viernes, 28 de marzo de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Evangelio (Relato largo) Jn 9, 1-41

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. “Ni él ni sus padres han pecado –respondió Jesús–; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”. Unos opinaban: “Es el mismo”. “No –respondían otros–, es uno que se le parece”. Él decía: “Soy realmente yo”. Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?”. Él respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”. Ellos le preguntaron: “¿Dónde está?”. Él respondió: “No lo sé”. El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”. Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un profeta”. Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”. Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”. Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él”. Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. “Yo no sé si es un pecador –respondió–; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”. Ellos le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”. Él les respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”. Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este”. El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”. Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante él. Después Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”. Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece”.

Palabra del Señor.

“la luz del mundo”

“Reconocer que somos ciegos en el camino de la vida; para que, dejando que Jesús nos sane, podamos ver todo a través de su Luz”

“Soy la luz del mundo”.

Mientras van caminando, Jesús y sus discípulos ven a un ciego de nacimiento. Para los judíos de esa época, e inclusive para mucha gente en la nuestra, la enfermedad nace del pecado. Aquí preguntan, los discípulos a Jesús, “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” (v. 2). Para Jesús esto no es así. La enfermedad es una ocasión que Dios aprovecha para mostrar la obra de Dios entre los seres humanos. 

En base a esto, Jesús se muestra como la Luz del mundo, que viene a curar no sólo la ceguera física, sino también la espiritual (ver v.41). Jesús sanará a este hombre de su ceguera física de nacimiento, pero también lo sanará de su ceguera espiritual, porque de una manera progresiva él se irá convirtiendo en un excelente predicador de la Palabra de Dios a aquellos que persiguen a Jesús (ver versículos 25. 30-33. 38: donde se relata todo el proceso de conversión del que fue curado). 

Esto nos lleva a darnos cuenta y reflexionar sobre nuestra situación de vida. Nuestras enfermedades físicas y espirituales pueden ser sanadas por el Señor, si lo dejamos actuar. No debemos ver la enfermedad como un castigo, sino al revés, como una oportunidad que tenemos para ver la obra milagrosa de Dios. Y también debemos tener en cuenta que, muchas veces sólo se valoran las cosas, físicas y espirituales, que nos faltan, cuando no las tenemos (este ciego de nacimiento, sin duda, valoró muchísimo más que cualquier otra persona la posibilidad de “ver” que Jesús le había entregado). 

Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos.

La razón por la cual los fariseos atacan a Jesús no es por el milagro en sí. Jesús, para ellos, podría hacer miles de milagros, todos los días, a cualquier hora… pero no el sábado. Estaban tan atados a sus tradiciones, a sus costumbres, sus normas, sus “razones”, que eran incapaces de ver más allá de sus propias narices. Hacen todo lo necesario para condenar a Jesús, no por haber sanado, sino por violar el sábado. Están tan convencidos de que sus costumbres son inamovibles, creen ver con tanta claridad la equivocación, el “pecado” de Jesús, que se niegan a escuchar otras palabras distintas a las de ellos. Están tan encerrados en sí mismos que no ven lo que ocurre afuera. 

Jesús “la Luz del mundo”, en el v. 41 les dirá: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: vemos, su pecado permanece”. Reconocer que uno se equivoca, escuchar la opinión ajena viendo en ella la verdad, dejar de mirar sólo “adentro”, para empezar a mirar también “afuera”, es el modo más valedero para aceptar la propia ceguera y empezar a ver. 



La tarea de todo buen cristiano será la de dejarle a Jesús sanar su ceguera espiritual, permitirle al Señor echar luz sobre nuestra vida. En la medida en que nos aferremos a nuestras convicciones humanas, a lo ya sabido, y no le dejemos a la “Luz del mundo” iluminarnos, en esa medida seguiremos siendo, como los fariseos, esclavos de nuestra infinitamente pequeña sabiduría, de nuestro yo envuelto en penumbras e infantilmente egocéntrico que no se cansa de mirarse a sí mismo. Este domingo cuarto de cuaresma nos invita a la conversión, a abrir los ojos para sanarnos de los prejuicios, a un cambio de actitud y mentalidad, a ver de verdad la vida tal cual es y no como la hemos opacado.

martes, 25 de marzo de 2014

BELLA REFLEXIÓN.

