martes, 27 de noviembre de 2012

LA PROFESIÓN DE LA FE


                                                             


PRIMERA PARTE : LA PROFESIÓN DE LA FE 

PRIMERA SECCIÓN «CREO»-«CREEMOS» 

CAPÍTULO TERCERO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS 

142 Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (DV2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe. 

143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26). 

ARTÍCULO 1: CREO 

I La obediencia de la fe 

144 Obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma. 

Abraham, «padre de todos los creyentes» 

145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados, insiste particularmente en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se le otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17). 

146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1). «Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia» (Rm 4,3; cf. Gn 15,6). Y por eso, fortalecido por su fe , Abraham fue hecho «padre de todos los creyentes» (Rm 4,11.18; cf. Gn 15, 5). 

147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar por la que los antiguos «fueron alabados» (Hb 11, 2.39). Sin embargo, «Dios tenía ya dispuesto algo mejor»: la gracia de creer en su Hijo Jesús, «el que inicia y consuma la fe» (Hb 11,40; 12,2). 

María: «Dichosa la que ha creído» 

148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48). 

149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. 

II "Yo sé en quién tengo puesta mi fe"(2 Tm 1,12) 

Creer solo en Dios 

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4). 

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios 

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27). 

Creer en el Espíritu Santo 

152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: "Jesús es Señor" sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios [...] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios. 

La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

domingo, 25 de noviembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 25 Noviembre 2012

Solemnidad de Cristo Rey del Universo
Fiesta de la Iglesia : Solemnidad Cristo Rey
Santo(s) del día : Santa Catalina de Alejandría

Evangelio según San Juan 18,33b-37.

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". 
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". 
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". 
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". 
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". 

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“JESÚS REINA”


“Redescubrir la necesidad de que Jesús reine en nuestros corazones; para trabajar en la construcción de su Reino, que es Justicia, Amor y Verdad”

UN ESFUERCITO MÁS, en la comprensión de la Palabra: 

Pilato llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos? 

El poder del mundo siempre razona de manera diferente al poder de Dios. Para el mundo el poder debe ser usado para bien propio, para Dios el poder es solo servicio. Para el mundo el poder no se comparte, para Dios el poder siempre es una entrega, no solo de lo que tengo, sino de lo que soy. 

La pregunta de Pilato es anacrónica. Tan fuera de tiempo está Pilato que no ve como las cosas han cambiado. La ceguera del pobre representante del Cesar es tremenda. ¡Si solo pudiera ver con los ojos del alma! ¡Si dejara que su intuición pudiera más que su miedo! 

La inversión es total. ¡Pobre Pilato! Él cree que llama a Jesús a juicio y que el Salvador comparece ante él. ¡Es Pilato el que en ese momento decisivo está siendo juzgado! Jesús, acercándose a Pilato le muestra su vocación, lo llama a encontrarse con el Rey del mundo. Ese Rey del Universo está desfigurado y, aunque Pilato solo vea un prisionero, en esa apariencia humilde, golpeada, desfigurada, esta el Señorío de Dios sobre todo el Universo. ¡Pilato, Pilato... no es el Rey de los Judíos! ¡Es el Rey del Universo, es tu Señor! 

Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Con Jesús no se juega. Pilato habla de oídas. Repite palabras que otros le han susurrado al oído. 

Todos somos Pilato. Pilato cuando escuchamos chismes de los demás. Pilato cuando hablamos de Jesús sin que leamos la Biblia. Pilato cuando oramos sin poner el corazón y solo de la boca para afuera. Pilato cuando no vivimos como predicamos. Pilato cuando la hipocresía ocupa el lugar de la verdad y la sinceridad. 

Pregúntate: 

Cuando criticas a otro “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando enseñas a Jesús sin leer la Biblia: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando haces oración sin poner el corazón y sólo de la boca para afuera: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando no vives lo que predicas: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando la hipocresía te lleva a parecer discípulo de Jesús y no lo eres en tus obras: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

“Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí” 

Los cristianos nos confundimos cuando ponemos toda la esperanza en las cosas de la tierra. 

