lunes, 31 de diciembre de 2012

Que se vaya, que se vaya el 2012, que venga, que venga el 2013. chauuuuuuuuuuu añooooooooooo viejo, hola que tal año nuevo. Yo no olvido al año viejo porque me ha dejado cosas muy buenas


domingo, 30 de diciembre de 2012

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 30 Diciembre 2012

Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José
Santo(s) del día : Beata Colonna

Evangelio según San Lucas 2,41-52.

Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. 
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, 
y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. 
Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. 
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. 
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. 
Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. 
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". 
Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". 
Ellos no entendieron lo que les decía. 
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. 
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

                                             “LA FAMILIA: HOGAR, DULCE HOGAR”

“Aprender de la Sagrada Familia a centrar nuestras vidas en la voluntad de Dios; para que, viviéndola, fortalezcamos la unidad como verdadera familia de Dios”

Hoy celebramos el domingo de la Sagrada Familia. La liturgia nos invita a reflexionar sobre lo que es la Familia para nosotros. De verdad que esta reflexión es de lo más oportuna ya que esta fiesta la celebramos en medio de dos solemnidades que son sumamente familiares para nosotros: Navidad y Año Nuevo. 

María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. 

En cuanto a un estilo de vida familiar, es hermoso ver como, los integrantes de la familia de Nazareth, asistían todos juntos a las fiestas de peregrinación. Estas sólo eran obligatorias para los hombres (Éx 23, 17), de lo cual se desprende que Jesús y José tenían obligación de asistir; no así la Virgen Madre que, como mujer, no participaba oficialmente en el culto sagrado, aunque pueda regocijarse públicamente durante las fiestas (Ex 15, 20s; Dt 12, 12; Jue 21, 21; 2 Sam 6). De hecho, la esposa está incluso autorizada a dedicarse a las ocupaciones domésticas el día del sábado (Éx 20, 10). Por lo tanto, María podría haberse quedado cómodamente en casa mirando televisión. ¡Cuántas madres hoy se desentienden de sus hijos mandándolos a jugar a la pelota o haciéndolos esclavos del control remoto viendo televisión para que no molesten! ¡Ni qué hablar del estudio del catecismo en el cual los niños, a veces, parecen huérfanos hasta el día de la primera comunión o confirmación! María, aunque no tenía obligación, compartió con su familia esta peregrinación a Jerusalén. 

“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. 

Aunque la voz cantante la lleva María, la búsqueda se hace entre ambos, papá y mamá “te buscábamos angustiados”. Si reconocemos que Jesús es “Dios con nosotros”, que su realidad es ser verdadero Dios y verdadero hombre; podemos tomar, forzando un poco el texto, que la búsqueda no sólo es del hijo, sino también del Hijo. Detrás de la humanidad de Jesús también se esconde su divinidad. La búsqueda de los padres de Jesús es la búsqueda de los padres de hoy. En el hijo que crío, educo y ayudo a vivir, en él está presente Dios. Buscar lo mejor para un hijo es buscar a Dios. La Iglesia nos enseña que “Familia que reza unida, permanece unida y la bendice Dios”. La vida de la familia cristiana, no es sólo un servicio a la humanidad de nuestros hijos, sino también a la divinidad que en ellos existe por ser “imagen de semejanza” de Dios. La búsqueda del hijo tiene que ser integral, valorar sus aspectos humanos y exaltar sus aspectos divinos. Lo espiritual necesita también una “búsqueda angustiada”. Al lado de los padres “billetera”, que solo se preocupan por abastecer de bienes materiales y no de afecto a su prole, podríamos ubicar a los padres “Fariseos” que como dice Jesús: “Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo” (Mt 23, 4). Son los padres que obligan a sus hijos a ir a misa, pero ellos no van; los mandan a catecismo, pero ellos ni siquiera leen la Biblia; los obligan a rezar y ellos ni por casualidad hacen una oración; les insisten en ser buenos con sus hermanos pero ellos no dudan en pelearse a gritos delante de sus asustados descendientes, etc. Entre padres “billetera” y padres “Fariseos”, los hijos se van haciendo grandes sin afecto, sin espiritualidad. Así no se puede ir “creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lc 2, 52). 

¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre? Él regresó con sus padres a Nazareth y vivía sujeto a ellos. 

Con pocas palabras el adolescente Jesús está cortando muchos vínculos. Sabe este joven que ahora las cosas van cambiando. Estas son las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio de Lucas y muestran la profunda conciencia que tenía de sí mismo y de su misión. Como tus hijos, el adolescente Jesús quiere tomar su propio camino, su clara conciencia le lleva a seguir la propia estrella. 

Cuando nuestros hijos empiezan a crecer, los síntomas de la adolescencia se manifiestan con claridad. Muchas son las veces que los desacuerdos entre la autoridad familiar y la libertad personal recién llegada provocarán enfrentamientos entre las dos partes. No pocas te vas a quedar con la boca abierta, como María y José, que “no entendieron lo que les decía” (Lc 2, 50). Ante las divisiones ambas partes deberán asumir que las cosas ya no son como antes, pero que al mismo tiempo siguen el mismo rumbo (cf. Lc 2, 50-51). 

Para la solución acertada de los conflictos familiares tal vez nos sirvan los “cinco elementos de la reconciliación”[1] que William Zartman aplica a los procesos de reconciliación social: 

1. Reconocimiento: para lograr la dicha familiar no basta solamente alejarse del conflicto, sino que es necesario que las partes se acepten tal cual son. Habrá que reconocer la dignidad de cada uno, las heridas que las actitudes de cada parte producen sobre las otras y la responsabilidad que a cada uno le cabe. Reconocernos es valorarnos distintos, con valores diferentes y complementarios, con opciones de vida individual que deben tomarse de un modo personal, con responsabilidades de unos sobre otros. 

