domingo, 1 de diciembre de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Del santo Evangelio según san Mateo 24, 37-44 

Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada. "Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre. 

“Redescubrir la necesidad de estar prevenidos y preparados; para que, usando los dones que el Señor nos dio, estemos listos cuando Él venga”. 
EL TIEMPO DE ADVIENTO

El Adviento es un tiempo de gracia y esperanza. Es un tiempo de preparación. La Iglesia quiso darnos, en este tiempo, una preparación para la celebración de la venida al mundo de la “Palabra” que “se hizo carne y habitó entre nosotros”, es el Misterio de la NAVIDAD. Pero, al mismo tiempo, en Adviento celebramos esa preparación “escatológica”, es decir, una preparación que apunta a los últimos tiempos, los de la venida definitiva del Señor. El Adviento considera todo el misterio de Jesús desde la entrada del Señor en la historia (Navidad) hasta su final. Es, podríamos decirlo así, un hermoso modo de vivir nuestra propia historia, desde la concepción hasta la muerte. 

En este tiempo estamos llamados, como comunidad cristiana, a vivir de un modo determinado y especial: la VIGILANTE y GOZOSA ESPERA, la ESPERANZA, la CONVERSIÓN.

Adviento es un tiempo de vigilancia y gozosa espera. No es estar como el policía que controla que nadie cometa un delito, o como aquel que se pone en juez de los otros y vigila las acciones de los demás para acusarlos de los malos actos que cometieron. No se trata de eso. La vigilancia del adviento esta centrada en el cuidado y la atención de aquel que vigila para que todo lo bello que está viviendo no se le escape de las manos. Es la atención de un niño en el parque de diversiones, la atención de un espectador sobre el espectáculo que está viendo o disfrutando. La vigilancia del adviento es captar dones y regalos, gracia y misericordia de Dios para con nosotros. San Agustín decía: “temo al Dios que pasa”, pero temía porque tenía miedo, no de Dios, sino de que pase y él no se de cuenta. Eso es el adviento la vigilancia del que no quiere perderse nada, por eso es gozosa espera, la promesa de Dios ya está hecha y falta, solamente, su cumplimiento. Él puede llegar en cualquier momento, hay gozo en su pueblo que lo espera con entusiasmo y alegría.

La esperanza del adviento es una situación propia de este tiempo ¡Cómo no alegrarnos en la esperanza por una nueva Navidad! ¡Es un tiempo de perdón y afecto en que se avecina! ¡Es la reconciliación de los hermanos, la mesa compartida, los parientes y amigos que se vuelven a encontrar y celebran la vida! Adviento nos prepara a eso, Adviento nos invita a la esperanza de ir al encuentro, no aguardar pasivamente, de la promesa de un Dios tan grande que se acuerda de nosotros en Jesucristo.

La conversión es la consecuencia lógica del adviento. Cuando la Palabra de Dios penetra nuestros corazones los transforma y les llena de sentido. Las virtudes de cada uno se vuelven evidentes. Aún en medio de una sociedad industrial y consumista, y que en este tiempo empiezan las campañas comerciales de la NAVIDAD, nuestra preparación adviental y la celebración misma de la Navidad como fiesta del encuentro de Dios con nosotros nos tiene que llevar a prepararnos con espíritu de conversión a la celebración del reencuentro con la vida y los afectos. 

LA PALABRA DE DIOS

El evangelio nos dice: “Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor” (Mt 24, 42) “Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24, 44).

En el contexto precedente al presente relato, Mateo recoge una frase de Jesús que sirve de guía a todo el discurso: “Al aumentar la maldad se enfriará el amor de muchos” (24, 12). Es la gran tentación ante la que Jesús nos pone en guardia: a lo largo de la vida, tras haber recibido la fe y el amor de Dios, se corre el peligro de dejar enfriar estos dones y perderlos. Todo ello ha ido encaminado a que Jesús instruyera a sus discípulos sobre cómo han de vivir hasta que este mundo concluya. La venida del Hijo del Hombre como juez en ese momento se convierte ahora en el núcleo de la instrucción. Sólo el Padre sabe el día y la hora de esa venida: 

“En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24, 36) 

“Será un día único -el Señor lo conoce- y no habrá día ni noche, sino que al anochecer habrá luz” (Zac 14, 7) 

El diluvio de tiempos de Noé (Gn 6-8) fue siempre una imagen de juicio sobre los infieles y de liberación para los fieles (Is 54, 9). Así los discípulos, al dejar el tiempo del juicio en manos de Dios, viven como justos, preparados para la venida del Hijo del hombre. 

En el fin del mundo habrá una separación repentina y definitiva de los justos respecto de los injustos, ilustrada con dos imágenes gráficas. Los “tomados” representan la reunión de los elegidos (v. 31). El ejemplo del ladrón que fuerza la entrada en una casa (literalmente “que excava a través” de los muros de barro) subraya que nunca se sabe cuándo sucederá la venida definitiva del Hijo de Dios, por lo que la disponibilidad constante es esencial.

El peligro serio que tenemos es gastar el tiempo a nuestra disposición, nuestra existencia, sin optar de verdad por algo grande, sin decidirse de veras a dar a la libertad ese gran aliento que sólo puede provenir de haber encontrado en Jesús la verdad y el amor. Para esto, el creyente goza del don de vivir en la iglesia, custodia de la verdad del Evangelio, ya que sólo en el encuentro con la verdad del amor de Dios podemos abrirnos a una verdad de inmensos horizontes. 

Si se olvidase esto, sucedería lo que al hombre que no vela por su casa: le roban lo más valioso. El descuido nos podría hacer perder -y para siempre- la gracia de Cristo que hace verdadera la vida cristiana. Por consiguiente, vale la pena velar, tener despierta la fe, porque ya está aquí la luz. No hagamos como los contemporáneos de Noé, que fueron incapaces de levantar la cabeza para “acogerse” al don de Dios.



Este tiempo de Adviento nos tiene que servir para estar preparados y prevenidos, tratemos de vivirlo intensamente. 

“eSTE ES EL MOMENTO DE PREPARARNOS”

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