Una mujer que se llevaba muy mal con su esposo sufrió un paro cardíaco. Casi a punto de morir, un ángel se presentó ante ella para decirle que, evaluando sus buenas acciones y sus errores no podría entrar al cielo; y le propuso permitirle estar en la tierra unos días más hasta lograr cumplir con las buenas acciones que le faltaban. La mujer aceptó el trato y se regresó otra vez en su hogar junto a su esposo. El hombre no le dirigía la palabra porque hacía tiempo que estaban peleados.
Ella pensó:
- Me conviene hacer las paces con este hombre. Está durmiendo en el sofá, hace tiempo dejé de cocinarle. Él ahora está planchando su camisa para salir a trabajar, le daré una sorpresa.
Cuando el hombre salió de la casa, ella empezó a lavar y planchar toda la ropa de él. Preparó una rica comida, puso flores en la mesa con unos candelabros, y un cartel en el sofá que decía: “Creo que puedes estar más cómodo durmiendo en la cama que fue nuestra. Esa cama donde el amor concibió a nuestros hijos, donde tantas noches los abrazos cubrieron nuestros temores y sentimos la protección y la compañía del otro. Ese amor, aún con vida, nos espera en esa cama. Si puedes perdonar todos mis errores, allí nos encontraremos”.
Tu Esposa
Cuando terminó de escribir el último renglón “Si puedes perdonar todos mis errores” pensó: ¿me he vuelto loca?, ¿yo voy a pedirle perdón cuando fue él quién empezó a venir enojado de la calle cuando lo echaron de la fábrica y no conseguía trabajo?. Yo tenía que arreglarme con los pocos ahorros que teníamos haciendo malabares, y todavía tenía que soportar su ceño fruncido. Él empezó a tomar, aplastado en el sillón, exigiendo silencio a los niños que sólo querían jugar. Él empezó a gritarme cuando yo le decía que así no podíamos seguir, que yo necesitaba dinero para mis hijos. Él lo arruinó todo; y ¿ahora yo tengo que pedirle perdón?
Enfurecida rompió la carta y escuchó la voz del ángel que decía:
- “Recuerda: algunas buenas acciones y alcanzarás el cielo, de lo contrario no podrás entrar”.
La mujer pensó:
- ¿Valdrá la pena?, y rehízo la carta agregando aún más palabras cariñosas: “No supe comprender nada entonces, no supe ver tu preocupación al quedarte sin empleo, luego de tantos años con un salario seguro en esa fábrica. ¡Debiste haber sentido tanto miedo! Ahora recuerdo tus sueños de “cuando me jubile haremos”. Cuántas cosas querías hacer al jubilarte. Pude haberte impulsado a que las hicieras en lugar de obligarte a aceptar estar todo el día sentado en ese taxi.
Ahora recuerdo aquella noche de locura cuando rompí esas cartas de amor que habías escrito para mí, y prendí fuego a todas las telas de los cuadros que pintabas. En ese momento me enfurecía verte allí, encerrado en ese cuarto gastando nuestro dinero en pomos de pintura para nada, o sentado en ese escritorio escribiendo tonterías para mí. Debí haberte impulsado a vender esos cuadros. Eran realmente hermosos. Estaba desesperada, yo también me sentía segura con el salario de la fábrica y no supe ver tu dolor, tu miedo, tu agonía.