2. Eliminación del daño: a veces pretendemos que las cosas cambien sin hacer lo necesario para que esto sea así. Para mantener un clima de armonía es necesario, no sólo perdonar, sino sobre todo pedir perdón. Aceptar que me equivoqué, y pedir disculpas por ello, ayuda más que echarse la culpa mutuamente por las cosas que pasan. El que pide perdón, se compromete, por ese solo acto, a no repetir el hecho dañino o la actitud negativa, y acepta también que, en justicia, debe resarcir a quienes ha dañado. El que perdona, reconoce que el amor puede más que la venganza y que, lo que no se puede arreglar, muchas veces se supera cancelando el recuerdo de los sufrimientos pasados. 

3. Nuevas actitudes: todo conflicto supone la existencia de actitudes negativas entre las partes. Eliminar el daño, es la primera etapa para producir un cambio. Pero limpiar la casa y no habitarla puede provocar que, en vez de tener un demonio, ahora haya siete peores (cf. Lc 11, 24-26). Las cosas no se arreglan con sólo perdonarnos, hay que cambiar de vida, de actitudes, de modo de tratarnos. Sólo así, interpretaremos los nuevos acontecimientos familiares bajo una luz diferente a la de las antiguas sospechas, y pensaremos conjuntamente de forma creativa. 

4. Un proyecto común: esto significa trabajar conjuntamente, colaborar en un destino compartido, de tal modo que cada parte no puede ser feliz sin contar con los demás. Es importantísimo que todos los miembros de la familia se asuman como partícipes y artífices de la misma. Compartir el diálogo sobre los problemas y alegrías de la casa, compartir juegos y recreaciones en conjunto, sorprendernos mutuamente en las fechas festivas familiares, ayudará a unir los lazos fraternos en un proyecto común. 

5. Mecanismos para la resolución de conflictos: es conveniente que en toda familia existan ciertos mecanismos tendientes a resolver los conflictos de la misma. De hecho, en el ámbito religioso (elaborados litúrgicamente como: sacramentos de reconciliación –confesión, unción de los enfermos-, ritos penitenciales, o tiempos preparatorios para fiestas –adviento, cuaresma-, etc.), la Iglesia católica nos ha brindado estos mecanismos entendiendo que, por la condición humana, aunque los conflictos de hoy se solucionen, otros nos sobrevienen. Quizás convengan reuniones familiares periódicas, o de progenitores con sus hijos (las famosas charlas de madre a hija o de padre a hijo), para que, actuando estas como mecanismos para la resolución de conflictos, provean a la familia de un medio adecuado que logre la armonía hogareña. 








martes, 25 de diciembre de 2012

EN EL ESTABLO DE BELÉN APARECE LA GRAN LUZ QUE EL MUNDO ESPERA.

QUE EL NIÑO JESUS BENDIGA SUS HOGARES HOY Y SIEMPRE, LES REGALE PAZ, AMOR, ALEGRÍAS,SORPRESAS Y BUENA COMPANÍA

domingo, 23 de diciembre de 2012

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 23 Diciembre 2012

Quinto Domingo de Adviento
Santo(s) del día : San Kety

Evangelio según San Lucas 1,39-45.

En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. 
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, 
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! 
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? 
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. 
Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“LA ALEGRÍA FECUNDA DEL ENCUENTRO”
“Redescubrir la presencia de Dios en lo cotidiano; para que, en el encuentro con nuestros hermanos, compartamos la alegría de su obra en nosotros”

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.

Apenas María se entera que su prima Isabel está embarazada quiere visitarla y, como dice la Escritura, “partió y fue sin demora...”. Este gesto debe ser tomado en su justa medida. María es consciente de los sufrimientos que su prima Isabel ha tenido. La esterilidad, para el pueblo de Israel, es algo grave en una mujer. Aún hoy, querer tener hijos y no poder hacerlo, es un sufrimiento profundo en cualquier mujer. 

Lo importante de esto es que, al igual que Sara (Gén 11, 30; 16, 1), Rebeca (Gén 25, 21), Raquel (29, 31), Isabel también es estéril antes de que le fuera otorgada la descendencia. De hecho, parecería que la esterilidad de las mujeres tocadas por Dios es una preparación, querida por el Señor, de ese vientre materno para que el fruto de las entrañas sea excelente. La esterilidad es, en la concepción bíblica, un castigo; pero, al mismo tiempo, una preparación, y en Jeremías, se convierte en un signo: “No tomes para ti una mujer ni tengas hijos e hijas en este lugar” (Jer 16, 2). El pueblo es estéril en amor a Dios, “se han ido detrás de otros dioses” y “cada uno sigue los impulsos de su corazón obstinado y perverso, sin escucharme a mí” (cf. Jer 16, 11-12). 

La esterilidad de Isabel, ahora trastocada por Dios en maternidad radiante, muestra cómo a ese pueblo estéril Dios viene a darle vida. María lo sabe y quiere estar presente ya que su prima Isabel representa al Israel estéril que ahora se ha vuelto fecundo por la gracia de Dios. 

“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?” 

Antes que Isabel, el Ángel Gabriel celebra a María diciendo: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Ahora, ella completa: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42). Son las palabras que la Iglesia usará, constantemente, en el Ave María para pedirle a la “Madre de mi Señor”, que interceda por nosotros. El Ave María es una oración plenamente bíblica. 

Recordemos que María guarda un gran secreto. Sin “conocer varón”, ha quedado embarazada. ¿Quién va a creerle que el hijo que lleva en sus entrañas es de Dios? Hoy nos reiríamos en la cara de cualquier joven adolescente que viniera a decirnos eso. Isabel confirma a María que ella está haciendo bien las cosas. A veces necesitamos que otros nos digan: ¡Ánimo, todo va bien! Que otros nos palmeen la espalda diciéndonos que no estamos equivocados. Isabel lo hace con su joven prima reconociéndole la elección divina sobre ella. El Antiguo y el Nuevo testamento se juntan en estas dos mujeres embarazadas. La esterilidad es cosa del pasado. Dios viene a dar vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). 

