¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 30 Septiembre 2012
Vigésimo sexto Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Jerónimo
Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48.
Juan le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros".
Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible.
Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
En el relato de hoy, Juan ve a Jesús como si fuera una Marca Registrada de los discípulos y lo quiere convertir en el monopolio de los violentos. ¡Cuánto parecido encierra con el relato del libro de los Números (Núm 11, 16-17. 24-29)! Es como si Juan fuera el nuevo Josué diciendo: “Moisés, señor mío, no se lo permitas”. Juan entorpece el camino de la sanación entregado por Dios a los hombres por medio de Jesús: “tratamos de impedírselo por que no es de los nuestros”. ¿Hay que ser de los nuestros para hacer obras buenas? ¿Desde cuándo Jesús es una marca registrada? ¿La sanación, la liberación, que Jesús nos da es monopolio de algunos o es para todos?
Juan parece no entender que Jesús vino por todos y para todos y que, así como vino por todos y para todos, todos pueden invocar su santo Nombre. Jesús no es sólo de algunos, es de todos. Nosotros, al igual que Juan, muchas veces pensamos lo contrario, imaginamos que si “no es de los nuestros”, su tarea no sirve. Cuántas veces nos hemos encontrado con situaciones de autoritarismo, intolerancia, mezquindad, individualismo, egoísmo, chisme, manipulación, exclusión, marginación, etc., en nuestras comunidades eclesiales. Predicamos un Jesús que es para todos, pero cuando todos lo predican no nos gusta.
Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”
Como Josué, Juan parecía celoso por su maestro, Jesús le responde diciéndole que no hay problema, nadie va a hablar mal de él. Pero pareciera que el drama de Juan no es si alguien habla, o no, mal del Señor. El problema es que Juan está celoso porque pierde poder, celoso porque hablan mal de los discípulos. Cuantas veces nos pasa que alguien se cambia a una iglesia evangélica y allí se convierte, tal vez ha estado la vida entera en la nuestra y no recibió nada. ¡Qué mal habla eso de la Iglesia Católica! Otras veces alguien se cambia de grupo o institución. Antes no servía para nada, ahora es un genio, se convirtió en un súper-cristiano, años en nuestra comunidad y no servía para nada; ahora parece que todos sus dones han salido a la luz.
Resulta interesante ver como Marcos pone este relato después de la curación del endemoniado epiléptico (Mc 9, 14-29), donde los discípulos no pudieron curarlo (versículo 18: “le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron”), y ahora ¡aparece uno que en Nombre de Jesús expulsa a los demonios y no es de los nuestros! (v. 38). Parece que siempre la decisión de los violentos y mediocres es eliminar al que les haga sombra, en vez de crecer (ya lo había dicho el Señor en Mc 9, 29: “Esta clase de demonios se expulsa solo con la oración”). La enseñanza de Jesús hay que orientarla al hecho de que hay que crecer nosotros y no disminuir a los demás, hacernos más fuertes nosotros y no debilitar a los otros, ¡no les cortemos las piernas para que estén a nuestra altura de petisos, crezcamos nosotros para hacernos tan o más altos que ellos!
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
El evangelio de san Mateo dice todo lo contrario: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30). Pero, si bien hay que complementarlos, notemos la diferencia: en Mateo Jesús dice conmigo, en cambio, en Marcos dice nosotros. También es notable que, en Marcos 9, 39, la referencia de Jesús es sólo a él (“No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”) y no a la comunidad (nosotros). Jesús invita a ver a los demás como parte del grupo, de la comunidad y no como a enemigos a quienes hay que combatir. ¡Cuánto aprenderíamos, los seguidores de Cristo, si dejáramos de atacarnos mutuamente! ¡Cuánto ganaríamos si nos diéramos cuenta de que todos estamos con él –nosotros, dice el Señor!
De todas maneras es bueno que resuenen las palabras de Pablo: “...la mayor parte de los hermanos, a quienes mis cadenas han devuelto el coraje en el Señor, se han animado a proclamar sin temor la Palabra de Dios. Es verdad que algunos predican a Cristo llevados por la envidia y el espíritu de discordia, pero otros lo hacen con buena intención. Estos obran por amor, sabiendo que yo tengo la misión de defender el Evangelio. Aquellos, en cambio, anuncian a Cristo por espíritu de discordia, por motivos que no son puros, creyendo que así aumentan el peso de mis cadenas. Pero ¡qué importa! Después de todo, de uno u otra manera, con sinceridad o sin ella, Cristo es anunciado, y de esto me alegro y me alegraré siempre.” (Filipenses 1, 14-18)
La gravedad del escándalo.
