sábado, 12 de octubre de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

EVANGELIO Lc 17, 11-19

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Palabra del Señor.

“Reconocer y agradecer que Dios interviene en la historia personal y comunitaria; para que seamos libres de las dificultades que nos impiden ser personas”. 

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» 

Ante la realidad del dolor y la imposibilidad de una solución humana estos hombres insisten a Jesús. Son diez personas a quienes la lepra a dejado fuera del “sistema”. Con un poco de imaginación se los puede comparar con los desocupados de hoy, con aquellos que el “sistema” rechaza, con los que no tienen más remedio que mendigar un subempleo, que suplicar ser ocupados en “negro”.

Estos hombres, al ser “leprosos” se veían marginados de toda la sociedad. Su familia ya no podía tomar contacto con ellos, ya que corrían el riesgo de ser contagiados. Sus empleos, su tarea cotidiana, su “vida”..., había desaparecido como por arte de magia. La realidad, cruda y amarga, de ser parias, marginados, extraños y desposeídos, se convirtió en su peor pesadilla... hecha realidad.

La marginación, sea por lo que fuere, engendra más marginación. Al marginado, en nuestras sociedades, es mejor hacerlo a un lado, ignorarlo, conformarlo con una limosna, que ayudarle a crecer, a integrarse a la sociedad que lo margina. La marginación produce violencia, rechazo (de ambas partes), resentimientos, odios, divisiones. También engendra desnutrición, en los dos sentidos, física y espiritual. Un marginado es alguien que, al ser rechazado por la sociedad en que “vive”, no tiene posibilidades de “alimentarse” con lo mejor de esa sociedad. Es privado de lo bueno, o también lo excelente, y condenado a lo “malo” o “inferior”. La marginación es “lepra” para quien la padece.

Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes.» Y en el camino quedaron purificados. 

Jesús los envía a quienes eran en su tiempo los que legalmente decretaban si una persona había sido curada de la “lepra”. Lo llamativo del caso es que “en el camino quedaron purificados”. No hizo falta la mirada “técnica” de los expertos para que sanarán. 

Hoy, nuestro mundo progresista, busca en las estadísticas, en los grandes planes sociales, en los despachos del gobernante de turno, las soluciones para quienes son marginados. Ser piquetero está de moda. Cada político que desea ser elegido asegura tener la solución para los menos favorecidos por la sociedad de consumo. 

¿Pero solamente así se puede vencer la marginación? El Evangelio nos estimula a otra cosa: a ver. La mirada de Jesús se posó sobre los leprosos, sus palabras invitan a la confirmación de la curación y en el camino quedaron purificados. Mirar con mirada que busca ayudar, recurrir a los medios que están a nuestro alcance y emplear la solidaridad que se vuelve caridad operante (y no solo proclamada) parece ser el camino privilegiado de aquellos que deseamos vivir según el evangelio. No se trata de descartar lo otro, pero ¿y si empezamos por aquí? 

Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 

Otra marca registrada del evangelio de Jesucristo es: ayudar sin esperar respuesta. A veces la generosidad y la gratitud son hermanas peleadas. Muchos son rápidos a la hora de pedir y lentísimos a la hora de agradecer. No importa, para Jesús lo significativo no es el agradecimiento que le den sino más bien el servicio que el presta. Que sea un samaritano no deja de ser “humor negro” para el camino. Los enemigos son, a veces, más considerados que los amigos.

Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado.»

Jesús, que sabe con que bueyes ara, ni lerdo ni perezoso, invita a quienes quieran oírlo a ser agradecidos. Es una manera casi irónica de hacer ver como debemos ser. No olvidemos los favores que otras personas nos hacen. Al decir: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado», muestra que no sólo es importante que salgamos de la marginación, también es importante que dejemos, nosotros, de vivir y pensar como marginados.



La Fe, hecha práctica, nos lleva a servir a nuestros hermanos más necesitados; pero también nos invita a “necesitar” a los demás. Una relación mutuamente sana entre nosotros nos ayudará a salir de la marginación y a no marginar a nadie. 

“agraciados”

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