Apenas oí tu saludo el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti porque creíste que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. 

En este caso, para Lucas, Juan el Bautista representa al rey David en el traslado que este hace del Arca de la Alianza a Jerusalén (1Sam 6, 1-23), donde, en el versículo 16, se nos dice que Mical, esposa de David e hija de Saúl, “al ver al rey David que saltaba y danzaba delante del Señor, lo despreció en su corazón”. Este desprecio de Mical, en el v. 23, se convierte en esterilidad para ella, “no tuvo más hijos hasta el día de su muerte”. El v. 14 nos dice que David “iba danzando con todas sus fuerzas delante del Señor” porque llevaban el Arca “con gran alegría” (v. 12) hasta Jerusalén. Es Juan el Bautista el nuevo David que recibe a la nueva Arca de la Alianza que es María. 

María es la nueva Arca de la Alianza porque en ella lleva al salvador del mundo. Nos dice la carta a los Hebreos que en el Arca de la Alianza “había un cofre de oro con maná, la vara de Aarón que había florecido y las tablas de la Alianza” (Hb 9, 4). Jesús es el Pan bajado del cielo (cf. Jn 6, 22-58), nuevo maná, alimento para el pueblo peregrino. Jesús es el Buen Pastor que con su vara guía a su rebaño hacia pastos de abundancia (cf. Jn 10, 1-18). Jesús es la nueva Ley de Dios (cf. Mt 5, 17-43). María, al portar a Jesús en su seno, se convierte en esa Arca de la Alianza por la cual danza con alegría Juan el Bautista, el nuevo David. 

Isabel proclama bienaventurada, “feliz”, a María porque todo esto lo alcanzó por la fe. Así como Abraham se entrega a Dios por la fe, María nos entrega a “Dios con nosotros” (Mt 1, 23) por su fe. 










viernes, 21 de diciembre de 2012

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 16 Diciembre 2012

Tercer Domingo de Adviento
Santo(s) del día : San Ananías

Evangelio según San Lucas 3,10-18.

La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?". El les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto". 
Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?". El les respondió: "No exijan más de lo estipulado". 
A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". 
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, 
él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. 
Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". 
Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

                     “ESPERANDO EL BAUTISMO CON ALEGRE SOLIDARIDAD”

La gente le preguntaba: “¿Qué debemos hacer entonces?”. 

Cuando uno se convierte quiere cambiar de vida. La experiencia espiritual producida en el corazón hace que todo tu ser se oriente a las cosas de Dios y por lo tanto, las obras también acompañan al ser. Pero después de una vida de pecado, ¿qué es lo que hay que hacer? La pregunta del millón. No tenemos experiencia de vida en Dios. Todo nos parece nuevo y emocionante. ¿Cómo hacer un nuevo camino sin equivocarnos?: mejor preguntar al que sabe. 

El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto. 

Ante la pregunta de la gente común, Juan responde: sean solidarios... a veces actuamos como solitarios y no como solidarios. La solidaridad no es algo optativo en el verdadero creyente, es una necesidad. El mismo amor de Dios lo muestra así: el amor es expansivo, Dios ama y, por amar, comparte. La creación es el signo más grande del amor de Dios que quiere compartir su vida creando vida. La muerte y la resurrección de Jesús es el deseo de Dios de que todos encuentren la salvación y vivan con él para siempre en amor eterno. Compartir los bienes que tengo con los más desfavorecidos por la vida, significa ponerme a la altura de aquel que me ha creado a su imagen y semejanza; si estoy lleno de Dios, actúo como Dios, es decir, amando generosamente a los demás. 

Algunos publicanos vinieron a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué debemos hacer?”. Él les respondió: “No exijan más de lo estipulado”. 

Los publicanos eran los cobradores de impuestos a favor de los romanos de quienes recibían el derecho a recoger las contribuciones y eran mal visto entre los judíos, quienes los consideraban una especie de traidores. Como vemos, los tributos no se cobraban por empleados romanos, sino que se concesionaban a particulares judíos que tenían, a su vez, empleados a su servicio. Como el dinero cobrado tenía que sobrepasar la suma de arrendamiento y demás gastos -las tarifas eran señaladas por la autoridad superior, pero frecuentemente se procedía en ellas con arbitrariedad- los publicanos eran aborrecidos por el pueblo que se veía cada vez más empobrecido. 

Juan pide un mínimo de justicia: cobren lo que los romanos dicen, pero no cobren de más para hacerse ricos ustedes a costa del hambre del pueblo. Hoy le diría a nuestras autoridades: respeten la deuda externa, negocien bien para no pagar demás y, por favor, no se corrompan recibiendo coimas haciendo la vista gorda. 

Unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Juan les respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo”. 

Otras traducciones dicen “unos policías”. En realidad, parecen ser la custodia privada de los publicanos, sus patovicas. Como pasa en estos ambientes donde el dinero es el dios de turno, los poderosos se rodean de violentos que les ayuden a mantener su poder atropellando al pobre y al humilde. Juan les da un buen consejo. Hagan su trabajo con justicia. No busquen enriquecerse, busquen servir. 

Hoy, donde la violencia urbana está siempre presente, la policía (como fuerza de seguridad al servicio de los ciudadanos comunes) tiene una tarea, habitualmente difícil, y siempre urgente e importante. Quienes tienen la autoridad y el poder (a veces cargando armas para ello), dado por la sociedad civil para preservarla y cuidarla, deben ser concientes de la inmensa responsabilidad que se les otorga sobre la vida de los demás. La frase “Maldita policía” refleja que las cosas no son, por lo menos entre nosotros, como las soñaba Dios desde Juan el bautista. El abuso de autoridad, la búsqueda exagerada y deshonesta de bienestar económico, lleva a que, quienes son elegidos para cuidar y proteger, sean -en muchos casos, lamentablemente- responsables de atropellos, violaciones a los derechos humanos, robos, enriquecimiento ilícito, etc. La enseñanza de Juan no se tiene que limitar solamente a los “soldados”, sino hacerse extensiva a todos los que, de una u otra manera, tenemos autoridad y poder de decisión sobre la vida ajena. 

“Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. 

Es bien sabido que los israelitas conocían el baño de agua como medio legal de purificación para personas impuras (Lev 14, 8; 15, 16. 18; Núm 19, 19). En un principio, estas prescripciones de baños y lavatorios, tenían por fin una purificación legal y no revestían carácter moral directo. Con el tiempo adquirió significancia para los prosélitos (recién convertidos del mundo pagano) como rito de iniciación en la fe judaica (era importante purificarlos ya que el mundo pagano era “impuro” a los ojos israelitas) y llegó a equipararse a la circuncisión[1]

El bautismo de Juan supera al bautismo judío por la implicancia moral y de conversión que demanda. Juan se instala en la línea de los profetas, cuando estos toman el agua como símbolo de purificación moral interna (Is 1, 16; Ez 36, 25; Zac 13, 1; Sal 51, 9). Pero Juan es conciente que su bautismo no es el definitivo, faltará que el Espíritu Santo con fuego penetre la vida de cada uno de los creyentes y les dé una presencia divina más fuerte y definitiva. Como dice el comentario bíblico latinoamericano (Pág. 490): 

En la Escritura, el fuego indica con frecuencia la presencia del Dios salvador (Lev, 1, 7ss; 6, 2. 6)... Dios aparece rodeado de fuego (Gén 15, 17; Éx 3, 1ss; 13, 21s; Núm 14, 14; Is 6; Ez 1, 4ss; Jl 3, 3) 

El bautismo cristiano es inmensamente superior a cualquier rito de purificación exterior (judío) o interior (Juan el Bautista) ya que no sólo purifica sino que plenifica con la presencia de la divinidad la vida del que, por la fe, acepta ese bautismo. Como diría la teología católica, el bautismo nos convierte en Hijos de Dios y miembros de la Iglesia. 



domingo, 9 de diciembre de 2012

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

  1. Santo(s) del día : San Juan Diego

  1. Evangelio según San Lucas 3,1-6.

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, 
bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. 
Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, 
como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. 
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. 
Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

  1. Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

  1. “CONVERSIÓN PARA EL PERDÓN”
  1. “Preparar nuestro corazón en la justicia y la misericordia; para que vivamos la alegría y la paz que la Salvación de Dios nos trae”

  1. Dios nos habla 

  1. Lo maravilloso de la vida cristiana es que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de contactarse personalmente con Dios. De manera sistemática Dios insiste en comunicarse con nosotros. La creación, las personas que nos rodean, el aire que respiramos, lo que comemos, etc., son ecos de Dios en nuestra vida diaria. Hay una manera privilegiada de escuchar la voz del Señor: La Santa Biblia. Pero eso no quiere decir que él no nos hable a través de las cosas de nuestra vida. Como dice el Salmo: “Bendeciré al Señor que me aconseja ¡Hasta de noche me instruye mi conciencia!” (Sal 16, 7). Si le escuchamos, aun en sueños la voz de Dios se hará presente. 

  1. Una misión 

  1. Como Juan el Bautista nosotros también tenemos una misión que cumplir. ¿Te preguntaste alguna vez por el sentido que tu vida tiene para Dios? ¿Miraste más allá de tus propias narices? ¿Te bajaste del pináculo de tu propio ego? 

  1. Todos tenemos una tarea que realizar. El libro de los Proverbios (10, 21) dice: “Los labios del justo sustentan a muchos...”. Como Juan, nosotros también debemos predicar la palabra de Dios. A veces, como le sucedió a él, no nos escucharán... pero a quienes oigan nuestra predicación la fe les cambiará la vida. Todos nos quejamos de que en el mundo de hoy la Palabra de Dios no es tenida en cuenta: ¿Será este el tiempo de que dejemos los lamentos y empecemos a predicar en vez de quejarnos? Como dice San Pablo: “¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!” (Romanos 10, 14. 15) 

  1. La conversión 

  1. Convertirse significa volver sobre mis pasos. Es empezar de nuevo. En Juan 3, 3, Jesús le dice a Nicodemo: "Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios". Nacer de lo alto es empezar la vida desde Dios. Es convertirse. Por eso la conversión implica renuncia a uno mismo, a nuestra mirada interesada en las cosas de aquí, a la ambición, a “yo puedo solo”... Dice la Biblia: “Descarguen en él todas sus inquietudes, ya que él se ocupa de ustedes” (1 Pedro 5, 7) 

  1. Acción solidaria 

  1. Dice la Palabra de Dios que el Señor preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. “No lo sé”, respondió Caín. “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?” (Génesis 4, 9). La respuesta de Caín también suele ser nuestra respuesta. Este mundo nos enseña a abandonar a los demás. El sálvese quien pueda nos lleva a ser como ratas en un barco que se está hundiendo... corremos todos desesperados y lo único que vamos a encontrar afuera del barco es... sólo más agua. No hay salida si no somos solidarios, ningún problema será resuelto si no es en comunidad. Navidad es una fiesta de todos y para todos. Aplanemos las montañas y subamos los valles para que el camino sea fácil para todos. 

  1. Adviento es una preparación 

  1. En el objetivo de hoy nos planteábamos que debemos: “Preparar nuestro corazón en la justicia y la misericordia; para que, vivamos la alegría y la paz que la Salvación de Dios nos trae”. 