Por favor perdóname mi amor. Te prometo que de hoy en adelante, todo será diferente. Te amo.
Tu Esposa
Cuando el marido regresó del trabajo, al abrir la puerta notó algo distinto; el olor a comida, las velas en la mesa, su música favorita sonando suavemente y la nota en el sofá. Cuando la mujer salió de la cocina con la fuente en la mano, lo encontró tirado en el sillón llorando como un niño. Dejó la fuente, corrió a abrazarlo y no necesitaron decirse nada, lloraron juntos, él la alzó en sus brazos y la llevó hasta la cama; hicieron el amor con la misma pasión del primer día. Luego comieron la exquisita comida que ella había preparado, rieron mucho mientras recordaban anécdotas graciosas de los niños haciendo travesuras en la casa.
Él la ayudó a levantar la mesa como siempre lo hacía, y mientras ella lavaba los platos, vio por la ventana de la cocina que en el jardín estaba el ángel. Salió llorando y le dijo:
- Por favor ángel, intercede por mí. No quiero a este hombre sólo en este día. Necesito un tiempo más para poder impulsarlo con sus cuadros, y tratar de reconstruir esas cartas que sólo para mí y con tanto amor había escrito. Te prometo que en poco tiempo, él estará feliz, seguro; y ahí sí podré ir donde me lleves.
El ángel le contestó:
- No tengo que llevarte a ningún lado, Mujer. Ya estás en el cielo, te lo has ganado. Recuerda el infierno donde has vivido y nunca olvides que el cielo siempre está al alcance de tu mano.
La mujer oyó la voz de su marido que desde la cocina le gritaba:
- “Mi amor, hace frío, ven a acostarte, mañana será otro día”.
Sí -pensó ella-, gracias a Dios, mañana será otro día…
USTED (para meditarlo )
Usted, que reclama lo que no recibe, ¿ya pensó en lo que no da?
Usted, que se lamenta porque sufre, ¿ya pensó en cuánto hace sufrir?
Usted, que acusa a la ignorancia, ¿ya evaluó sus conocimientos?
Usted, que condena el error, ¿ya percibió cuánto erró?
Usted, que se dice amigo sincero, ¿ya se analizó con sinceridad?
Usted, que se queja de penurias, ¿ya vio cuánto posee más que los otros?
Usted, que critica el mundo, ¿ya hizo algo para mejorarlo?
Usted, que sueña con el cielo, ¿cuánto ha hecho para extinguir el infierno?
Usted, que se dice modesto, ¿se sentiría orgulloso de parecer humilde?
Usted, que condena el mal, ¿ha procurado difundir el bien?
Usted, que deplora la indiferencia, ¿ha sembrado el amor?
Usted, que se aflige con la pobreza, ¿ha usado bien sus riquezas?
Usted, a quien le duelen las espinas, ¿ha cultivado rosas?
Usted, que tanto lamenta las tinieblas, ¿ha esparcido luz?
Usted, que se ocupa de sí mismo, ¿se ha preocupado de los demás?
Usted, que se siente tan pequeñito, ¿ha procurado crecer?
Usted, que se queja de soledad, ¿ha brindado su compañía a un amigo?
Usted, que se asusta ante la enfermedad, ¿que ha hecho por su salud?
Usted, que anhela la concordia, ¿ha combatido la discordia?

