lunes, 3 de septiembre de 2012

EL EVANGELIO SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 02 Septiembre 2012
Vigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : Mártires septiembre

Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.

Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, 
y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.
Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; 
y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce. 
Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?". 
El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 
En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos. 
Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres". 
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien. 
Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. 
Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, 
los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. 
Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre". 

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

La Palabra de Dios en este domingo es muy clara: “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que hace impuro es aquello que sale del hombre”. Jesús en su caminar nos mostró frecuentemente esta realidad, basta con recordar, por ejemplo a la mujer adúltera, donde Jesús ejemplifica tremendamente que lo que le importa es el corazón del hombre, no su apariencia. En cambio, para los fariseos de la lectura de este domingo, lo único importante es “mostrarse limpios”, se quedan con la apariencia, con lo superficial, con la cáscara. Tienen el corazón manchado por sus intereses personales. Jesús, el hijo de Dios VIVO, está delante de ellos y no le abren su corazón, se fijan más en lo externo, se quedan con lo temporal, con aquello que tiene fecha de vencimiento. Jesús los llama ¡Hipócritas!, porque a Dios lo honran con los labios y mantienen su corazón alejado de Él. A Jesús no le importa el ritual de lavarse las manos, le importa el interior, el corazón de donde salen nuestras intenciones. ¡Qué bueno es saber que mira nuestro corazón! Mejor aún, que lo mira con amor paciente, porque lo conoce, porque sabe que nuestro corazón es humano y Él sabe de qué se trata, es mucho más humano que nosotros. El manzano del cuento embelezado por el brillo, deslumbrado por la inmensidad de las estrellas, sólo aspira a lo exterior, olvidándose de la hermosura de su interior, no se conocía, se minimizaba, aspiraba a la imagen, al brillo. De esta manera no podía descubrirse. ¡Cuántas veces nos pasa lo mismo!, nos importa más vernos y que nos vean brillantes, bellos, limpios, inmensos. Nos olvidamos de nuestro ser interior. Si nos convenciéramos de que en nuestro interior, en nuestro corazón está Jesús, está la inmensidad de su Amor, si nos convenciéramos de que nuestro corazón está hecho para amar, nuestra vida tendría otra dimensión. Si nos reconociéramos hijos, sólo nos importaría la mirada de nuestro Padre y no la mirada de los hombres. Nuestra vida sería abundante y no una vida de pequeñez, en la que cualquier cosita inquieta, hace tambalear, quita la alegría y hace olvidar lo valiosa y singular de nuestra vida para Dios. Por todo esto, los que leemos la Palabra, los que nos esforzamos en vivirla, hagamos como María, que concibió a Jesús primero en su fe y después en su vida. No nos desanimemos. Si somos constantes reinaremos con Él (ver 2 Tim 2, 12). No nos quedemos con lo externo, nos descubramos interiormente, para redimensionar toda nuestra Vida desde el Milagro del Amor del Padre, manifestado por el Hijo y hecho carne por el Espíritu Santo. Amén. 

No hay comentarios: