generosidad. Es lo que dice San Pablo en otro contexto, el económico, que también se puede aplicar al perdón de las ofensas: “6Sepan que el que siembra mezquinamente, tendrá una cosecha muy pobre; en cambio, el que siembra con generosidad, cosechará abundantemente. 7Que cada uno dé conforme a lo que ha resuelto en su corazón, no de mala gana o por la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría. 8Por otra parte, Dios tiene poder para colmarlos de todos sus dones, a fin de que siempre tengan lo que les hace falta, y aún les sobre para hacer toda clase de buenas obras” (2 Cor 9, 6-8)
…y no nos dejes caer en la tentación.

La tentación es una incitación, un estímulo, al mal. De hecho, la tentación siempre estará actuando sobre nuestras zonas erróneas, sobre nuestras debilidades, sobre nuestras sombras. Donde seas frágil, endeble, la tentación te acechará. Observemos que lo que se pide es no “caer”, la tentación siempre está presente y es solamente eso, tentación y no pecado. Supongamos: veo que a mi amigo se le cae dinero, la tentación está en pensar que me puedo quedar con ese dinero, el pecado es quedármelo. Otro caso es el presentado por Mateo (5, 28): “El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Fijémonos bien, el pecado no está en mirarla, sino en desearla. “Del dicho al hecho hay un gran trecho”, de la tentación al pecado también. Dios evita el pecado, no la tentación. La tentación es buena, si la sabemos usar, porque nos muestra nuestras zonas débiles y nos ayuda a fortalecerlas. Dependerá de la oración y el esfuerzo de voluntad que tengamos. La tentación nunca ataca donde eres fuerte siempre busca el resquicio, el intersticio, la grieta, en la muralla de amor con la cual Dios cuida la ciudad santa de tu corazón. Ver la tentación, y no caer en ella, significa haber subsanado esa falla, esa hendidura, que te hacía vulnerable. 

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