No hay duda de que si ponemos más esfuerzo las cosas en la tierra cambiarían. La Iglesia Católica en Latinoamérica muestra que no es de los discípulos de Cristo olvidarnos de que la justicia reine en la tierra, de que los pobres deben ser el centro de la predicación y la acción solidaria de la Iglesia y de todo creyente. No hay cristianismo sin justicia social. También las nuevas corrientes ecológicas nos muestran que debemos cuidar nuestra “casa”, el planeta. La casa de todos debe ser cuidada por todos y nosotros, los seres humanos, todavía dejamos mucho que desear. 

De todos modos, aunque debemos hacer nuestros mejores esfuerzos por la justicia social y la ecología, no nos olvidemos que aquí estamos de paso. Hacer de la tierra un mejor lugar para todos es hermoso y sobre todo necesario. Pero nuestro Rey nos tira hacia las cosas celestiales –que no se oponen con las de la tierra, sino que se complementan- hagamos las cosas de la tierra, pero con la intención puesta en el cielo. 

Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. 

Aceptar a Jesús como REY de nuestra vida (mi Mundo) es dejarle entrar en mi ser y establecer Señorío sobre él. Muchos de nosotros hacemos profesión de cristianos y, de la boca para afuera, aceptamos a Cristo como Rey. Muchos son bautizados, pero pocos son súbditos de un rey tan grande. Muchos los que se acogen a los beneficios del bautismo, a los cuidados de Dios; pero pocos los que le obedecen y con sus obras aceptan ser ciudadanos del cielo. 

Nos dice José Prado Flores, en su libro “Id y evangelizad a los bautizados”, página 57: 

Jesús no pide mucho. Jesús pide todo. Él no se contenta con formar parte o ser un aspecto de nuestra vida. Él quiere ser el centro único de nuestra existencia. O todo o nada. O frío o caliente, pero no tibio. A los tibios los vomita de su boca: Ap 3, 14-15. 

Él no admite ser sólo un adorno decorativo de nuestra vida, sino un personaje real que vive en nuestro corazón y gobierna efectivamente nuestra vida. Jesús quiere ser verdaderamente el Rey de nuestra existencia.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

domingo, 18 de noviembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 18 Noviembre 2012

Trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : Santa Rosa Filipina Duchesne 


Evangelio según San Marcos 13,24-32.

En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, 
las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. 
Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. 
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“LOS TIEMPOS CAMBIAN”

“Asumir una actitud de esperanza ante la segunda venida de Jesús; para que transformemos nuestro presente con el anuncio encarnado del Evangelio”

En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 

Esta imagen del fin del mundo propuesta por Jesús, aunque sea real, no deja de tener contenidos simbólicos muy significativos. Como podemos observar todo pierde su sentido y lugar original. Un sol que deja de brillar es un auténtico fracaso. De hecho, la idea de Jesús es des-estructurarnos, hacernos perder la estructura de las cosas como son. Una de las cosas más hermosas de la conversión es que perdemos la estructura anterior, nos vaciamos de los contenidos del mundo y, como un recipiente vacío, quedamos a disposición de Dios para que él nos llene de lo que desee. En el fin del mundo, las cosas como las conocemos perderán toda identidad, la desestructuración es fortísima, nadie tendrá nada de donde agarrarse... Todo intento autónomo de salir del camino será vano, no habrá ninguna luz astral para guiarnos. En ese momento, y ahora si estás en proceso de conversión, podrías decir lo del chapulín colorado: -¿Y ahora quien podrá defenderme? 

Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. 

Vendrá Jesús sobre las nubes, la “visita del sol naciente, para iluminar a los que están en tinieblas y en la sombra de la muerte” (Lc 1, 78-79). En lugar del sol, llega el Sol naciente, viene Jesús a iluminar nuestras vidas, a darnos luz a los que estamos en tinieblas y sacarnos de la sombra de la muerte. Muchos de nosotros estamos en esa situación: el pecado y todo lo que de él nace nos mata. Lamentablemente nos hemos acostumbrado a la estructura de muerte de este mundo donde la venganza, el odio, la falta de solidaridad, de amor, es moneda corriente. Jesús viene a oscurecer el sol de los soberbios, a que la luna brillante del dinero no nos encandile, las grandes estrellas caen del cielo y por la gracia de Dios, del sol naciente, un nuevo amanecer empieza para los creyentes. María era consciente de esto cuando decía: “Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes” (Lc 1, 52). Los astros se conmueven porque: “Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 53). 

