¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 23 Septiembre 2012
Vigésimo quinto Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Fournet, San Pío Pietrelcina
Evangelio según San Marcos 9,30-37.
Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".
Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:
"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Este es el segundo anuncio de la pasión
en el evangelio de San Marcos, y queda flotando una pregunta: ¿Por qué
eligió Dios el camino del sufrimiento para salvarnos?
Para todos es sabido que Dios es
omnipotente, todopoderoso, que con solo desearlo nos hubiera salvado, o, como
dice el Centurión de Mateo 8, 8: “Señor, no soy digno de que
entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”.
La palabra de Dios tiene tanto poder que no hace falta nada más...
Sin embargo, la pasión y muerte de
Jesús es lo que Dios quiere, “porque Dios amó tanto al mundo, que entregó
a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida
eterna” (Jn 3, 16). Subrayemos entregó, porque refuerza la
idea de Mc 9, 31: “va a ser entregado en manos de los
hombres...”. Dios es quien entrega a Jesús a la muerte, a la destrucción. El
camino de Dios puede parecernos un tanto complicado pero, desde otra
perspectiva, es más entendible:
Presuponemos que Dios nos ha creado por
amor, 1 Jn 4, 8: “Dios es amor”, el amor siempre es expansivo, como la
“vida”, tiende a comunicarse, a mantenerse siempre “fluyendo”, y en una
increíble “bio-diversidad”, derrocha existencia por todos lados. El amor
siempre se expande, siempre crea... “Dios es amor” y de modo natural se extiende
(todo lo contrario del miedo que contrae, guarda, conserva, mezquina), esa
expansión gozosa le lleva a crear, y como creación es “muy buena” (ver Génesis
1, 31), Dios culmina haciendo al hombre. Podríamos imaginar que Dios no quiso
equivocarse, ni siquiera arriesgarse a la más mínima imperfección de su más
reciente y amada creación. Si bien toda la precedente creación la hizo de una
vez, sin modelos ni planos, esta última la realiza utilizando una guía, Dios no
quiere experimentar con el ser humano, ¡nada de teoría, vamos a lo concreto!
Por eso: “Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra
semejanza... Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios,
los creó varón y mujer” (Gn 1, 26. 27). Dios no quiso equivocarse con el
hombre, tomó su imagen para hacerlo muy bien y darle vida.
La Palabra nos muestra cómo, en su
libertad, el ser humano no supo elegir, se dejó llevar por la apariencia
burbujeante de sus sueños y, ebrios del alcohol de Satanás, empezaron a ver
doble lo que en realidad era uno, e hicieron complicado lo que Dios creó
sencillo... Desde Adán y Eva hay en nosotros una tendencia al miedo que contrae
y mezquina, ambiciona y se apropia, tan contraria a la tendencia divina que
expande y da, se esperanza y entrega.
¿Qué podía hacer Dios? Lo que siempre
hizo. Entregar. Casi pareciera que Dios prefiere morir,
desaparecer antes que perdernos, antes que estar sin nosotros. Entonces el Amor
se hizo hombre y vino a arreglar lo que nosotros, calcados a su imagen y
semejanza, fragmentamos con nuestros temores y egoísmos.
Los discípulos se fragmentaban discutiendo
sobre quién era el más grande (Mc 9, 34), en ellos la ambición provoca la
división que amenaza con des-integrarlos. La búsqueda de la grandeza personal
les está llevando a la dura realidad de la pelea (discutiendo) y en un silencio
culpable (ellos callaban) reciben la enseñanza de Jesús.
Dice Marcos que Jesús se sienta (9,
35), precisamente dice: “Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo”.
Imaginemos la escena:
-
Entonces: a propósito de..., podríamos decir nosotros, parece que
Jesús va a reprochar a sus discípulos. Atrae la imagen de Adán escondido con
Eva en el jardín luego de pecar, casi podríamos ver a los doce cabizbajos
esperando la reprimenda de Jesús.
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