Lectura del santo evangelio según san Mateo (17,1-9):
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor
-Toda persona corre el riesgo de instalarse en la vida buscando un refugio cómodo que le permita vivir tranquila, sin sobresaltos ni preocupaciones excesivas. Logrado ya un cierto éxito profesional, encauzada la familia y asegurado, de alguna manera, el porvenir, olvidadas las utopías juveniles, es fácil dejarse atrapar por un conformismo cómodo que nos permita seguir caminando de la manera más confortable. Es el momento de buscar una atmósfera agradable y acogedora. Vivir relajado en un ambiente feliz. Hacer del hogar un refugio entrañable. Saborear unas verdaderas vacaciones. Asegurar los fines de semana... Pero, con frecuencia, es entonces cuando uno descubre, con más claridad que nunca, que la felicidad no coincide con el bienestar
Hay, además, un modo de instalarse que puede ser falsamente reforzado con «tonos cristianos». Es la eterna tentación de Pedro que acecha siempre a los creyentes: «plantar tiendas en lo alto de la montaña». Es decir, conformamos con lo que ya hacemos, eludir nuestra propia responsabilidad, esperar que Dios realice la salvación. Y, sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: lo que nos aísla de los hermanos, nos instala cómodamente en la vida, nos tranquiliza y aleja del compromiso y del servicio a los más necesitados, no es una experiencia verdaderamente cristiana. Hay que bajar del monte, llegar a donde está la gente y luchar contra las fuerzas que oprimen a las personas.
En una sociedad como la nuestra, en la que cada vez abundan más voces de profetas que descifran y solucionan el porvenir donde los medios de comunicación no sólo informan sino que orientan o desorientan, donde millones de personas leen semanalmente revistas de “actualidad” donde se nos cuenta quienes son los personajes de la farándula, sus dichos y sus obras... cuyo sistema de felicidad y los valores más apetecibles y proclamados son salud, dinero, éxito, poder, placer imagen atractiva, amor como autoafirmación..., quien desee dar un sentido humano y cristiano a su vida ha de cuidar con esmero en qué fuentes alimenta su existencia. Ha de recordar la palabra evangélica: «Éste es mi Hijo... Escúchenlo».
En una sociedad como la nuestra, atravesada por infinidad de conflictos sociales, culturales, políticos... personales y grupales, donde todavía oímos los ruidos de las balas; en una sociedad como la nuestra, en la que la aglomeración no ha creado acercamiento cálido, sino más bien soledad, donde hay miles y millones de personas que no tienen quien les escuche, es necesario recordar que la actitud de escucha es primordial para el cristiano. Sólo el que sabe escuchar y prestar atención a esa voz, a esas voces, puede crecer como persona y como creyente. El Evangelio nos recuerda: “Éste es mi Hijo... Escúchenlo”...
Por eso a lo largo de la semana escuchemos a Jesús y, como dice nuestro objetivo, tratemos de... “Acrecentar nuestra fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, para llegar a contemplar su gloria en el Cielo”.
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