martes, 8 de septiembre de 2009

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 1, 1-16. 18-23

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón; Esrón, padre de Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám; Jorám, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Amón; Amón padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacím; Eliacím, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím; Aquím, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.»
Palabra del Señor.
Reflexión
Hoy 8 de Septiembre, celebramos con alegría la Natividad de la Virgen María, es decir, la fiesta del nacimiento de nuestra madre del Cielo.
En las Sagradas Escrituras no se habla directamente del nacimiento de María, ni tenemos detalles de la fecha o el lugar. Esta fiesta, que es antiquísima, nace del amor de los cristianos a su madre. En la Iglesia de Oriente marca el comienzo del año litúrgico.
Toda la Iglesia celebra con amor esta solemnidad, tal como los hijos festejan el cumpleaños de la madre, aunque no tengan una idea precisa de las circunstancias y de las condiciones de su nacimiento o de su infancia.
Cuando se festeja el cumpleaños de la madre no se hace hincapié en una circunstancia en particular, sino en su ser de madre, en la maravilla del hecho de que tenemos una madre, y que tenemos precisamente esta madre. La enorme alegría de todos los cristianos nace de pensar que tenemos como madre a esta madre, que es María.
Durante todo el año, pero especialmente en sus fiestas invocamos repetidamente a nuestra Madre del Cielo, pidiéndole con más frecuencia lo que necesitamos, agradeciéndole sus gracias, encomendándole a amigos y familiares que necesitan su intersección...
El hombre aspira en la tierra a lograr una felicidad no pasajera, una felicidad honda, serena, humana y a la vez sobrenatural. María logró esa felicidad durante su vida por que Dios la creó sin pecado original.
María, que nació en Palestina, que desde niña se entregó al Señor, que recibió el anuncio del Arcángel San Gabriel, que dió a luz a Nuestro Señor, que estuvo junto a El, al pie de la Cruz, está hoy, en cuerpo y alma junto al Padre, y nos ama y nos protege como una madre a sus hijos.
En María se hacen realidad todas las perfecciones. San Bernardo dice que fue tan grande María en santidad y belleza, que no convenía que Dios tuviese otra Madre, ni convenía tampoco que María tuviese otro Hijo que Dios. Y San Buenaventura escribió que Dios podría haber hecho un mundo mayor, pero no podía hacer una madre más perfecta que la Madre de Dios. Pero no debemos creer que por su grandeza y por su santidad, María se vuelve inaccesible y distante. Ella es la llena de gracia, pero también es Madre. Con su poder delante de Dios, nos alcanzará lo que le pedimos. Como Madre quiere dárnoslo. Y también como Madre entiende nuestras debilidades, y por eso nos alienta, nos excusa, y facilita nuestro camino hacia Jesús.
Si logramos tratar de verdad a María, crecerá en nosotros nuestro amor a su Hijo Jesús. No nos basta saber que María es nuestra Madre, debemos tratarla como a una Madre, contarle lo que nos pasa, honrarla, quererla.
Hagamos propósitos de confiarnos siempre a María, de acudir a ella en todas las circunstancias de nuestras vidas, sabiendo que ella es el camino más corto para llegar a Jesús.
La Madre Teresa de Calcuta contaba con frecuencia durante su vida que cuando la congregación de las Misioneras de la caridad acababa de ser fundada, necesitaban en forma urgente de un edificio para su casa matriz. Entonces ella, para conseguirlo, prometió rezar a la Virgen 85.000 veces el Acordaos, que es esta corta oración

Acordaos, oh pidaosísima Virgen María
que jamás se ha oído decir
que ninguno de cuantos han invocado tu protección,
implorando vuestro auxilio
o suplicando vuestra intervención,
haya sido abandonado de vos.
Animado por esta misma confianza, recurro a vos,
oh Virgen de las Vírgenes y Madre mía.
A vos acudo, ante vos me postro, triste y pecador.
Oh, Madre del Verbo Encarnado,
no desprecies mis peticiones,
sino que, por vuestra bondad,
dignaos escucharme y socorrerme.
Amen

Niña de Dios, por nuestro bien nacida;
tierna, pero, tan fuerte, que la frente,
en soberbia maldad endurecida,
quebrantásteis de la infernal serpiente;
brinco de Dios, de nuestra muerte vida,
pues vos fuisteis el medio conveniente
que redujo a pacífica concordia
de Dios y el hombre la mortal discordia.

Creced, hermosa planta, y dad el fruto
presto en sazón, por quien el alma espera
cambiar en ropa rozagante el luto
que la gran culpa la vistió primera.
De aquel inmenso y general tributo,
la paga conveniente y verdadera
en vos se ha de fraguar: creced, Señora,
que sois universal remediadora.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos.
Amén
HOY LA IGLESIA CELEBRA LA NATIVIDAD DE SANTÌSIMA VIRGEN MARIA

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