  1. Hemos convertido a la Navidad en una época de fiesta pagana. Demasiado comercializada. La propaganda de los comercios, la televisión globalizada con sus Papa Noel, o Santa Claus, nos hacen perder el relieve de lo que en verdad celebramos. El nacimiento de Jesús –tan distinto a un hombre anciano, de barba blanca y vestido de rojo– es un signo de la renovación en la conversión que Dios espera para nosotros. Así como en año nuevo –representado por un niño recién nacido– despedimos al “año viejo” –simbolizado por un hombre anciano y cansado–, así en Navidad la vida se renueva. Es importante que sepamos, aun en lo simbólico, valorar que esperamos a un niñito envuelto en pañales y no a un trineo con un hombre gordo y anciano. 

  1. Navidad es para nosotros un tiempo de esperanza, de nuevo nacimiento, de novedad. Es empezar de nuevo. Tan lejano de esta cultura globalizada que nos presenta esta fiesta sin ningún contenido cristiano y esperanzador. Donde sólo los regalos y algún gesto caritativo recuerdan, como ellos mismos dicen, el “espíritu navideño”. 

  1. La solidaridad debe estar presente. No es solo poner la mesa y besarnos mutuamente entre familiares. También es ver a los miles de Jesús “Emmanuel” que están naciendo pobres en los pesebres contemporáneos. Es ver la cara del sufrimiento de los que menos tienen. Es ver a Dios en este continente de “niños Jesús” crucificados desde su nacimiento. Navidad, en cuanto a la solidaridad se refiere, es todo el año.



domingo, 2 de diciembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 02 Diciembre 2012
Primero Domingo de Adviento
Santo(s) del día : Santa Bibiana

Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36.

Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. 
Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. 
Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria. 
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación". 
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes 
como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. 
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre". 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“PREPAREMOS LA VENIDA DEL SEÑOR”

“Redescubrir el amor de Dios en nuestras vidas; para que, movidos por es amor, el niño Dios encuentre nuestro corazón dispuesto a su venida” 

Señales que anuncian el fin. 

El Señor nos plantea en su palabra la presencia de señales anunciadoras del fin del mundo. Sin embargo, de más importancia a nuestra actitud frente a ese fin ineludible para cada uno de nosotros, de modo que, avistadas las señales, el corazón esté preparado. 

Tengan ánimo, levanten la cabeza, porque se acerca la liberación. 

La rutina suele generar en nosotros un cansancio de la vida, una especie de aburrimiento que desanima y quita la capacidad de asombro necesaria para el buen ánimo y la esperanza. Jesús parece decir: "nada de miedos que paralizan, nada de dejarse vencer por el desaliento. Aunque todo parezca perdido, más aun, cuando todo parezca perdido, tengan ánimo, levanten la cabeza, se acerca la liberación" 

Que sus corazones no estén endurecidos 

Hay una advertencia con relación a nosotros que encuadra dentro del anuncio de las señales: podemos advertirlas...o no como signo de la presencia cercana del Señor. 

Puede que nuestro corazón se encuentre duro, pesado, anquilosado y, a pesar de las señales, no se conviertan nuestras vidas. 

Y lo que puede endurecer el corazón es el libertinaje, es decir, el mal uso de nuestra libertad. ese permitirnos hacer las cosas sin medir las consecuencias; ese dejar librado a nuestro antojo todo lo que hacemos; ese hacernos centro que, en definitiva, nos hace errar el camino, perder la mirada de lo que viene después, olvidar que Jesús, que es Camino, Verdad y Vida, señala con su ejemplo la única y auténtica manera de ser plenamente feliz. 

También endurece el corazón la embriaguez, ese llenarnos de cosas hasta el hartazgo, hasta la enfermedad; esa búsqueda enfermiza de sentirnos satisfechos; ese embotamiento reducido a lo material que impide contemplar las cosas de Dios; ese evadirnos de la realidad huyendo de ella con alternativas que nos hacen perder la dignidad. 

Las preocupaciones de la vida también nos distraen de la vivencia del Evangelio ¡Cuántas veces postergamos el ejercicio de la caridad por el cumplimiento de un deber que nos hemos impuesto nosotros mismos. Vamos así, lentamente, acostumbrándonos a confiar más en nosotros que en el Señor. Preferimos lavar y planchar a participar de la misa dominical, mirar televisión o leer un libro a escuchar a nuestros hijos, concurrir a un partido de fútbol a visitar a nuestros padres, salir a tomar un café antes que estar un rato escuchando los problemas de un amigo...Preferimos la competencia desleal con tal de ganar un puesto de trabajo; competimos tontamente para ver quién es mejor porque tiene más: más nuevo, más útil... más extravagante. Buscamos para nuestros hijos academias, institutos, clubes y no les enseñamos ni con las palabras ni con el ejemplo a ser buenas personas. 

Si así nos encuentra el que viene en una nube con gran poder y gloria ¿podrá decirnos “vengan benditos de mi Padre”? ¿Nos alegraremos de que venga?¿Tendremos buen ánimo, buen humor?¿nos sostendremos de pie? 

El camino es la oración 

En su misericordia, el mismo Jesús nos regala un camino seguro para estar dispuesto a su encuentro: la oración. 

La oración es: Ese diálogo continuo con Dios, nuestro Padre en la búsqueda de su voluntad. Esa fuerza misteriosa que obra en nosotros más de lo que pedimos o pensamos. Ese sabernos amados por nuestro Creador y Redentor que siempre cumple sus promesas y no nos niega su Espíritu Santo cuando se lo pedimos. 



martes, 27 de noviembre de 2012

LA PROFESIÓN DE LA FE


                                                             


PRIMERA PARTE : LA PROFESIÓN DE LA FE 

PRIMERA SECCIÓN «CREO»-«CREEMOS» 

CAPÍTULO TERCERO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS 

142 Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (DV2). La respuesta adecuada a esta invitación es la fe. 

143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26). 

ARTÍCULO 1: CREO 

I La obediencia de la fe 

144 Obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma. 

Abraham, «padre de todos los creyentes» 

145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados, insiste particularmente en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se le otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17). 

