¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 18 Noviembre 2012
Trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : Santa Rosa Filipina Duchesne
Evangelio según San Marcos 13,24-32.
En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar,
las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.
Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
“LOS TIEMPOS CAMBIAN”
“Asumir una actitud de esperanza ante la segunda venida de Jesús; para que transformemos nuestro presente con el anuncio encarnado del Evangelio”
En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán.
Esta imagen del fin del mundo propuesta por Jesús, aunque sea real, no deja de tener contenidos simbólicos muy significativos. Como podemos observar todo pierde su sentido y lugar original. Un sol que deja de brillar es un auténtico fracaso. De hecho, la idea de Jesús es des-estructurarnos, hacernos perder la estructura de las cosas como son. Una de las cosas más hermosas de la conversión es que perdemos la estructura anterior, nos vaciamos de los contenidos del mundo y, como un recipiente vacío, quedamos a disposición de Dios para que él nos llene de lo que desee. En el fin del mundo, las cosas como las conocemos perderán toda identidad, la desestructuración es fortísima, nadie tendrá nada de donde agarrarse... Todo intento autónomo de salir del camino será vano, no habrá ninguna luz astral para guiarnos. En ese momento, y ahora si estás en proceso de conversión, podrías decir lo del chapulín colorado: -¿Y ahora quien podrá defenderme?
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria.
Vendrá Jesús sobre las nubes, la “visita del sol naciente, para iluminar a los que están en tinieblas y en la sombra de la muerte” (Lc 1, 78-79). En lugar del sol, llega el Sol naciente, viene Jesús a iluminar nuestras vidas, a darnos luz a los que estamos en tinieblas y sacarnos de la sombra de la muerte. Muchos de nosotros estamos en esa situación: el pecado y todo lo que de él nace nos mata. Lamentablemente nos hemos acostumbrado a la estructura de muerte de este mundo donde la venganza, el odio, la falta de solidaridad, de amor, es moneda corriente. Jesús viene a oscurecer el sol de los soberbios, a que la luna brillante del dinero no nos encandile, las grandes estrellas caen del cielo y por la gracia de Dios, del sol naciente, un nuevo amanecer empieza para los creyentes. María era consciente de esto cuando decía: “Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes” (Lc 1, 52). Los astros se conmueven porque: “Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 53).
Así como el sol nos regala su luz, así también Jesús, el “sol naciente”, nos trae su poder y gloria. El que quiera ser lleno del poder divino y exaltado en la gloria del Señor, aceptará su Señorío y no habrá en él ninguna otra luz, que pueda iluminarle más plenamente que su glorioso Redentor.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Para Jesús todo tiene fecha de vencimiento, “todo pasa y nada queda” diría el poeta español Antonio Machado, popularizado por Joan Manuel Serrat. De hecho es así, gracias a Dios, este modo de vida llegará su fin y en un nuevo parto, pletórico de vida, veremos “tu luz” que “nos hace ver la luz”. Esta vida, que hoy transitamos, es efímera... vendría a ser un nuevo útero materno que nos va preparando para el nacimiento verdadero, a la vida verdadera.
Para los cristianos el sentido pasajero de la vida nos lanza con mayor entusiasmo al encuentro de las realidades que no se ven, al gozo del encuentro con lo sagrado, a la vivencia íntima de la presencia divina en nuestro ser, santuario personal de Dios en este mundo.
Dice Jesús que sus palabras no pasarán. De nosotros depende que en nuestros corazones esa palabra no sea una moda, no sea algo pasajero. Que las palabras divinas encuentren vivienda en nuestro corazón es la tarea de todo cristiano. A imagen de María, que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19), nosotros también dejemos que la palabra de Jesús quede guardada para siempre en nuestro santuario interior.
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino sólo el Padre.
“No por mucho madrugar se amanece más temprano”, dice el refrán. Nuestra curiosidad nos lleva a querer saberlo todo. Pero el final de todo, inclusive el final de nuestra vida, nos está vedado. ¿Para qué me sirve saber cuando me voy a morir? ¡Sé que me voy a morir y mi vida no ha cambiado mucho que digamos! Saber las fechas y horarios no hace a las personas más buenas, sino más interesadas. Nosotros no nos preocupamos por fechas y horarios, nos ocupamos en desarrollar actitudes verdaderas, durables y constantes que nos formen al estilo de Jesús y nos hagan sus verdaderos discípulos, el fin del mundo o de nuestra vida será solo un trámite fácil si, en vez de prepararnos para ello, nos esmeramos en ser como Jesús todos los días de nuestra vida. De hecho, es lo más natural y hermoso que nos puede pasar.
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