domingo, 10 de febrero de 2013

¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68

domingo 10 Febrero 2013

Quinto Domingo del tiempo ordinario
Santo(s) del día : Santa Escolástica

Evangelio según San Lucas 5,1-11.

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. 
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. 
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. 
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". 
Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". 
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. 
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. 
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". 
El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; 
y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres". 
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. 


Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

“PESCADOS: ¡A LA PECERA!”

“Revalorizar la llamada que el Señor nos hace a ser sus colaboradores; para que, con nuestro humilde servicio, ayudemos a que los hombres se salven”


Jesús predica al pueblo.
El evangelio de hoy es un hermoso relato de conversión y seguimiento. Todo comienza con una  predicación. Imaginemos: un gran predicador, que al mismo tiempo hace grandes milagros, rodeado de una gran cantidad de gente... Conclusión: amontonamientos, apretujamientos, incomodidad, sobre todo para el predicador que necesita apartarse un poco de esa “multitud” para que su objetivo, el de predicar la Palabra de Dios, se cumpla. Cada cual de los que estaría allí, debe de haber llevado su propia carga, su propia necesidad, su propia carencia. No es difícil de imaginarse que en medio del apretujamiento todos buscaran tocar o ser tocados por el milagroso rabino: Jesús de Nazaret. Pero el predicador sabe muy bien que si no enseña la fe se convierte en superstición, los ritos sagrados caen en el precipicio de la magia y las multitudes necesitadas se convierten en apretujamientos caóticos. Necesita un poco de distancia para que nadie lo toque y pueda seguir con su enseñanza que lleva a la verdadera fe y posibilita la sanación, no de algunos afortunados, sino de todos los que se crucen con Él. El v. 2 nos dice: Desde allí vio dos barcas junto a  la orilla del lago, y en el 3: Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartase un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Hasta aquí parece que todo se orienta a la multitud, y que el tal Simón, es sólo alguien que casualmente se encuentra allí. En el reino de Dios nunca, nunca, existen las casualidades. Dios no da puntada sin hilo.
Jesús, el súper pescador.
Navega mar adentro, y echen las redes”. Nos escribe Lucas en el v. 4, como palabras de Jesús. Ya la predicación había terminado, ya la multitud había desaparecido, la tranquilidad había vuelto, tal vez, sólo por ahora. Las órdenes del Señor a veces son insólitas, inclusive van en contra de la razón humana. Las palabras de Simón Pedro: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada”, así lo expresan. En nuestro corazón también tenemos acumuladas miles de razones para darle a Dios, cuando no entendemos por qué las cosas suceden de manera tan “irracional”. Nuestros por qué a mí, yo hago todo bien y todo me sale mal, Dios no se acuerda de mí, son un ejemplo de esa batería de respuestas disconformes ante una realidad que parece adversa. En eso somos iguales a Simón, aunque no tan iguales...
La gran diferencia de Simón con nosotros  no está en que él vea claramente la intención de Jesús. No, él no entiende nada. La diferencia está en las palabras que siguen: “Pero si tú lo dices, echaré las redes”. El hombre y la mujer de fe son como cualquier hombre y mujer común. Muchas veces no entienden lo que Dios quiere de ellos y para ellos. Su seguridad no está en entender, en comprender, los caminos del Señor. Su seguridad no es la sabiduría, es la fe. Esas palabritas tan sencillas y tan humildes, pero tan cargadas de sentido que dice Simón son las que valen para todos nosotros. Y lo más hermoso de todo es que cualquier persona, en cualquier momento, puede decir al igual que Simón, hace casi dos mil años: “Pero si tú lo dices”.
La verdad sea dicha, no creemos en Dios porque entendemos lo que Él hace, creemos en Dios y le creemos a Dios, porque Él lo dice. Qué hermoso para la persona de fe poder decir: No te entiendo, Señor, pero, si tú lo dices, haré la tarea. Qué fe potente la de aquel que con convicción repite las palabras de Simón aunque no entienda ni un ápice de lo que Dios intenta hacer con ello. Es que en los momentos en donde todo razonamiento termina, toda capacidad es impotente, lo “humanamente posible” ya se ha realizado..., la fe viene a llenar el espacio vacío que la razón, o cualquier virtud humana, ni siquiera puede, inflándose lo más posible, ocupar.
Jesús pescó un pescador.
La historia ya sabemos cómo termina. Entre temores y confesión pública de pecados, Jesús llama a Simón a hacer su tarea. En esto también Dios sorprende a nuestra inteligencia. Lo inaudito no es tan sólo que Jesús ya sabía que este hombre era muy débil y que lo iba a traicionar, sino que su propio nombre significa “Dios ha escuchado”. El nombre de este buen hombre es Simón, es la respuesta de Dios a su pueblo, es el acuse de recibo de Dios a las plegarias de los elegidos. Por eso Jesús vocaciona a Simón, Dios ha escuchado, como pescador de hombres.
Muchos se preguntan por qué Dios eligió pescadores. Convengamos que, como “material humano”, otros estaban más capacitados para predicar la Palabra (¿tal vez Nicodemo?). Algunos responden que el pescador no tiene senderos que seguir, caminos ya hechos, el mar no tiene rutas, no tiene señales, se puede andar libremente por él. El pescador es un hombre acostumbrado a los cambios, y puede fácilmente dejar sus convicciones de lado cuando el Señor lo toca. La docilidad y la apertura parecieran ser moneda corriente para él. Otros prefieren pensar que el mar, simbólicamente es el lugar donde están las potencias contrarias a Dios (recordemos la piara de cerdos que endemoniada se arroja al mar en Mc 5,13; o también cómo del mar surge ese gran monstruo de siete cabezas y diez cuernos en Ap 13, 1, que puede simbolizar cualquier potencia humana que se levante contra Dios), es el lugar de donde hay que rescatar a los peces-hombres que necesitan salvación. Simón es pescador de hombres elegido por Dios para esa misión en docilidad y apertura para rescatar a los hombres de todo aquello que se opone a Dios. Viéndolo así el nombre de Simón suena bastante dulce a nuestros oídos, en Jesús, en Simón y en todos los demás, Dios ha escuchado.

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