domingo, 19 de agosto de 2012

EL EVANGELIO Y SU PENSAMIENTO


¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 19 Agosto 2012
Evangelio según San Juan 6,51-58.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". 
Los judíos discutían entre sí, diciendo: "¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?". 
Jesús les respondió: "Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. 
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. 
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. 
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. 
Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. 
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente". 



Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios. 

Vigésimo Domingo del tiempo ordinario

Continuamos meditando el capítulo 6 del Evangelio según san Juan. Recordemos que este había comenzado narrándonos la multiplicación de los cinco panes y los dos pescados. Luego Jesús pronuncia el discurso del Pan de Vida a los que habían comido pan hasta saciarse para que trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna. En el Evangelio según san Mateo encontramos similares palabras de Jesús cuando dice: “Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6, 33). Es decir, Jesús nos muestra una nueva escala de valores: primero es la Vida eterna, la salvación de todos los hombres; segundo, es la vida terrena. Ocupémonos de las cosas de Dios, que Dios se ocupa de nuestras cosas.
Llama la atención que el Evangelio según san Juan sea el único que narra el discurso del Pan de Vida y a la vez sea el único que no narra la institución de la Eucaristía. También es interesante ver que el mismo tiene lugar cuando “se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos” (Jn 6, 4). No se refiere a la Pascua en la que Jesús padeció, murió y resucitó, sino probablemente a la anterior. La referencia a la Pascua judía resalta la relevancia del discurso sobre el Pan de Vida, respecto a la importancia que le dan los judíos a los panes ácimos que se comen en esa fiesta y al recordatorio del maná, el pan que comieron los judíos en el desierto después de su pascua.
Este gran discurso eucarístico, comienza cuando le preguntan a Jesús: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (v. 28). Esta es la pregunta que todo aquel que se ha encontrado con Jesús se hace. Porque sabemos que las obras humanas siempre están impregnadas de egoísmos y mezquindades. Y al mirar las obras de Jesús, surge en el corazón humano el deseo de obrar como Él: desinteresadamente, generosamente.
Jesús nos da la clave para realizar las obras de Dios: creer en Él. Creer que Él es el Pan que da la Vida. Creer que su Carne es la verdadera comida y su Sangre es la verdadera bebida. Pero sabemos que creer es un acto que involucra a toda la persona. Creer no es sólo “saber” que Él es el Pan vivo bajado del Cielo, sino sobre todo, comer de ese Pan.
Recibir la Eucaristía es el mejor acto de fe que puede hacer un cristiano. Es el acto de fe que nos da la participación en la Vida divina, en la Vida eterna. Recibir la Eucaristía es vivir anticipadamente el Cielo, es gozar de la presencia amorosa de Dios en nuestro corazón.
Recibir el Pan de Vida, es recibir el alimento para no desfallecer en la práctica del bien. Es fortalecernos para seguir ayudando a nuestros hermanos, para seguir sirviendo a los más pequeños. Recibir a Jesús, es recibir su Amor para amar como Él. No podemos realizar las obras de Dios sin Dios. No podemos ser auténticos cristianos sin recibir a Cristo. Esta tiene que ser nuestra mayor preocupación y nuestra primera ocupación: recibir la Eucaristía. Ojalá lo hiciéramos todos los días, no sólo los domingos. Así todos los días llevaríamos el Amor de Dios a nuestros hogares, a nuestro trabajo, a nuestros amigos. Ojalá que al decir: “danos hoy nuestro pan de cada día”, pensáramos primero en el Pan de Vida, en la verdadera comida.
Si queremos ser auténticos cristianos comencemos por recibir a Jesús en la Eucaristía. No rechacemos la invitación a la Vida que nos hace Jesús. No dejemos a nuestro corazón hambriento y sediento de la verdadera comida y la verdadera bebida. Sólo Jesús puede saciar el corazón del hombre. Recibámoslo confiadamente. Aunque veamos nuestras flaquezas: inconstancia, enojos, desilusiones; sigamos confiando en Dios porque sabemos que Él es el que nos sostiene. Donde no hay motivación, Él es el que pone motivación; donde hay cansancio, Dios pone fuerzas. Es en la Eucaristía donde el cristiano encuentra el verdadero rostro de Dios y puede mostrar ese rostro a los hombres. En la Eucaristía el hombre se involucra con la Vida misma, con la Vida de Dios y con la Vida de todo hombre.

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