domingo, 19 de mayo de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

El Espíritu Santo sobre los apóstoles,Juan 20, 19-23. Pentecostes  El Espíritu Santo es todo: el fuego de la fe, del amor, de la fuerza y de la vida.
 
                                                           El Espíritu Santo sobre los apóstoles
Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
                                                 
                                                    “del miedo al amor”
“Redescubrir que la fuerza recreadora del Espíritu Santo es el amor; para que, libres de temores, seamos la ternura de Dios en el mundo”

Por temor a los judíos.

Esta es la primera vez que Jesús resucitado se aparece a sus discípulos varones. Ellos están encerrados, por temor a los judíos, nos dice San Juan. La imagen es perfecta para identificarnos con cualquiera de los discípulos. Podemos ser Pedro, o Juan, o Santiago, cualquiera. Nosotros también nos encerramos en nuestros mutismos o malas reacciones cuando las cosas no nos salen bien. Nosotros también recurrimos al aislamiento para expresar que no podemos superar o solucionar la situación que estamos enfrentando. El temor es lo contrario al amor, el temor paraliza, el temor retrae, el temor aísla, el temor estanca y no deja crecer. El temor agranda los problemas y empequeñece las soluciones. Una persona temerosa nunca toma decisiones, nunca ve más allá de sus miedos. Una persona temerosa es incapaz de salir de ese frágil mundo de seguridades que se ha creado con la telaraña del temor. Vive en un mundo irreal, lleno de fantasmas y sombras, justamente porque no ha dejado entrar la luz del amor, la claridad de la ternura.

Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes.

Jesús ha terminado su tarea en la tierra, nos pasa la posta a nosotros que somos el otro Cristo entre los hombres. El Padre le había enviado a traer la ternura de Dios a la humanidad. Jesús venciendo sus propios miedos y temores entrega su vida para que esta sea triturada como el trigo lo es en el molino. La molienda dará su fruto porque el pan de vida, producto final de la entrega, será el signo de que “Dios-con-nosotros” sigue partiéndose y entregándose como gesto del amor celestial.

Los miedos de Jesús fueron vencidos, su propia inercia no pudo con él. Lejos de encerrarse en sí mismo, abre sus manos de par en par y crucificado se entrega a la muerte para engendrar vida. Hoy nos pide lo mismo a nosotros. Olvidarnos de nuestras cerrazones, abrir nuestras manos en un gesto de amor universal, es el desafío que como discípulos tenemos que tomar. La decisión es nuestra, Dios nos invita, desde el envío, a asumir la tarea de amar hasta la muerte para que la ternura de Dios siga presente en la tierra.

Sopló sobre ellos y añadió: reciban el Espíritu Santo.

Comentando este versículo 23, Luis Alonso Schökel nos dice en su “Biblia del peregrino”:

El gesto de soplar recuerda la creación del hombre (Gn 2, 7; Sab 15, 11) y la resurrección de muertos (Ez 37). Es como la creación del hombre nuevo, dotado del aliento del Espíritu, en virtud de la resurrección de Jesús.

Recibir el Espíritu Santo posibilita al hombre ser recreado. Es un volver a empezar. Ya sin temores, sin miedos, plenos de alegría como los discípulos en el versículo 20. Es la plenitud del amor, es vencer de manera definitiva la oscuridad y tiniebla del temor. Este renacimiento se expresa en las palabras de Jesús que invitan, en el versículo 23, al perdón. Gesto supremo, sin punto de comparación, para aquellos que aman. La expresión más radical del amor será el aniquilamiento propio para dar la vida a los demás (Jn 15, 13), sobre todo a los eventuales enemigos (Jn 15, 24-25), a quienes se perdona todo el daño hecho (Lc 23, 34).

No hay comentarios: