LA VIRGEN DE FÁTIMA.
En 1916, en un
pueblo de Portugal llamado Fátima, vivían tres pastorcitos: Lucía, que tenía 9
años, y sus primos Francisco y Jacinta, que tenían 10 y 7 años,
respectivamente.
Todos los días, los
pastorcitos llevaban sus ovejas al cerro y, mientras estas pastaban, ellos
corrían y jugaban. Al atardecer, cuando la campana de la aldea llamaba a la
oración, bajaban con los rebaños rezando el rosario.
Tres veces durante
el año 1916, se les apareció un ángel que les dijo: «No teman, soy el ángel de
la paz. Recen conmigo». Y haciéndolos arrodillar e inclinar la frente hasta el
suelo, les enseñó a decir esta oración: «Dios mío, yo creo en ti y te adoro;
espero en ti y te amo. Te ruego que perdones a los que no creen en ti, a los
que no esperan en ti, a los que no te aman ni te adoran». Estas apariciones del
ángel iban preparando sus corazones para lo que sucedería el año siguiente.
El 13 de mayo de
1917, se les apareció la Virgen vestida de blanco y con un manto bordado en
oro. Tenía las manos juntas, como para rezar, y de la mano derecha colgaba un
rosario de perlas brillantes.
Los pastorcitos
cayeron de rodillas al suelo.
Pero María con una
voz muy cariñosa les dijo: «Vengo del cielo y les pido que vuelvan a este lugar
el mismo día durante seis meses. Después les contaré quién soy y qué quiero». Y
desapareció de la vista de los niños como si se esfumara.
Los niños volvieron
a sus hogares muy asustados, y Lucía decidió que era mejor no contar nada a
nadie para evitar problemas. Pero al llegar a su casa, Jacinta fue corriendo a
decirle a su mamá: «¡Hemos visto a una hermosa señora en el monte! ¡Parecía una
reina!». Los padres de Francisco y Jacinta dudaron: «¿Qué habrá de cierto en lo
que cuentan estos niños?». Y fueron a ver a la mamá de Lucía y a conversar con
ella sobre lo que había ocurrido. La madre de Lucía se enojó mucho con ella,
porque no creyó nada de lo que contaba y la llevó a hablar con el cura párroco
para que le repitiera el cuento de lo que habían visto. El párroco tampoco
creyó a los pastorcitos y los reprendió diciendo: «¡Ah, estos niños! ¡No les
cuesta nada inventar estas historias! No quiero volver a escuchar nada de este
asunto...» . Lucía se fue llorando y se sintió muy triste: nadie le creía y
ellos solo contaban la verdad de lo que habían visto.
Al mes siguiente,
volvieron a encontrarse con la Señora. En el mismo lugar y con el mismo
resplandor, se les volvió a aparecer. Esta vez les dijo: «Hijitos míos, tendrán
que sufrir mucho, pero no tengan miedo, porque yo los ayudaré. Tienen que
aprender a leer y a escribir y a rezar siempre el santo rosario. Ofrezcan todos
los días sacrificios para que los pecadores se arrepientan». La gente que vivía
en ese lugar comenzaba a murmurar acerca de las cosas que pasaban todos los
meses en este campo en las afueras del pueblo. Nadie dudaba de que la señora
era la Virgen María.
En una de las
ocasiones en que la Señora debía aparecer, el gobernador de la provincia y el
alcalde secuestraron a los niños para que no pudieran acudir a la cita y los
llevaron al palacio. El gobernador les pidió que le contaran todas las cosas
que «esa señora» les había dicho y les prohibió que volvieran a verla. Pero los
niños no tuvieron miedo; sabían que la Virgen los acompañaba y se negaron a
obedecer las órdenes del gobernador.
Entonces los
encerraron en una prisión, pero tampoco lograron atemorizarlos ni convencerlos.
Estando en la cárcel, comenzaron a rezar el rosario de rodillas y todos los
presos los imitaron y se pusieron a rezar también. El gobernador se vio
obligado a dejar a los niños en libertad, y estos volvieron a sus hogares.
Los niños esperaban
ansiosos la próxima aparición de la Señora. Esta sería la última, y ella les
había prometido que, en esa ocasión, haría un milagro para que todos creyeran.
El día llegó. Muchísimas personas se reunieron en ese lugar. Venían de
distintos lados y traían a enfermos para que fueran curados. Lucía, Francisco y
Jacinta se arrodillaron y, cuando empezaron a rezar el rosario, la gente los
imitó. La Virgen se aparecía solo a la vista de los niños; nadie, excepto
ellos, podía verla. Únicamente ellos escuchaban sus palabras, el resto oía solo
un murmullo.
Y la Señora les
dijo: «Yo soy la Virgen del Rosario». Quiero que construyan aquí una capilla. y
que los hombres aprendan a no ofender más a Jesús, rezando el rosario y
consagrándose a mi corazón inmaculado». Y después se produjo el milagro que
había prometido: el sol, como un gran disco brillante, empezó a girar en el cielo.
De él se desprendían rayos de colores. Todas las personas se quedaron
asombradas, muchos enfermos se curaron y alababan a Dios, que había manifestado
su poder por medio de la Virgen María.
El deseo de la Virgen fue concretado: en ese lugar, se levanta un hermoso templo en su honor al que acuden muchísimas personas de todo el mundo en peregrinación para agradecerle a María por los dones recibidos y para consagrarse a su corazón inmaculado.
La Virgen de Fátima
nos enseña...:... a rezar el rosario;... a ofrecer sacrificios por la
conversión de los pecadores;... a consagrarnos a su corazón inmaculado. Jacinta
y Francisco murieron, siendo niños, por una enfermedad en los pulmones. El 13
de mayo del año 2000, el papa Juan Pablo II los beatificó, en honor a todos los
favores que ellos concedían a las personas desde el cielo. Lucía ya falleció.
Después de que murieron sus primos, se hizo monja contemplativa. Varias veces
habló con Juan Pablo II y estuvo presente en la misa de beatificación de Jacinta
y de Francisco.
NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TÍ. 👏👏
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