¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 11 Noviembre 2012
Trigésimo segundo Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : San Martín de Tours
Evangelio según San Marcos 12,38-44.
Y él les enseñaba: "Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas
y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes;
que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad".
Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia.
Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre.
Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros,
porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir".
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
“UNA POBRE VIUDA”
“Aprender
a ser generosos con Dios y los hermanos; para que, sin aparentar grandeza,
demos todo lo que somos y tenemos”
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Escribas: En un principio, los
sacerdotes eran a su vez escribas. (Esd 7, 1-6.) Sin embargo, se dio mucha
importancia a que todos los judíos tuvieran conocimiento de la Ley. Los que
estudiaron y obtuvieron una buena formación consiguieron el respeto del pueblo,
y con el tiempo estos eruditos, muchos de los cuales no eran sacerdotes,
formaron un grupo independiente. Por ello, en el tiempo de Jesús la palabra
“escribas” designaba a una clase de hombres a quienes se había instruido en la
Ley. Estos hicieron del estudio sistemático y de la explicación de la Ley su
ocupación. Se les contaba entre los maestros de la Ley o los versados en ella.
(Lc 5, 17; 11, 45.) Por lo general pertenecían a la secta religiosa de los
fariseos, pues este grupo reconocía las interpretaciones o “tradiciones” de los
escribas, que con el transcurso del tiempo habían llegado a ser un laberinto
desconcertante de reglas minuciosas y técnicas. Los escribas se encontraban
sobre todo en Jerusalén, aunque también se les podía hallar por toda Palestina
y en otras tierras entre los judíos de la Diáspora. (Mt 15, 1; Mc 3, 22;
compárese con Lc 5, 17.). La gente respetaba a los escribas y los llamaba
“Rabí” (gr. rhab·béi, “Mi Grande; Mi Excelso”; del heb. rav,
que significa “muchos”, “grande”; era un título de respeto que se usaba para
dirigirse a los maestros). Los escribas no solo eran responsables como “rabíes”
de las aplicaciones teóricas de la Ley y de la enseñanza de esta, sino que
también poseían autoridad judicial para dictar sentencias en tribunales de
justicia. Había escribas en el tribunal supremo judío, el Sanedrín. (Mt 26, 57;
Mc 15, 1). No recibían ningún pago por juzgar, y la Ley prohibía los regalos y
los sobornos.
Como vemos por la
Palabra de Dios que hoy hemos leído, Jesús no tiene buena opinión de ellos. Los
ve como aves de rapiña, como hipócritas, ostentosos. Su necesidad de ser
importantes en la comunidad nos suena hoy a muchas personas que dentro de
nuestra misma Iglesia actúan del mismo modo. Casi como un nuevo Miqueas (Miq 3,
1-4; véase también Miq 2, 2 y Ez 22, 25), Jesús, asume la tarea de denunciarlos
frente a sus discípulos. La carta de Santiago también lamenta, ya en la
Iglesia, esa costumbre tan perniciosa de poner a los ricos o “importantes” en
los primeros lugares (Ver Sgo 2, 2-3).
La viuda: La cara contrapuesta del escriba es la viuda que, a
continuación, obra en silencio y ser vista (salvo por el ojo atento de Jesús)
dando todo lo que posee al Templo. Este gesto inútil (las dos pequeñas monedas
que ella entrega no alcanzan para mucho en comparación con los grandes billetes
de aquellos que dan de lo que les sobra) no tiene valor por el uso que se le
puede dar al dinero, sino por la actitud. Esa actitud de darle todo a Dios es
la que siempre resalta la Biblia (véase Éx 35, 21-29) la cual denota no solo
una gran generosidad de parte del donante, sino también una gran confianza,
porque si no tengo más bienes ¿de dónde me vendrá el sustento sino de Dios mi
Padre? La pobreza absoluta del donante se convierte en riqueza total porque es
Dios quien bendice totalmente al que todo lo da (ver 2Cor 9, 6; Mt 10, 42).
Aprendamos a ser
generosos con todos nuestros bienes en nuestra relación con Dios ya que no se
trata de aparentar o dar lo que sobra sino vivir conforme al don de hijos del
Padre Dios. La viuda entendió perfectamente su relación de “hija” poniendo en
el “arca” familiar todo lo que tenía, de tal modo que Dios no dejaría a su
“hija” sin el sustento diario. Es cuestión de sinceridad y fe, lo demás es
accesorio. Amén.
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