Evangelio seún San Juan: cap. 16, vers. 12-15.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, donde contemplamos la presencia de Dios uno y trino. Jesús nos dice que hay muchas cosas que tiene que decirnos, pero que no las entenderíamos. Tal vez una de ellas sea el misterio de la Trinidad. Es un misterio no sólo porque nuestra razón no lo pueda entender, sino, sobre todo, porque nos deslumbra de tal modo que nos termina encandilando. Qué el Creador sea al mismo tiempo tres personas distintas y un solo Dios verdadero es algo inabarcable para nuestra limitada inteligencia y comprensión.
Dice Jesús que no las podemos comprender ahora, nos sólo porque nos falte el entendimiento, sino también porque no es una tarea humana comprender el misterio sino que es fruto de la revelación que Dios hace a su Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo. Es don divino. (Hay que distinguir entre misterio y enigma: el misterio deslumbra y encandila, necesita de la fe y la revelación sobrenatural para ser entendido; el enigma es una incógnita que puede ser develada por la razón).
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
De una manera muy esquemática buscando facilitar la comprensión, aunque se sacrifique la complejidad de la historia, podríamos decir que el Antiguo Testamento es el tiempo del Padre, la vida de Jesús es el tiempo del Hijo y, después de la ascensión del Señor, la era actual es el tiempo del Espíritu Santo.
Este Santo Espíritu nos introduce en la verdad. Esa verdad no es sólo entender los interrogantes de la vida natural de todos los días (el por qué del dolor y el sufrimiento, el sentido de las cosas que hacemos, etc.), sino también, y sobre todo, la revelación actualizada y permanente de la presencia amorosa de Dios a lo largo del camino hacia el cielo. El Espíritu Santo camina con nosotros iluminando la senda de la vida, sosteniéndonos con la fe, la esperanza y el tierno amor divino. Es como si en la Iglesia se repitiera cada día, todos los días, la anunciación a María. El Espíritu Santo nos cubre con su sombra de paz y bendición, nos hace experimentar el poder del Padre a través de la fe y nos impulsa estimulándonos en la esperanza para ser testigos de Jesús.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Nadie en la Iglesia duda que Jesús sea el centro de nuestra fe. Por eso nos llamamos cristianos, porque creemos y seguimos, tomando la cruz de cada día, al maestro de Galilea. El Espíritu Santo (tercera persona de la trinidad) no viene a ocupar el lugar del Salvador, más bien viene a glorificarlo, es decir, a exaltarlo, honrarlo y elevarlo. Jesús es el centro de la fe porque es el Hijo–Dios que se hizo humanidad, es el puente entre Dios y los seres humanos, comparte ambas naturalezas, y es propio de la divinidad y de la humanidad, es de todos para todos.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
La comunicación entre las personas divinas es tan familiar y llena de confianza que lo que es de uno es de todos. En la trinidad no hay mezquindades, todo se comparte, todo es de todos, no hay reservas, al contrario, la generosidad es plena, hay un derroche de amor. Entre nosotros, a veces, los egoísmos gozan de excelente salud. En la trinidad lo del Hijo es compartido por el Espíritu Santo, lo de Padre es también de Hijo. Entre nosotros lo mío es mío y lo tuyo también, buscamos exclusividades, acaparamos con avaricia todo lo que podemos, incluso a las personas.
Es tiempo de compartir, es tiempo del Espíritu Santo que recibe del Hijo lo que el Padre comparte con este y nos lo da a nosotros. La generosidad es amor puesto en práctica. Ser perfectos como la Trinidad Santísima es saber entregar de lo nuestro a los demás y aprender, sin avaricias codiciosas, a compartir lo que los otros nos comunican.