Escandalizar es poner una piedra para que otro tropiece. Cuando escandalizamos a alguien le hacemos caer, tropezar, desmoronarse. ¡Cuántas veces hemos visto como los escándalos destruyen la credibilidad de las cosas de Dios! ¡Cuántas veces las comunidades quedan postradas por la fiebre del escándalo, quedan de rodillas ante la duda que el escándalo ha sembrado! ¡Por eso Jesús llama la atención “estos pequeños que creen en mí”! La fe es en Jesús, pero nosotros somos piedra de tropiezo cuando, entre Jesús y los pequeños, ponemos nuestro monopolio, nuestro egoísmo, nuestra mezquindad.
La mano, el pie y el ojo son los miembros que pueden llevarnos al pecado. La mano, símbolo de nuestra tarea creativa, que debería usarse solamente para entregar, para compartir con el que no lo tiene, también la usamos para robar, para esconder y mezquinar, para tomar en vez de dar. El pie signo del discípulo que sigue al maestro, del caminante que se mueve para misionar y llevar la buena nueva a los hermanos, del que se deja iluminar por la Palabra de Dios (Sal 119, 105), también puede usarse para andar por el camino del mal, por la senda de los malvados (Salmo 1, 1). El ojo figura del orante (Mc 7, 34), del buscador de Dios (Sal 121, 1), puerta de entrada de la vida y la respuesta divina (Sal 13, 4); también puede usarse para mirar con ira, con maldad o para cometer adulterio (Mt 5, 28).
Es obvio que Jesús no quiere que nos amputemos algún miembro de nuestro cuerpo, usa esta expresión para hacernos ver la gravedad de la tentación del pecado y la maldad. Más te vale..., dice el Señor.
Pero Jesús les dijo: "No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí.
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
Les aseguro que no quedará sin recompensa el que les dé de beber un vaso de agua por el hecho de que ustedes pertenecen a Cristo.
Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible.
Y si tu pie es para ti ocasión de pecado, córtalo, porque más te vale entrar lisiado en la Vida, que ser arrojado con tus dos pies a la Gehena.
Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
En el relato de hoy, Juan ve a Jesús como si fuera una Marca Registrada de los discípulos y lo quiere convertir en el monopolio de los violentos. ¡Cuánto parecido encierra con el relato del libro de los Números (Núm 11, 16-17. 24-29)! Es como si Juan fuera el nuevo Josué diciendo: “Moisés, señor mío, no se lo permitas”. Juan entorpece el camino de la sanación entregado por Dios a los hombres por medio de Jesús: “tratamos de impedírselo por que no es de los nuestros”. ¿Hay que ser de los nuestros para hacer obras buenas? ¿Desde cuándo Jesús es una marca registrada? ¿La sanación, la liberación, que Jesús nos da es monopolio de algunos o es para todos?
Juan parece no entender que Jesús vino por todos y para todos y que, así como vino por todos y para todos, todos pueden invocar su santo Nombre. Jesús no es sólo de algunos, es de todos. Nosotros, al igual que Juan, muchas veces pensamos lo contrario, imaginamos que si “no es de los nuestros”, su tarea no sirve. Cuántas veces nos hemos encontrado con situaciones de autoritarismo, intolerancia, mezquindad, individualismo, egoísmo, chisme, manipulación, exclusión, marginación, etc., en nuestras comunidades eclesiales. Predicamos un Jesús que es para todos, pero cuando todos lo predican no nos gusta.
Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”
Como Josué, Juan parecía celoso por su maestro, Jesús le responde diciéndole que no hay problema, nadie va a hablar mal de él. Pero pareciera que el drama de Juan no es si alguien habla, o no, mal del Señor. El problema es que Juan está celoso porque pierde poder, celoso porque hablan mal de los discípulos. Cuantas veces nos pasa que alguien se cambia a una iglesia evangélica y allí se convierte, tal vez ha estado la vida entera en la nuestra y no recibió nada. ¡Qué mal habla eso de la Iglesia Católica! Otras veces alguien se cambia de grupo o institución. Antes no servía para nada, ahora es un genio, se convirtió en un súper-cristiano, años en nuestra comunidad y no servía para nada; ahora parece que todos sus dones han salido a la luz.
