sábado, 22 de marzo de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio Jn 4, 5-42

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

Palabra del Señor.

“TOMAMOS AGUA DE ACEQUIA Y NO DE POZO”


“Reconocer la necesidad de compartir la “sed” y el “agua” entre todos; para que, así como la samaritana, pasemos del egoísmo a la generosidad”

Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".

Llama la atención este pedido. Dios en persona está en el pozo de Jacob y pide de beber. El Todopoderoso se abaja a una de sus criaturas a demandarle un poco de agua. Siempre nos imaginamos que Dios no necesita de nada, es verdad, y que si nos pide algo debe ser para poder entablar un diálogo con nosotros y poder compartir los maravillosos dones que nos tiene reservados, también es verdad. Pero aquí nos encontramos con Jesús que tiene sed, que necesita beber un poco de agua y que le pide a la samaritana que le dé de beber… la pregunta que nos podríamos hacer es: ¿Lo hace para entablar diálogo o porque de verdad necesita beber agua? No creo que Jesús necesitara una estratagema para entablar diálogo, más bien parece que necesita beber porque tiene sed. La primera cosa que podemos sacar de este texto evangélico es que Jesús necesita de nosotros, y que el primer acercamiento divino a nuestras vidas siempre va a ser, no para escucharnos, sino al revés, para plantearnos una demanda. “Dios precisa de ti –dice una canción- mucho mas de lo que puedas imaginar…” Y la verdad es que Juan plantea de este modo el encuentro de Jesús con la samaritana. Tendríamos que pensar en que cosas Dios precisa de mí, cómo puedo ayudar a Dios en su “necesidad” de mí. 

Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".

La hermana Glenda canta en una de sus canciones: “Si conocieras como te amo…”. Ese es el don de Dios. La gracia de un amor inmerecido, de un amor totalmente gratuito. Dios nos ama desde toda la eternidad, porque desde siempre piensa en nosotros, nos ha creado con delicadeza y pasando por la muerte, nos amará por toda la eternidad. El don de Dios es que su Hijo, su Divino Hijo, bajó a la tierra para salvarnos de la muerte y la condenación eterna. Por eso Jesús le dice a la Samaritana que ella no sabe con quién está hablando, no sabe quien le pide de beber.

Al decirle: “Y él te habría dado agua viva”, le indica con palabras llenas de ternura cual es el camino de la salvación. Jesús es el manantial de vida, la fuente de agua viva, la cisterna que derrama su “agua potable” sobre nosotros y en nosotros. Esa agua viva está destinada para mí desde toda la eternidad ¿Qué estoy esperando para beber de ella?

Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".

El valor del testimonio personal es muy importante a la hora de evangelizar. Predicar una doctrina, transmitir una enseñanza que no tiene el correlativo de ser vivida personalmente no produce vida en nadie, en realidad es casi como una vacuna contra la fe.

Nos preguntamos porque la Iglesia tiene tantos bautizados y casi nadie es un verdadero creyente. Tal vez una de las razones sea que se predica, y mucho, pero con la boca y no con la acción. La samaritana es un buen ejemplo de lo que tenemos que hacer… el testimonio personal de lo que Dios “hace” en nosotros es invalorable a la hora de ser un buen misionero.

Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".

El traspaso lógico de un encuentro personal con Jesús es empezar a creer por lo que nosotros mismos vemos y oímos. Con cuanta frecuencia vemos a los cristianos atados a sus “guías espirituales” y no al Señor. Con cuanta frecuencia nos quedamos en el dedo que indica la luna sin ver el objeto que señala. Los mediadores son instrumentos de Dios y no el punto de llegada, que es él mismo. Traspasemos la barrera de los muy buenos y excelentes “guías” para encontrarnos con la realidad del “nosotros mismos lo hemos oído” y, así también nosotros, decir: “sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.


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