Así como el sol nos regala su luz, así también Jesús, el “sol naciente”, nos trae su poder y gloria. El que quiera ser lleno del poder divino y exaltado en la gloria del Señor, aceptará su Señorío y no habrá en él ninguna otra luz, que pueda iluminarle más plenamente que su glorioso Redentor. 

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 

Para Jesús todo tiene fecha de vencimiento, “todo pasa y nada queda” diría el poeta español Antonio Machado, popularizado por Joan Manuel Serrat. De hecho es así, gracias a Dios, este modo de vida llegará su fin y en un nuevo parto, pletórico de vida, veremos “tu luz” que “nos hace ver la luz”. Esta vida, que hoy transitamos, es efímera... vendría a ser un nuevo útero materno que nos va preparando para el nacimiento verdadero, a la vida verdadera. 

Para los cristianos el sentido pasajero de la vida nos lanza con mayor entusiasmo al encuentro de las realidades que no se ven, al gozo del encuentro con lo sagrado, a la vivencia íntima de la presencia divina en nuestro ser, santuario personal de Dios en este mundo. 

Dice Jesús que sus palabras no pasarán. De nosotros depende que en nuestros corazones esa palabra no sea una moda, no sea algo pasajero. Que las palabras divinas encuentren vivienda en nuestro corazón es la tarea de todo cristiano. A imagen de María, que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19), nosotros también dejemos que la palabra de Jesús quede guardada para siempre en nuestro santuario interior. 

En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino sólo el Padre. 

“No por mucho madrugar se amanece más temprano”, dice el refrán. Nuestra curiosidad nos lleva a querer saberlo todo. Pero el final de todo, inclusive el final de nuestra vida, nos está vedado. ¿Para qué me sirve saber cuando me voy a morir? ¡Sé que me voy a morir y mi vida no ha cambiado mucho que digamos! Saber las fechas y horarios no hace a las personas más buenas, sino más interesadas. Nosotros no nos preocupamos por fechas y horarios, nos ocupamos en desarrollar actitudes verdaderas, durables y constantes que nos formen al estilo de Jesús y nos hagan sus verdaderos discípulos, el fin del mundo o de nuestra vida será solo un trámite fácil si, en vez de prepararnos para ello, nos esmeramos en ser como Jesús todos los días de nuestra vida. De hecho, es lo más natural y hermoso que nos puede pasar.



viernes, 16 de noviembre de 2012

Nuestra fe, la fe de la Iglesia


La fe cristiana, es, en efecto, el remedio para la fragilidad personal precisamente porque nos abre a Dios y a los demás.

"Un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo". (Benedicto XVI) 

¿Es la fe algo meramente individual, que solo interesa a cada uno? 

Una vez más se ha enfrentado Benedicto XVI, en su audiencia del 31 de octubre, con el individualismo que puede afectar a los creyentes.

Por supuesto, observa, “el acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi vida que da un giro, una nueva orientación”. En la liturgia del Bautismo, quien acepta la fe católica en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo responde en singular: “Yo creo”.


Creer no es individualista

Pero, añade el Papa, explicando cómo se origina la fe personal, “este creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es el producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir, y un responder”. Es el resultado de la relación con Jesús: “Este creer es el comunicarse con Jesús, el que me hace salir de mi ´yo´, encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre”. Y hay que entender esa relación mirando cómo es en realidad: “Es como un renacimiento en el que me descubro unido no solo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino”. Pues bien, este nuevo nacimiento que comienza con el Bautismo, se prolonga luego a lo largo de la vida.


La fe me viene por la Iglesia, mi fe sólo existe en "nuestra fe"

En consecuencia: “No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me ha sido dada por Dios a través de una comunidad de creyentes que es la Iglesia, y por lo tanto me inserta en la multitud de creyentes, en una comunidad que no solo es sociológica, sino que está enraizada en el amor eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Amor trinitario”. Dicho brevemente: “Nuestra fe es verdaderamente personal, solo si es a la vez comunitaria: puede ser ´mi fe´, solo si vive y se mueve en el ´nosotros´ de la Iglesia, solo si es nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia”.