sábado, 22 de marzo de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio Jn 4, 5-42

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Palabra del Señor.

“TOMAMOS AGUA DE ACEQUIA Y NO DE POZO”


“Reconocer la necesidad de compartir la “sed” y el “agua” entre todos; para que, así como la samaritana, pasemos del egoísmo a la generosidad”

Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".

Llama la atención este pedido. Dios en persona está en el pozo de Jacob y pide de beber. El Todopoderoso se abaja a una de sus criaturas a demandarle un poco de agua. Siempre nos imaginamos que Dios no necesita de nada, es verdad, y que si nos pide algo debe ser para poder entablar un diálogo con nosotros y poder compartir los maravillosos dones que nos tiene reservados, también es verdad. Pero aquí nos encontramos con Jesús que tiene sed, que necesita beber un poco de agua y que le pide a la samaritana que le dé de beber… la pregunta que nos podríamos hacer es: ¿Lo hace para entablar diálogo o porque de verdad necesita beber agua? No creo que Jesús necesitara una estratagema para entablar diálogo, más bien parece que necesita beber porque tiene sed. La primera cosa que podemos sacar de este texto evangélico es que Jesús necesita de nosotros, y que el primer acercamiento divino a nuestras vidas siempre va a ser, no para escucharnos, sino al revés, para plantearnos una demanda. “Dios precisa de ti –dice una canción- mucho mas de lo que puedas imaginar…” Y la verdad es que Juan plantea de este modo el encuentro de Jesús con la samaritana. Tendríamos que pensar en que cosas Dios precisa de mí, cómo puedo ayudar a Dios en su “necesidad” de mí. 

Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".

La hermana Glenda canta en una de sus canciones: “Si conocieras como te amo…”. Ese es el don de Dios. La gracia de un amor inmerecido, de un amor totalmente gratuito. Dios nos ama desde toda la eternidad, porque desde siempre piensa en nosotros, nos ha creado con delicadeza y pasando por la muerte, nos amará por toda la eternidad. El don de Dios es que su Hijo, su Divino Hijo, bajó a la tierra para salvarnos de la muerte y la condenación eterna. Por eso Jesús le dice a la Samaritana que ella no sabe con quién está hablando, no sabe quien le pide de beber.

Al decirle: “Y él te habría dado agua viva”, le indica con palabras llenas de ternura cual es el camino de la salvación. Jesús es el manantial de vida, la fuente de agua viva, la cisterna que derrama su “agua potable” sobre nosotros y en nosotros. Esa agua viva está destinada para mí desde toda la eternidad ¿Qué estoy esperando para beber de ella?

Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".

El valor del testimonio personal es muy importante a la hora de evangelizar. Predicar una doctrina, transmitir una enseñanza que no tiene el correlativo de ser vivida personalmente no produce vida en nadie, en realidad es casi como una vacuna contra la fe.

Nos preguntamos porque la Iglesia tiene tantos bautizados y casi nadie es un verdadero creyente. Tal vez una de las razones sea que se predica, y mucho, pero con la boca y no con la acción. La samaritana es un buen ejemplo de lo que tenemos que hacer… el testimonio personal de lo que Dios “hace” en nosotros es invalorable a la hora de ser un buen misionero.

Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".

El traspaso lógico de un encuentro personal con Jesús es empezar a creer por lo que nosotros mismos vemos y oímos. Con cuanta frecuencia vemos a los cristianos atados a sus “guías espirituales” y no al Señor. Con cuanta frecuencia nos quedamos en el dedo que indica la luna sin ver el objeto que señala. Los mediadores son instrumentos de Dios y no el punto de llegada, que es él mismo. Traspasemos la barrera de los muy buenos y excelentes “guías” para encontrarnos con la realidad del “nosotros mismos lo hemos oído” y, así también nosotros, decir: “sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.


sábado, 15 de marzo de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor

-Toda persona corre el riesgo de instalarse en la vida buscando un refugio cómodo que le permita vivir tranquila, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas. Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, olvidadas las utopías juveniles, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando de la manera más confortable. Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable. Saborear unas verdaderas vacaciones. Asegurar los fines de semana... Pero, con frecuencia, es entonces cuando uno descubre, con más claridad que nunca, que la felicidad no coincide con el bienestar 



Hay, además, un modo de instalarse que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro que acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, conformamos con lo que ya hacemos, eludir nuestra propia responsabilidad, esperar que Dios realice la salvación. Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: lo que nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida, nos tranquiliza y aleja del compromiso y del servicio a los más necesitados, no es una experiencia verdaderamente cristiana. Hay que bajar del monte, llegar a donde está la gente y luchar contra las fuerzas que oprimen a las personas. 