146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1). «Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia» (Rm 4,3; cf. Gn 15,6). Y por eso, fortalecido por su fe , Abraham fue hecho «padre de todos los creyentes» (Rm 4,11.18; cf. Gn 15, 5). 

147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar por la que los antiguos «fueron alabados» (Hb 11, 2.39). Sin embargo, «Dios tenía ya dispuesto algo mejor»: la gracia de creer en su Hijo Jesús, «el que inicia y consuma la fe» (Hb 11,40; 12,2). 

María: «Dichosa la que ha creído» 

148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» (Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48). 

149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. 

II "Yo sé en quién tengo puesta mi fe"(2 Tm 1,12) 

Creer solo en Dios 

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf. Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4). 

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios 

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que él ha enviado, «su Hijo amado», en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc 9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: «Creed en Dios, creed también en mí» (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el Verbo hecho carne: «A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado» (Jn 1,18). Porque «ha visto al Padre» (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar (cf. Mt 11,27). 

Creer en el Espíritu Santo 

152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús. Porque «nadie puede decir: "Jesús es Señor" sino bajo la acción del Espíritu Santo» (1 Co 12,3). «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios [...] Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Co 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros creemos en el Espíritu Santo porque es Dios. 

La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

domingo, 25 de noviembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 25 Noviembre 2012

Solemnidad de Cristo Rey del Universo
Fiesta de la Iglesia : Solemnidad Cristo Rey
Santo(s) del día : Santa Catalina de Alejandría

Evangelio según San Juan 18,33b-37.

Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". 
Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". 
Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". 
Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". 
Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". 

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“JESÚS REINA”


“Redescubrir la necesidad de que Jesús reine en nuestros corazones; para trabajar en la construcción de su Reino, que es Justicia, Amor y Verdad”

UN ESFUERCITO MÁS, en la comprensión de la Palabra: 

Pilato llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos? 

El poder del mundo siempre razona de manera diferente al poder de Dios. Para el mundo el poder debe ser usado para bien propio, para Dios el poder es solo servicio. Para el mundo el poder no se comparte, para Dios el poder siempre es una entrega, no solo de lo que tengo, sino de lo que soy. 

La pregunta de Pilato es anacrónica. Tan fuera de tiempo está Pilato que no ve como las cosas han cambiado. La ceguera del pobre representante del Cesar es tremenda. ¡Si solo pudiera ver con los ojos del alma! ¡Si dejara que su intuición pudiera más que su miedo! 

La inversión es total. ¡Pobre Pilato! Él cree que llama a Jesús a juicio y que el Salvador comparece ante él. ¡Es Pilato el que en ese momento decisivo está siendo juzgado! Jesús, acercándose a Pilato le muestra su vocación, lo llama a encontrarse con el Rey del mundo. Ese Rey del Universo está desfigurado y, aunque Pilato solo vea un prisionero, en esa apariencia humilde, golpeada, desfigurada, esta el Señorío de Dios sobre todo el Universo. ¡Pilato, Pilato... no es el Rey de los Judíos! ¡Es el Rey del Universo, es tu Señor! 

Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Con Jesús no se juega. Pilato habla de oídas. Repite palabras que otros le han susurrado al oído. 

Todos somos Pilato. Pilato cuando escuchamos chismes de los demás. Pilato cuando hablamos de Jesús sin que leamos la Biblia. Pilato cuando oramos sin poner el corazón y solo de la boca para afuera. Pilato cuando no vivimos como predicamos. Pilato cuando la hipocresía ocupa el lugar de la verdad y la sinceridad. 

Pregúntate: 

Cuando criticas a otro “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando enseñas a Jesús sin leer la Biblia: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando haces oración sin poner el corazón y sólo de la boca para afuera: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando no vives lo que predicas: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

Cuando la hipocresía te lleva a parecer discípulo de Jesús y no lo eres en tus obras: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?” 

“Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí” 

Los cristianos nos confundimos cuando ponemos toda la esperanza en las cosas de la tierra. 

No hay duda de que si ponemos más esfuerzo las cosas en la tierra cambiarían. La Iglesia Católica en Latinoamérica muestra que no es de los discípulos de Cristo olvidarnos de que la justicia reine en la tierra, de que los pobres deben ser el centro de la predicación y la acción solidaria de la Iglesia y de todo creyente. No hay cristianismo sin justicia social. También las nuevas corrientes ecológicas nos muestran que debemos cuidar nuestra “casa”, el planeta. La casa de todos debe ser cuidada por todos y nosotros, los seres humanos, todavía dejamos mucho que desear. 

De todos modos, aunque debemos hacer nuestros mejores esfuerzos por la justicia social y la ecología, no nos olvidemos que aquí estamos de paso. Hacer de la tierra un mejor lugar para todos es hermoso y sobre todo necesario. Pero nuestro Rey nos tira hacia las cosas celestiales –que no se oponen con las de la tierra, sino que se complementan- hagamos las cosas de la tierra, pero con la intención puesta en el cielo. 

Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. 

Aceptar a Jesús como REY de nuestra vida (mi Mundo) es dejarle entrar en mi ser y establecer Señorío sobre él. Muchos de nosotros hacemos profesión de cristianos y, de la boca para afuera, aceptamos a Cristo como Rey. Muchos son bautizados, pero pocos son súbditos de un rey tan grande. Muchos los que se acogen a los beneficios del bautismo, a los cuidados de Dios; pero pocos los que le obedecen y con sus obras aceptan ser ciudadanos del cielo. 

Nos dice José Prado Flores, en su libro “Id y evangelizad a los bautizados”, página 57: 

Jesús no pide mucho. Jesús pide todo. Él no se contenta con formar parte o ser un aspecto de nuestra vida. Él quiere ser el centro único de nuestra existencia. O todo o nada. O frío o caliente, pero no tibio. A los tibios los vomita de su boca: Ap 3, 14-15. 