En efecto. Es claro que -como creemos- la vida cristiana es un vivir juntos con Cristo. Por tanto, la fe, que es participar de la mirada de Cristo sobre la realidad, sólo puede ser viva en cada uno en la medida en que participa de esa misma mirada. La fe no nos quita nuestra personalidad, sino que la dota de una mayor profundidad de conocimiento y de capacidad para amar.

De hecho, continúa Benedicto XVI, esto es lo que se manifiesta el domingo en la misa: rezamos el “Credo” en primera persona, pero al mismo tiempo lo hacemos junto con los demás en confesando la única fe de la Iglesia. De esa manera, “ese ´creo´ pronunciado individualmente, se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que todos contribuyen, por así decirlo, a una polifonía armoniosa de la fe”. Y esto, apunta el Papa, es lo que quiere decir el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 181) cuando afirma que “creer es un acto eclesial”, y explica el mismo texto: “La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”. Por eso decía San Cipriano: “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre”. En síntesis, resume el Papa, “la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella”.


La Iglesia es madre donde la fe vive y se transmite

La Iglesia es también -como una madre que siempre da vida- el ámbito donde la fe se transmite. En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y les da la fuerza para proclamar el núcleo de la fe cristiana: Cristo es el Hijo de Dios que ha muerto en la Cruz y ha resucitado para nuestra salvación (cf. Hch., cap. 2). Y muchos se convierten y son bautizados. “Así -muestra el Papa Ratzinger de un modo que gusta desde hace mucho tiempo utilizar-, comienza el camino de la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios basado sobre la nueva alianza gracias a la sangre de Cristo, y cuyos miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico, sino que son hombres y mujeres provenientes de cada nación y cultura”. Este pueblo es una familia universal: “Es un pueblo “católico”, que habla lenguas nuevas, universalmente abierto a acoger a todos, más allá de toda frontera, haciendo caer todas las barreras” (cf. Col. 3,11).

Por tanto, la Iglesia es el “lugar” donde nace la fe, donde la fe se transmite y donde se celebra y vive, nos libera de la esclavitud del pecado y nos hace hijos de Dios; y “al mismo tiempo, estamos inmersos en comunión con los demás hermanos y hermanas en la fe, con todo el Cuerpo de Cristo, sacándonos fuera de nuestro aislamiento”. Así lo dice el Concilio Vaticano II: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Const. Dogm. Lumen Gentium, 9).


Esta es nuestra fe, la fe de la Iglesia: donde mi fe crece y madura

Y por eso el celebrante del bautismo, al concluir las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos “creo” a las verdades de la fe, dice: “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús Nuestro Señor”. Esta es la fe que transmite la Iglesia (en una “Tradición” viva) con la proclamación de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y la vida cristiana. El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia, “en su doctrina, en su vida y en su culto transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que ella cree” (Dei Verbum, n. 8).

Finalmente, vuelve Benedicto XVI al principio de su argumentación, precisando que la Iglesia no es sólo el “lugar” donde nace la fe y se transmite, sino también “donde la fe personal crece y madura”. Por eso el Nuevo Testamento llama “santos” al conjunto de los cristianos: no porque todos tuvieran ya las cualidades para ser declarados santos, sino porque, por la fe, estaban llamados a iluminar a los demás, acercándolos a Jesucristo.

“Y esto -sostiene el Papa- también vale para nosotros: un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo”. Y recoge estas palabras de Juan Pablo II: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (enc. Redemptoris missio, n. 2).


Protagonistas de una experiencia que nos sobrepasa

En definitiva, la auténtica fe cristiana tiene esta dinámica personal, eclesial y universal, Y esto, señala Benedicto XVI, es contrario a la tendencia actual. “La tendencia, hoy generalizada, a relegar la fe al ámbito privado, contradice por tanto su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el sostenimiento de la gracia y el testimonio del amor”. “Así -apunta-, nuestro ´yo´ en el ´nosotros´ de la Iglesia, podrá percibirse, al mismo tiempo, como destinatario y protagonista de un acontecimiento que lo sobrepasa: la experiencia de la comunión con Dios, que establece la comunión entre las personas”.

Y así concluye el Papa mostrando, en la perspectiva del Concilio Vaticano II: “En un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para toda la humanidad (cf. GS, 1)”.