En una sociedad como la nuestra, en la que cada vez abundan más voces de profetas que descifran y solucionan el porvenir donde los medios de comunicación no sólo informan sino que orientan o desorientan, donde millones de personas leen semanalmente revistas de “actualidad” donde se nos cuenta quienes son los personajes de la farándula, sus dichos y sus obras... cuyo sistema de felicidad y los valores más apetecibles y proclamados son salud, dinero, éxito, poder, placer imagen atractiva, amor como autoafirmación..., quien desee dar un sentido humano y cristiano a su vida ha de cuidar con esmero en qué fuentes alimenta su existencia. Ha de recordar la palabra evangélica: «Éste es mi Hijo... Escúchenlo». 



En una sociedad como la nuestra, atravesada por infinidad de conflictos sociales, culturales, políticos... personales y grupales, donde todavía oímos los ruidos de las balas; en una sociedad como la nuestra, en la que la aglomeración no ha creado acercamiento cálido, sino más bien soledad, donde hay miles y millones de personas que no tienen quien les escuche, es necesario recordar que la actitud de escucha es primordial para el cristiano. Sólo el que sabe escuchar y prestar atención a esa voz, a esas voces, puede crecer como persona y como creyente. El Evangelio nos recuerda: “Éste es mi Hijo... Escúchenlo”... 



Por eso a lo largo de la semana escuchemos a Jesús y, como dice nuestro objetivo, tratemos de... “Acrecentar nuestra fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, para llegar a contemplar su gloria en el Cielo”.

sábado, 8 de marzo de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Evangelio Mt 4, 1-11

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: ‘El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’”. Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra’”.

Jesús le respondió: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’”. El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”. Jesús le respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto’”. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.



Palabra del Señor.

“PARA VENCER LA TENTACIÓN”
“Abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios; para que, como Jesús, con ella venzamos las tentaciones del mal”
El hombre no vive solamente de pan sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

A la primera tentación, la del hambre, Jesús responde aferrándose a la Palabra. Ante tantas situaciones de pobreza, de incertidumbre económica, de problemas sociales, de injusticias… los cristianos muchas veces han respondido planteando soluciones políticas o técnicas, prácticas. Es el caso de aquellos que hacen de la opción “preferencial” por los pobres, una opción “exclusiva”. Tal es así que muchas veces la Palabra de Dios es olvidada, distorsionada, relegada, desplazada. Esto lleva a que a “problemas humanos” se apliquen “soluciones humanas”. Pero el Evangelio nos enseña que a “problemas humanos”, siempre, se deben aplicar “soluciones divinas”. El hambre y las injusticias de este tiempo se solucionan desde la atenta escucha de la Palabra de Dios que nos lleva a la puesta en práctica de su enseñanza. Primero orar y aprender, segundo, hacer. 

No tentarás al Señor, tu Dios.

Una fantasía comúnmente extendida, sobre todo en estos últimos tiempos, es el creer que al “creyente” nada le puede pasar si está junto a Dios. Casi como un decreto de inmunidad y bendición infinita sobre aquellos que aman y obedecen a Dios. Mucho del gran éxodo de cristianos de las tradiciones religiosas más antiguas del cristianismo a otras denominaciones religiosas más nuevas (los cristianos que salen de la Iglesia Católica, Ortodoxa, Protestantes tradicionales, Anglicana, y emigran a otras como los pentecostales, la iglesia Universal, algunas sectas pseudognósticas, etc.) tiene que ver con esto. Se busca la solución a TODOS los problemas de la vida, el tremendo miedo al fracaso y al sufrimiento hace que se deje de creer en lo que se creía y se empiece a creer en cualquier fantasía o predicador exaltado que esté al alcance de la mano. 

Jesús responde acertadamente cuando rechaza la tentación del demonio en esa confianza infantil que este le propone. Jesús insiste en aceptar que la vida es dulce y amarga, es bella y fea, tiene luz y oscuridad. No tentará al Señor, su Dios, porque acepta ser un simple mortal, que “se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2, 7). Es más importante para Jesús aceptar su misión de Mesías, de elegido de Dios, que sucumbir a la tentación satánica de creerse tan importante como para obligar a Dios a preservarlo de todo, inclusive de las propias estupideces. Además, con respecto al dolor, no nos olvidemos las palabras de Jesús: “Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero TENGAN VALOR: YO HE VENCIDO AL MUNDO” (Jn 16, 33). No se trata de “no sufrir”, sino “de vencer” al sufrimiento. 

Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto.

La última respuesta a la última tentación. La adoración no sólo es un acto de oración en donde rendimos nuestra alabanza y voluntad al poder de otro, sino que, sobre todo, es centrarnos en ese otro, el cual se convierte en el eje de nuestra vida, en el principio y el fin de nuestra existencia. Rendir culto, para Jesús, no sólo es participar en una asamblea religiosa, sino que es entregar la vida entera a quien se merece nuestra adoración. 

El mundo de hoy nos lleva a adorar el dinero, el placer, nuestros sentimientos y estados de ánimo; en suma, a nuestro yo. Nos hemos convertido en el eje de la vida, en el centro de todo, y tan centro nos vemos que ya ni siquiera pedimos ayuda, ¡compramos un manual de autoayuda!
Pero el Señor nos invita a adorar a Dios, a salir de nosotros, de nuestros miedos, de nuestras convicciones, de nuestras falsas seguridades. Nos invita a ir más allá de nuestros límites y encontrarnos con el que es totalmente OTRO, con aquel que quiere nuestra compañía, nuestra amistad, para ayudarnos y sacarnos de ese agujero en que hemos convertido nuestra vida por tanto mirarnos el ombligo y escarbar en nosotros mismos. Adorarás al Señor, es abrir la puerta al infinito, es abrir la puerta al crecimiento, es abrir la puerta que nos saca de la soledad y el miedo y nos lleva a la compañía y seguridad de Dios.

domingo, 2 de marzo de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

 
Dios y las riquezas
Mateo 6, 24-34. Tiempo Ordinario. Jesús contrapone la actitud de quien se afana por las cosas materiales, con la de quien vive desprendido de todo.
Dios y las riquezas

Del santo Evangelio según san Mateo 6, 24-34 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero. Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento? 
¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe? No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas». 

“Nadie puede servir a Dios y al dinero”. Evidentemente la Palabra de Dios no nos está pidiendo que vivamos sin dinero, o que no nos ocupemos en trabajar para sostener nuestra vida y la de los seres queridos. Ni siquiera nos pide que tengamos poco dinero. De hecho en Lucas 19, 8 se elogia a Zaqueo porque repartió la mitad de sus bienes, no todos. Y en Hechos de los Apóstoles 5, 4 podemos descubrir que no se exigía a todos vender todos sus bienes y ponerlos en común, sino que era una decisión libre. Por otra parte, en 1° Timoteo 6, 17 no se prohíbe la posesión de riquezas ni el goce de los bienes terrenos, sino que se ponga la seguridad en ellos. Ese es exactamente, el sentido de este texto de Mateo, porque no nos prohíbe “poseer” sino “servir”, hacernos esclavos del dinero. 

El dinero se coloca en el lugar de Dios cuando se convierte en un señor que domina los deseos, las inquietudes y los proyectos del hombre, cuando se convierte en rey de la propia vida y nos transforma en seres dependientes, en servidores suyos. 

En otros términos, el dinero no puede ser objeto de amor, y mucho menos del primer amor. Cuando es así se convierte en “la raíz de todos los males” (1° Timoteo 6, 10). Sólo Dios y el prójimo pueden ser objeto de amor, pero no los bienes materiales, que simplemente deben ser “usados” para el bien. 

Y al invitarnos al abandono en la providencia de Dios, a no “pre-ocuparnos” por el mañana, el evangelio nos invita más bien a “ocuparnos” de los problemas de cada día sin vivir pendientes de acumular para el futuro. No significa esto que no debamos tener alguna previsión para el futuro, sino que ante todo nos ocupemos del presente con la confianza puesta en Dios. (Víctor M. Fernández, el evangelio de cada día)