Él no admite ser sólo un adorno decorativo de nuestra vida, sino un personaje real que vive en nuestro corazón y gobierna efectivamente nuestra vida. Jesús quiere ser verdaderamente el Rey de nuestra existencia.



miércoles, 21 de noviembre de 2012

domingo, 18 de noviembre de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
domingo 18 Noviembre 2012

Trigésimo tercer Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : Santa Rosa Filipina Duchesne 


Evangelio según San Marcos 13,24-32.

En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, 
las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 
Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. 
Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. 
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. 
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. 
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. 
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 
En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

“LOS TIEMPOS CAMBIAN”

“Asumir una actitud de esperanza ante la segunda venida de Jesús; para que transformemos nuestro presente con el anuncio encarnado del Evangelio”

En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. 

Esta imagen del fin del mundo propuesta por Jesús, aunque sea real, no deja de tener contenidos simbólicos muy significativos. Como podemos observar todo pierde su sentido y lugar original. Un sol que deja de brillar es un auténtico fracaso. De hecho, la idea de Jesús es des-estructurarnos, hacernos perder la estructura de las cosas como son. Una de las cosas más hermosas de la conversión es que perdemos la estructura anterior, nos vaciamos de los contenidos del mundo y, como un recipiente vacío, quedamos a disposición de Dios para que él nos llene de lo que desee. En el fin del mundo, las cosas como las conocemos perderán toda identidad, la desestructuración es fortísima, nadie tendrá nada de donde agarrarse... Todo intento autónomo de salir del camino será vano, no habrá ninguna luz astral para guiarnos. En ese momento, y ahora si estás en proceso de conversión, podrías decir lo del chapulín colorado: -¿Y ahora quien podrá defenderme? 

Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. 

Vendrá Jesús sobre las nubes, la “visita del sol naciente, para iluminar a los que están en tinieblas y en la sombra de la muerte” (Lc 1, 78-79). En lugar del sol, llega el Sol naciente, viene Jesús a iluminar nuestras vidas, a darnos luz a los que estamos en tinieblas y sacarnos de la sombra de la muerte. Muchos de nosotros estamos en esa situación: el pecado y todo lo que de él nace nos mata. Lamentablemente nos hemos acostumbrado a la estructura de muerte de este mundo donde la venganza, el odio, la falta de solidaridad, de amor, es moneda corriente. Jesús viene a oscurecer el sol de los soberbios, a que la luna brillante del dinero no nos encandile, las grandes estrellas caen del cielo y por la gracia de Dios, del sol naciente, un nuevo amanecer empieza para los creyentes. María era consciente de esto cuando decía: “Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes” (Lc 1, 52). Los astros se conmueven porque: “Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1, 53). 

Así como el sol nos regala su luz, así también Jesús, el “sol naciente”, nos trae su poder y gloria. El que quiera ser lleno del poder divino y exaltado en la gloria del Señor, aceptará su Señorío y no habrá en él ninguna otra luz, que pueda iluminarle más plenamente que su glorioso Redentor. 

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 

Para Jesús todo tiene fecha de vencimiento, “todo pasa y nada queda” diría el poeta español Antonio Machado, popularizado por Joan Manuel Serrat. De hecho es así, gracias a Dios, este modo de vida llegará su fin y en un nuevo parto, pletórico de vida, veremos “tu luz” que “nos hace ver la luz”. Esta vida, que hoy transitamos, es efímera... vendría a ser un nuevo útero materno que nos va preparando para el nacimiento verdadero, a la vida verdadera. 

Para los cristianos el sentido pasajero de la vida nos lanza con mayor entusiasmo al encuentro de las realidades que no se ven, al gozo del encuentro con lo sagrado, a la vivencia íntima de la presencia divina en nuestro ser, santuario personal de Dios en este mundo. 

Dice Jesús que sus palabras no pasarán. De nosotros depende que en nuestros corazones esa palabra no sea una moda, no sea algo pasajero. Que las palabras divinas encuentren vivienda en nuestro corazón es la tarea de todo cristiano. A imagen de María, que “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19), nosotros también dejemos que la palabra de Jesús quede guardada para siempre en nuestro santuario interior. 

En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino sólo el Padre. 

“No por mucho madrugar se amanece más temprano”, dice el refrán. Nuestra curiosidad nos lleva a querer saberlo todo. Pero el final de todo, inclusive el final de nuestra vida, nos está vedado. ¿Para qué me sirve saber cuando me voy a morir? ¡Sé que me voy a morir y mi vida no ha cambiado mucho que digamos! Saber las fechas y horarios no hace a las personas más buenas, sino más interesadas. Nosotros no nos preocupamos por fechas y horarios, nos ocupamos en desarrollar actitudes verdaderas, durables y constantes que nos formen al estilo de Jesús y nos hagan sus verdaderos discípulos, el fin del mundo o de nuestra vida será solo un trámite fácil si, en vez de prepararnos para ello, nos esmeramos en ser como Jesús todos los días de nuestra vida. De hecho, es lo más natural y hermoso que nos puede pasar.



viernes, 16 de noviembre de 2012

Nuestra fe, la fe de la Iglesia


La fe cristiana, es, en efecto, el remedio para la fragilidad personal precisamente porque nos abre a Dios y a los demás.

"Un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo". (Benedicto XVI) 

¿Es la fe algo meramente individual, que solo interesa a cada uno? 

Una vez más se ha enfrentado Benedicto XVI, en su audiencia del 31 de octubre, con el individualismo que puede afectar a los creyentes.

Por supuesto, observa, “el acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi vida que da un giro, una nueva orientación”. En la liturgia del Bautismo, quien acepta la fe católica en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo responde en singular: “Yo creo”.