Resulta interesante ver como Marcos pone este relato después de la curación del endemoniado epiléptico (Mc 9, 14-29), donde los discípulos no pudieron curarlo (versículo 18: “le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron”), y ahora ¡aparece uno que en Nombre de Jesús expulsa a los demonios y no es de los nuestros! (v. 38). Parece que siempre la decisión de los violentos y mediocres es eliminar al que les haga sombra, en vez de crecer (ya lo había dicho el Señor en Mc 9, 29: “Esta clase de demonios se expulsa solo con la oración”). La enseñanza de Jesús hay que orientarla al hecho de que hay que crecer nosotros y no disminuir a los demás, hacernos más fuertes nosotros y no debilitar a los otros, ¡no les cortemos las piernas para que estén a nuestra altura de petisos, crezcamos nosotros para hacernos tan o más altos que ellos!
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros.
El evangelio de san Mateo dice todo lo contrario: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12, 30). Pero, si bien hay que complementarlos, notemos la diferencia: en Mateo Jesús dice conmigo, en cambio, en Marcos dice nosotros. También es notable que, en Marcos 9, 39, la referencia de Jesús es sólo a él (“No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí”) y no a la comunidad (nosotros). Jesús invita a ver a los demás como parte del grupo, de la comunidad y no como a enemigos a quienes hay que combatir. ¡Cuánto aprenderíamos, los seguidores de Cristo, si dejáramos de atacarnos mutuamente! ¡Cuánto ganaríamos si nos diéramos cuenta de que todos estamos con él –nosotros, dice el Señor!
De todas maneras es bueno que resuenen las palabras de Pablo: “...la mayor parte de los hermanos, a quienes mis cadenas han devuelto el coraje en el Señor, se han animado a proclamar sin temor la Palabra de Dios. Es verdad que algunos predican a Cristo llevados por la envidia y el espíritu de discordia, pero otros lo hacen con buena intención. Estos obran por amor, sabiendo que yo tengo la misión de defender el Evangelio. Aquellos, en cambio, anuncian a Cristo por espíritu de discordia, por motivos que no son puros, creyendo que así aumentan el peso de mis cadenas. Pero ¡qué importa! Después de todo, de uno u otra manera, con sinceridad o sin ella, Cristo es anunciado, y de esto me alegro y me alegraré siempre.” (Filipenses 1, 14-18)
La gravedad del escándalo.
Escandalizar es poner una piedra para que otro tropiece. Cuando escandalizamos a alguien le hacemos caer, tropezar, desmoronarse. ¡Cuántas veces hemos visto como los escándalos destruyen la credibilidad de las cosas de Dios! ¡Cuántas veces las comunidades quedan postradas por la fiebre del escándalo, quedan de rodillas ante la duda que el escándalo ha sembrado! ¡Por eso Jesús llama la atención “estos pequeños que creen en mí”! La fe es en Jesús, pero nosotros somos piedra de tropiezo cuando, entre Jesús y los pequeños, ponemos nuestro monopolio, nuestro egoísmo, nuestra mezquindad.
La mano, el pie y el ojo son los miembros que pueden llevarnos al pecado. La mano, símbolo de nuestra tarea creativa, que debería usarse solamente para entregar, para compartir con el que no lo tiene, también la usamos para robar, para esconder y mezquinar, para tomar en vez de dar. El pie signo del discípulo que sigue al maestro, del caminante que se mueve para misionar y llevar la buena nueva a los hermanos, del que se deja iluminar por la Palabra de Dios (Sal 119, 105), también puede usarse para andar por el camino del mal, por la senda de los malvados (Salmo 1, 1). El ojo figura del orante (Mc 7, 34), del buscador de Dios (Sal 121, 1), puerta de entrada de la vida y la respuesta divina (Sal 13, 4); también puede usarse para mirar con ira, con maldad o para cometer adulterio (Mt 5, 28).
Es obvio que Jesús no quiere que nos amputemos algún miembro de nuestro cuerpo, usa esta expresión para hacernos ver la gravedad de la tentación del pecado y la maldad. Más te vale..., dice el Señor.