Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Solemnidad. Blanco
Esta fiesta fue instituida por el papa Urbano IV en el año 1264 “con el fin de tributarle a la Eucaristía un culto público y solemne de adoración, amor y gratitud”. Celebramos que Jesucristo se queda en medio de nosotros en estos elementos sencillos y cotidianos de pan y vino. Así nos invita a compartir su mesa.
Evangelio Jn 6, 51-58
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
Palabra del Señor.
“ESTE ES EL PAN BAJADO DEL CIELO”
“Profundizar en la comprensión del Sacramento de la Eucaristía; para que, como comunidad Bíblica, celebremos con toda la Iglesia el banquete del Señor”.
51 Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Cuando Jesús nos dice “Yo soy”, está asegurando que su presencia es divina. Es el mismo Dios el que se da como alimento, “bajado del cielo”, a los hombres. La historia sagrada nos enseñó que no basta con el “maná”, el alimento entregado a los hebreos en el desierto para que pudieran seguir el camino hacia la tierra prometida. El nuevo “maná” no es un alimento perecedero, no es algo que sirve para un momento, es el mismo Dios quien se da a sí mismo como “alimento” sagrado para la tarea “sagrada” de vivir y peregrinar en esta tierra hasta el cielo. Por eso Jesús asegura que “el que coma de este pan vivirá eternamente”, la semilla de eternidad está puesta en el “pan” sagrado que Dios nos entrega. El “por siempre eterno”, se da a los “perecederos” y “finitos”, para que estos vivan “eternamente”. “Nadie da lo que no tiene”, nos dice la sentencia popular, Jesús, el “Yo soy”, puede dar eternidad, porque Él es eterno. Este pan bendito es el mismo Dios que se hace alimento para los caminantes, y en comida ritual se entrega a si mismo para saciar de eternidad. En un gesto sagrado, se vuelve sagrada la vida. La presencia de eternidad que el “pan vivo bajado del cielo” nos da, no es para unos pocos. Así como Dios es eterno y comparte su eternidad, también es omnipresente y, lejos de tener una actitud mezquina, elitista y sectaria, decide ser “Vida”, así como mayúsculas, para “el mundo”. El alimento sagrado, que es Dios mismo bajado del cielo, es para toda la humanidad. Ya no es un pueblo determinado, es toda la humanidad que se vuelve “nación santa”.
52 Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?".
La reacción que Jesús provoca en su auditorio es de “discusión”. Ellos siguen con posturas racionales, en vez de dejar que la fe los ilumine prefieren la discusión, la manifestación de su soberbia “sabiduría” de hombres que choca de frente con la humilde “sabiduría” de Dios. Razonan cuando hay que usar la fe, piensan cuando hay que usar el corazón, discuten cuando hay que escuchar, se convierten en protagonistas cuando tendrían que ser receptores del “gran” protagonista que es el pan bajado del cielo. Es la imagen típica del ser humano que se cree Dios. En vez de recibir el “alimento” sagrado lo banalizan con sus discusiones teóricas y sin sentido.
La pregunta que se hacen, "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?", manifiesta la actitud falta de religiosidad que ellos tienen. No alcanzan a ver más allá de las apariencias. La pregunta que se hacen tiene una sola respuesta: “De ningún modo la carne de un hombre puede dar vida eterna”. En la medida que desacralicemos nuestra presencia en el mundo, en esa medida todo lo sagrado que realicemos caerá bajo las preguntas y discusiones que manifiesta San Juan en este versículo de su evangelio. Los “judíos”, como él dice, ven lo humano donde deberían ver lo divino, ven con ojos de hombre donde deberían ver con ojos de fe. La mirada desacralizada de la vida nos da una imagen totalmente chata de la existencia. Si logramos cambiar la perspectiva y ascendemos en nuestro mirar podremos encontrar el camino a lo sagrado, podremos ver los milagros de Dios en nuestras vidas, que dejarán de ser “chatas”, vanas y efímeras… para convertirse en sagradas, con sentido y eternas. Hay que cambiar la perspectiva.
53 Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
Jesús tiene una mirada diferente. No se queda en las discusiones teóricas y sin sentido. Jesús es práctico. Sabe lo que hace y por qué lo hace. Con una rapidez envidiable saca las consecuencias lógicas de la falta de fe, de la desacralización de la vida, de la pérdida de sentido religioso de la existencia. En vez de ponerse a discutir, Jesús lleva a sus interlocutores a las consecuencias, tristes y malas en este caso, del rechazo del “pan de vida”. El único alimento que da la vida eterna no puede ser rechazado sin caer en la muerte. No comer al “Yo soy” hecho pan es no-ser, es perder la identidad, la plenitud, la Vida.
54El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 55Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.
Hay dos necesidades básicas en todo ser humano, que podríamos llamar de supervivencia: la necesidad sexual (que apunta a la vida de la especie) y la necesidad de comer (que apunta a la vida del individuo). Si una persona no “come” se muere. La necesidad de alimentarse en básica. Jesús nos habla de esa necesidad, pero en sentido de plenitud. Así como cultivamos y nos dedicamos a la cría de animales para sustentarnos temporalmente, Jesús nos invita a pensar en “la verdadera comida y la verdadera bebida”. La resurrección final es la garantía de ser alimentados por el Señor. Y aquí las cosas son simples: quien quiera vivir para siempre, tendrá que alimentarse con el alimento que produce vida para siempre. La eternidad de Dios nos es dada por Jesús a través de su propia carne y sangre. Recibir la Eucaristía, no es una obligación, es una necesidad.
56El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 57Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Raymond Brown[1], nos dice con respecto a estos versículos:
Si comparamos los versículos 54 y 56, advertiremos que poseer la vida eterna supone estar en comunión íntima con Jesús; se trata de que el cristiano siga con Jesús (menein), y Jesús con el cristiano. En el versículo 27 hablaba Jesús del alimento que dura (menein) hasta la vida eterna, es decir, que la fuente de la vida eterna es un alimento que no se acaba. En el versículo 56, el verbo menein se aplica no al alimento, sino a la vida que este produce y nutre. La comunión con Jesús significa realmente participar en la comunión íntima que hay entre el Padre y el Hijo; al mismo tiempo se da por supuesto que el lector entiende lo que esto significa.
Esa participación de la “comunión íntima” con el Padre y el Hijo que la Eucaristía nos da es para ser “vivida” aquí y ahora, como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
1394 como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos a Él.
1396 La unidad del Cuerpo místico: la Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo se une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (Cf. 1 Cor 12, 13). La eucaristía realiza esta llamada: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1Cor 10, 16-17)
58Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente".
La Eucaristía es un alimento que dura para siempre. En cada misa celebrada (actualización de la entrega generosa de Cristo), en cada adoración eucarística (encuentro confiado del Amado con el amante), Cristo permanece allí, dándonos vida eterna, vida en abundancia.
Corpus Christi es la celebración que, de un modo especial, nos recuerda esta presencia que da Vida. Valoremos a Jesús hecho pan sagrado y recibamos de su generosidad la Vida eterna.
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