Creer no es individualista

Pero, añade el Papa, explicando cómo se origina la fe personal, “este creer no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es el producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir, y un responder”. Es el resultado de la relación con Jesús: “Este creer es el comunicarse con Jesús, el que me hace salir de mi ´yo´, encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre”. Y hay que entender esa relación mirando cómo es en realidad: “Es como un renacimiento en el que me descubro unido no solo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino”. Pues bien, este nuevo nacimiento que comienza con el Bautismo, se prolonga luego a lo largo de la vida.


La fe me viene por la Iglesia, mi fe sólo existe en "nuestra fe"

En consecuencia: “No puedo construir mi fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque la fe me ha sido dada por Dios a través de una comunidad de creyentes que es la Iglesia, y por lo tanto me inserta en la multitud de creyentes, en una comunidad que no solo es sociológica, sino que está enraizada en el amor eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es Amor trinitario”. Dicho brevemente: “Nuestra fe es verdaderamente personal, solo si es a la vez comunitaria: puede ser ´mi fe´, solo si vive y se mueve en el ´nosotros´ de la Iglesia, solo si es nuestra fe, nuestra fe común en la única Iglesia”.

En efecto. Es claro que -como creemos- la vida cristiana es un vivir juntos con Cristo. Por tanto, la fe, que es participar de la mirada de Cristo sobre la realidad, sólo puede ser viva en cada uno en la medida en que participa de esa misma mirada. La fe no nos quita nuestra personalidad, sino que la dota de una mayor profundidad de conocimiento y de capacidad para amar.

De hecho, continúa Benedicto XVI, esto es lo que se manifiesta el domingo en la misa: rezamos el “Credo” en primera persona, pero al mismo tiempo lo hacemos junto con los demás en confesando la única fe de la Iglesia. De esa manera, “ese ´creo´ pronunciado individualmente, se une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que todos contribuyen, por así decirlo, a una polifonía armoniosa de la fe”. Y esto, apunta el Papa, es lo que quiere decir el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 181) cuando afirma que “creer es un acto eclesial”, y explica el mismo texto: “La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”. Por eso decía San Cipriano: “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre”. En síntesis, resume el Papa, “la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella”.


La Iglesia es madre donde la fe vive y se transmite

La Iglesia es también -como una madre que siempre da vida- el ámbito donde la fe se transmite. En Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos y les da la fuerza para proclamar el núcleo de la fe cristiana: Cristo es el Hijo de Dios que ha muerto en la Cruz y ha resucitado para nuestra salvación (cf. Hch., cap. 2). Y muchos se convierten y son bautizados. “Así -muestra el Papa Ratzinger de un modo que gusta desde hace mucho tiempo utilizar-, comienza el camino de la Iglesia, comunidad que lleva este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios basado sobre la nueva alianza gracias a la sangre de Cristo, y cuyos miembros no pertenecen a un determinado grupo social o étnico, sino que son hombres y mujeres provenientes de cada nación y cultura”. Este pueblo es una familia universal: “Es un pueblo “católico”, que habla lenguas nuevas, universalmente abierto a acoger a todos, más allá de toda frontera, haciendo caer todas las barreras” (cf. Col. 3,11).

Por tanto, la Iglesia es el “lugar” donde nace la fe, donde la fe se transmite y donde se celebra y vive, nos libera de la esclavitud del pecado y nos hace hijos de Dios; y “al mismo tiempo, estamos inmersos en comunión con los demás hermanos y hermanas en la fe, con todo el Cuerpo de Cristo, sacándonos fuera de nuestro aislamiento”. Así lo dice el Concilio Vaticano II: “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” (Const. Dogm. Lumen Gentium, 9).


Esta es nuestra fe, la fe de la Iglesia: donde mi fe crece y madura

Y por eso el celebrante del bautismo, al concluir las promesas en las que expresamos la renuncia al mal y repetimos “creo” a las verdades de la fe, dice: “Esta es nuestra fe, esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús Nuestro Señor”. Esta es la fe que transmite la Iglesia (en una “Tradición” viva) con la proclamación de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y la vida cristiana. El Concilio Vaticano II afirma que la Iglesia, “en su doctrina, en su vida y en su culto transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que ella cree” (Dei Verbum, n. 8).

Finalmente, vuelve Benedicto XVI al principio de su argumentación, precisando que la Iglesia no es sólo el “lugar” donde nace la fe y se transmite, sino también “donde la fe personal crece y madura”. Por eso el Nuevo Testamento llama “santos” al conjunto de los cristianos: no porque todos tuvieran ya las cualidades para ser declarados santos, sino porque, por la fe, estaban llamados a iluminar a los demás, acercándolos a Jesucristo.

“Y esto -sostiene el Papa- también vale para nosotros: un cristiano que se deja guiar y formar poco a poco por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se vuelve como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo”. Y recoge estas palabras de Juan Pablo II: “La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (enc. Redemptoris missio, n. 2).


Protagonistas de una experiencia que nos sobrepasa

En definitiva, la auténtica fe cristiana tiene esta dinámica personal, eclesial y universal, Y esto, señala Benedicto XVI, es contrario a la tendencia actual. “La tendencia, hoy generalizada, a relegar la fe al ámbito privado, contradice por tanto su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar los dones de Dios: su Palabra, los sacramentos, el sostenimiento de la gracia y el testimonio del amor”. “Así -apunta-, nuestro ´yo´ en el ´nosotros´ de la Iglesia, podrá percibirse, al mismo tiempo, como destinatario y protagonista de un acontecimiento que lo sobrepasa: la experiencia de la comunión con Dios, que establece la comunión entre las personas”.

Y así concluye el Papa mostrando, en la perspectiva del Concilio Vaticano II: “En un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para toda la humanidad (cf. GS, 1)”.

La fe cristiana, es, en efecto, el remedio para la fragilidad personal precisamente porque nos abre a Dios y a los demás.