La fe cristiana, es, en efecto, el remedio para la fragilidad personal precisamente porque nos abre a Dios y a los demás.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

La Fe Cristiana


La Fe Cristiana
El Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica 
La fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la verdad.

Por lo que El Año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánicamente en el Catecismo de la Iglesia Católica.

En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.

Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO


¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 11 Noviembre 2012

Trigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Martín de Tours

Evangelio según San Marcos 12,38-44.

Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas 
y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; 
que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad". 
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. 
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. 
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, 
porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir". 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

 “UNA POBRE VIUDA”

“Aprender a ser generosos con Dios y los hermanos; para que, sin aparentar grandeza, demos todo lo que somos y tenemos”
'     UN ESFUERCITO MÁS, en la comprensión de la Palabra:
Escribas: En un principio, los sacerdotes eran a su vez escribas. (Esd 7, 1-6.) Sin embargo, se dio mucha importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la Ley. Los que estudiaron y obtuvieron una buena formación consiguieron el respeto del pueblo, y con el tiempo estos eruditos, muchos de los cuales no eran sacerdotes, formaron un grupo independiente. Por ello, en el tiempo de Jesús la palabra “escribas” designaba a una clase de hombres a quienes se había instruido en la Ley. Estos hicieron del estudio sistemático y de la explicación de la Ley su ocupación. Se les contaba entre los maestros de la Ley o los versados en ella. (Lc 5, 17; 11, 45.) Por lo general pertenecían a la secta religiosa de los fariseos, pues este grupo reconocía las interpretaciones o “tradiciones” de los escribas, que con el transcurso del tiempo habían llegado a ser un laberinto desconcertante de reglas minuciosas y técnicas. Los escribas se encontraban sobre todo en Jerusalén, aunque también se les podía hallar por toda Palestina y en otras tierras entre los judíos de la Diáspora. (Mt 15, 1; Mc 3, 22; compárese con Lc 5, 17.). La gente respetaba a los escribas y los llamaba “Rabí” (gr. rhab·béi, “Mi Grande; Mi Excelso”; del heb. rav, que significa “muchos”, “grande”; era un título de respeto que se usaba para dirigirse a los maestros). Los escribas no solo eran responsables como “rabíes” de las aplicaciones teóricas de la Ley y de la enseñanza de esta, sino que también poseían autoridad judicial para dictar sentencias en tribunales de justicia. Había escribas en el tribunal supremo judío, el Sanedrín. (Mt 26, 57; Mc 15, 1). No recibían ningún pago por juzgar, y la Ley prohibía los regalos y los sobornos. 
Como vemos por la Palabra de Dios que hoy hemos leído, Jesús no tiene buena opinión de ellos. Los ve como aves de rapiña, como hipócritas, ostentosos. Su necesidad de ser importantes en la comunidad nos suena hoy a muchas personas que dentro de nuestra misma Iglesia actúan del mismo modo. Casi como un nuevo Miqueas (Miq 3, 1-4; véase también Miq 2, 2 y Ez 22, 25), Jesús, asume la tarea de denunciarlos frente a sus discípulos. La carta de Santiago también lamenta, ya en la Iglesia, esa costumbre tan perniciosa de poner a los ricos o “importantes” en los primeros lugares (Ver Sgo 2, 2-3).
La viuda: La cara contrapuesta del escriba es la viuda que, a continuación, obra en silencio y ser vista (salvo por el ojo atento de Jesús) dando todo lo que posee al Templo. Este gesto inútil (las dos pequeñas monedas que ella entrega no alcanzan para mucho en comparación con los grandes billetes de aquellos que dan de lo que les sobra) no tiene valor por el uso que se le puede dar al dinero, sino por la actitud. Esa actitud de darle todo a Dios es la que siempre resalta la Biblia (véase Éx 35, 21-29) la cual denota no solo una gran generosidad de parte del donante, sino también una gran confianza, porque si no tengo más bienes ¿de dónde me vendrá el sustento sino de Dios mi Padre? La pobreza absoluta del donante se convierte en riqueza total porque es Dios quien bendice totalmente al que todo lo da (ver 2Cor 9, 6; Mt 10, 42).
Aprendamos a ser generosos con todos nuestros bienes en nuestra relación con Dios ya que no se trata de aparentar o dar lo que sobra sino vivir conforme al don de hijos del Padre Dios. La viuda entendió perfectamente su relación de “hija” poniendo en el “arca” familiar todo lo que tenía, de tal modo que Dios no dejaría a su “hija” sin el sustento diario. Es cuestión de sinceridad y fe, lo demás es accesorio. Amén.

viernes, 9 de noviembre de 2012

domingo, 4 de noviembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 04 Noviembre 2012
Trigésimo primero Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Carlos Borromeo

Evangelio según San Marcos 12,28b-34.

Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". 
Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; 
y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. 
El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". 
El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, 
y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios". 
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“LO IMPORTANTE ES AMAR”
“Escuchar la voz de Jesús que nos invita al amor a Dios y al hermano; para que gastemos la vida amando”
28 Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". 

Cuando el escriba pregunta sobre el primer mandamiento está mostrando su preocupación sobre que es lo primero en hacer. El necesita una escala de valores que le diga que viene primero y que viene después. En realidad todos necesitamos lo mismo, sino las cosas que hacemos serán relativas a las circunstancias y no con un orden de prioridades emanadas de nuestras concepciones sobre la vida. Cuando pregunto por el primer mandamiento estoy preguntando sobre el fundamento de mi existencia, sobre la base de lo que soy. El orden establecido por Jesús es el orden vital, es lo primero que hay que hacer para que la vida tenga un sentido pleno y firme. Así valdrá la pena vivirla. 


29Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; 30 y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. 

Para Jesús el primer mandamiento es “escucha”. La importancia del prestar atención a las cosas de Dios no debe ser pasada por alto. No se trata solo de “amar” se trata de “saber” a quien se ama. El “shemá”, escucha, tiene una importancia capital en la concepción del buen israelita. Atender a la voz de Dios y no tanto a las de las necesidades exteriores, prestar atención a tu templo interior donde Dios se muestra en una nueva carpa del encuentro, que es tu propia vida, es la tarea principal. El primer mandamiento es “escuchar”. 

De la escucha atenta saldrá el amor. ¿Cómo no amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y las fuerzas a aquel que nos habla con palabras amorosas, a aquel que ha creado de la nada mi propia existencia, a aquel que se animó a confiar en mí, a trazar un puente entre mi vida pequeñita, creada por Él, y su magnificencia, a aquel que me invita a compartir para siempre la eternidad a su lado? 

El “amor” es la entrega de toda la vida. Mª Teresa de Calcuta decía “hay que amar hasta que duela”. Dios ama a su creación y se entrega a ella en amor, es decir se dona totalmente. Nosotros amamos a Dios cuando, como criaturas, le damos toda nuestra vida, todo nuestro ser… “hasta que duela”. 
31El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos". 

El prójimo es la “imagen de semejanza” de Dios en la tierra. Cuando en el evangelio de Lucas el maestro de la ley le pregunta a Jesús “quién es mi prójimo”, Jesús responderá no “quién es mi prójimo”, sino de “quién soy prójimo yo” (Lc 10, 25-37). Es decir que el centro de atención son los demás y no yo. No es “mi” prójimo el que está más próximo mío… (como si los lejanos no necesitaran ayuda) sino que yo soy “prójimo” de todos porque trato de encontrar en todos la posibilidad de ayudarles. No quiero que me pidan nada, quiero dar antes que me lo pidan. Amar al otro como a mi mismo es tratarlo como me gusta que me traten, pero también darle lo mejor de mí así como me cuido y protejo a mi mismo. 

Es una muestra de que también nosotros podemos hacer las cosas mejor de lo que las estamos haciendo. De que también nosotros podemos amar hasta el extremo de dar la vida “hasta que duela” por mi “prójimo”. 



jueves, 1 de noviembre de 2012

FELIZ FIESTA DE TODOS LOS SANTOS!!!!


Con esta celebración de todos los santos conocidos y desconocidos, la Iglesia honra la vida de innumerables y luminosos testigos de Cristo.
Es la ocasión de recordar que el deseo de ser santo debe arder en todos los cristianos:
"Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (Catecismo de la Iglesia Católica CIC §2013). ¿Pero cómo "alcanzar esta perfección"?

"El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús" (CIC §2015-2016).