domingo, 5 de mayo de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

Evangelio según San Juan 14,23-29. 
Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado.
Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes.
En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.
Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo.
Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo.
Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean.

El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. 

Decía San Jerónimo que no conocer las escrituras es no conocer a Jesucristo. La palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre esta realidad. Para ser fiel a la palabra de Dios es necesario primero conocerla, leerla, prestarle atención, orarla. 

Nosotros nos reunimos una vez a la semana a compartir un encuentro con la Palabra. En ese encuentro seguimos una metodología, la de la LECTIO DIVINA (lectura orante de la Biblia) que divide la reunión de la asamblea en cuatro partes: lectura – meditación – oración – contemplación. Para que la reunión sea efectiva se necesita la participación de todos los miembros de la CBP. No se debería permanecer en silencio. El animador tiene como tarea principal, justamente eso, animar a los participantes a expresar sus opiniones y puntos de vista sobre lo que semana tras semana se trata en la reunión. 

Para conocer las Escrituras necesitaremos acceder a ellas desde una traducción adecuada a nuestro lenguaje. Hay muchas traducciones accesibles y, relativamente, de buen precio en estos momentos. Cada comunidad deberá esmerarse para que todos los miembros de la misma tengan acceso a una Biblia de uso personal. Esto facilita la lectura asidua de cada miembro de la comunidad de la Palabra de Dios, la recitación y meditación privada de los salmos, tesoro poético de Israel que también está a nuestro alcance como revelación bíblica. Tener tu propia Biblia y con la mejor traducción posible es primordial y esto no se debe pasar por alto por los inconvenientes que acarrearía. 

La insistencia de Jesús en conocer y ser fieles a sus palabras radica en la consecuencia plena de estos actos: quien es fiel a su palabra recibe la presencia de Dios en el Padre y el Hijo en su propia vida. El que ama a Dios y practica la Palabra de Vida que esta le enseña se convierte en templo divino… “habitaremos en él”. 

El Paráclito, el Espíritu santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. 

La presencia Trinitaria se hace evidente al recurrir Jesús a la asistencia del Espíritu Santo. No basta la inhabitación del Padre y del Hijo en el creyente… el Espíritu Santo plenifica esa presencia y, enviado por el Padre en el Nombre de Jesús, viene a enseñar y recordar lo que él nos ha dicho. Por eso la Palabra de Dios debe ser leída, meditada, inclusive estudiada, desde la actitud orante de aquel que recibe y se deja interpelar por el Espíritu Santo. Este Santo Paráclito es el abogado defensor que viene a poner en claro las cosas, a enseñarnos con la maestría del mejor pedagogo, a sacarnos las confusiones y las dudas que de otro modo no nos dejarían entender el sentido profundo de la Palabra Divina. Es quien viene a recordarnos todo lo que Jesús hizo y enseñó. El Espíritu Santo permite inclusive que el “hagan esto en memoria mía” se vuelva una realidad constante en la Iglesia. 

Recibir la presencia del Santo Espíritu es permitirle a Dios que obre en nosotros su Santa voluntad. La persona que permite a Dios habitar plenamente en sí descubre la plenitud de sentido que el camino de Dios tiene. Ya no hay lugar para desencantos ni ilusiones vanas. Quien permite a Dios habitar en sí, hace de su propia vida una casa llena de alegría. No importan los problemas, ni las dificultades, importa la compañía de aquel que hizo su tienda entre nosotros escogiéndonos como casa de salvación, templo consagrado, hogar divino. Nuestra vida se vuelve cálida y acogedora, sin importar, repitámoslo una vez más, la situación exterior. Con el calor interior de Dios, no importa el frío de afuera.

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