sábado, 5 de abril de 2014

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68


Evangelio (Texto breve) Jn 11, 1-7. 20-27. 33b-45.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas de Lázaro enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”. Al oír esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará” Marta le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Ella le respondió: “Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo”. Jesús, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”. Pero algunos decían: “Éste que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?”. Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”. Jesús le dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”. Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”. Después de decir esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”. El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”. Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

Palabra del Señor.
“yo soy la resurrección y la vida”

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. 

El evangelista Juan nos habla de Jesús como la luz del mundo, como la Vida que viene a sacarnos de la muerte, como el Agua Viva que nos purifica de nuestro estancamiento. Pero, más allá de nuestros conceptos teológicos, de lo que realmente es Jesús para nosotros, de su tarea y misión, nos recalca en todo momento la humanidad del divino Salvador. En Jesús armonizan espléndidamente lo divino y lo humano. Él es el Salvador, pero es un Salvador tierno, afectivo y que ama a quienes viene a salvar. El v. 35 nos dirá: “Y Jesús lloró”, en el 36 los judíos dicen “¡Cómo lo amaba!”. Esto nos muestra la manera de ser de Jesús, sus emociones a flor de piel, sus sentimientos tan tiernos y profundos, la sensibilidad exquisita del Salvador de la humanidad. 

A Dios le interesa mostrarse así, amoroso y sensible. La primera carta del apóstol san Juan nos enseña “Dios es amor” (1Jn 4, 8). Dios es amor, y su amor es así, tierno, humano, sensible. Se nos ha enseñado a lo largo del tiempo que las emociones y los sentimientos son algo inferior a la razón, al entendimiento. Gracias a Dios, sí, gracias a Él, la humanidad toda está volviendo a valorar los afectos como centro del núcleo vital de las personas. Si no experimentamos, que es más que “sentir”, amor, estamos hablando de cosas teóricas, que no existen. Cuántos se llenan la boca de palabras “de amor” y no lo viven, cuántos hacen tantas cosas “por amor” y en realidad lo están haciendo por obligación, cumplimiento, o responsabilidad. Amar siempre es más que sentir, pero también es más que razonar. Amar es mostrarse sensible con el dolor y el sufrimiento ajeno, es ser vulnerable ante la necesidad de la presencia del ser querido, es “llorar”, como lloró Jesús, cuando alguien nos hace falta. Amar es dar y es recibir, es cubrir la necesidad ajena y dejar que el otro cubra mi necesidad. Amar es ser confiable y confiar en los demás. 

Desátenlo para que pueda caminar. 

En el v. 39, Marta le dice a Jesús “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”. Todos sabemos que Jesús resucitó al tercer día. El número 3, simbólicamente, es la expresión de lo masculino, la acción creadora que incide y actúa sobre la realidad. Por eso, 3 es trinidad, es resurrección, es triunfar sobre la nada. El número 4 significa lo completo, una etapa que se cierra, lo femenino. Cuarenta años en el desierto es toda una generación que pasa, cuarenta días en el desierto es toda una humanidad que triunfa sobre el pecado. Cuatro virtudes cardinales, humanas; tres virtudes teologales, divinas. Se une lo humano y lo divino, lo masculino y lo femenino, es la complementación perfecta. 

Humanamente, Lázaro, está muerto. Divinamente, resucitará. Jesús viene a transformar la vida humana, a darle, no sólo un nuevo sentido de eternidad, sino a cambiarla radicalmente por medio de la resurrección. Lázaro es henchido de resurrección. Jesús, como si fuera un admirable intercambio, se llena de humana ternura. Dios se vuelve hombre, para que el hombre se vuelva al modo de Dios. 

La acción de Jesús, una nueva creación, por eso no lo sana, sino que lo resucita, es tan potente que aún el mismo Juan, que nos transmite esta escena, nos dice en el v. 44 “el muerto”. Ni siquiera él puede todavía, después de tanto tiempo, adecuar su lenguaje al milagro de la resurrección. Esta nueva creación, que todos nosotros, los bautizados, ya vivimos de modo espiritual, necesita ese “desátenlo” que Jesús ordena para Lázaro. Jesús nos ha resucitado en el Bautismo y quiere desatarnos de todas las ataduras que todavía el pecado tiene sobre nosotros, ese sudario de malos hábitos, esa mortaja de malas actitudes, ese lienzo de maldad que todavía nos recubre. Resucitados, vivos, recreados, necesitamos que nuestros pies y manos “atados con vendas” sean desatados para que, al igual que Lázaro, podamos caminar por la senda de la Vida nueva. Dios se une a nuestra humanidad y la transforma, la resurrección es el resultado de esa acción divina.

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