
Palabra del Señor.
Reflexión
¡Cuán difícil nos resulta vivir el Evangelio!
Jesús no se contenta con inculcar el amor al prójimo, como lo hacía el judaísmo; entendiendo por prójimo a otro judío ¨piadoso y honrado¨.
¡No!, el Señor nos inculca el amor al prójimo, pero a ese prójimo pecador, a ese prójimo que me odia, que me injuria, que me desprecia, que me roba.
Y nos pide, no sólo que los perdonemos, sino que además oremos por ellos, que los amemos.
Sólo así podremos ser verdaderos hijos de Dios.
Ese amor que nos pide Jesús nace del amor que Dios nos tiene a nosotros.
Si somos conscientes de que Dios nos ama y nos perdona, ahora y siempre, entonces nosotros tenemos que amar a los demás –incluso a nuestros enemigos-, ahora y siempre.
En este difícil camino que el Señor nos pide hoy, viene bien recordar una anécdota en la vida de San Francisco de Sales.
Se cuenta que cuando él era obispo de Ginebra, los calvinistas intentaron varias veces matarlo.
Francisco, por toda venganza –como indica Jesús en el Evangelio-, oró por sus enemigos. Y no tuvo más que palabras de bondad y perdón.
Al ver la nobleza de su proceder, más de sesenta mil personas se convirtieron al catolicismo.
Su heroísmo llegó al punto que al cruzarse en la calle con un abogado le dijo el obispo: Señor, sé que intenta perder mi reputación. No se excuse, porque tengo pruebas de eso, pero quiero que sepa que si me abofetea una mejilla, gustoso le pondré la otra, y aunque me arrancara un ojo, lo miraría con el otro con bondad y afecto entrañables.
Ese mismo hombre, atentó contra el Vicario de Francisco de Sales y le echó la culpa a nuestro santo.
Pero le salió el tiro por la culata y lo descubrieron y lo condenaron a muerte...
Pero..., el salvador llegó a tiempo.
San Francisco de Sales luchó incansablemente y ¡consiguió el indulto para su enemigo!
Vamos a pedirle hoy al Señor, poder hacer vida el Evangelio. Vemos que a pesar de que parece muy exigente, es posible vivirlo, como lo hizo San Francisco de Sales.
Señor,
haz de mí un instrumento de tu paz.
Allí donde hay odio ponga yo amor.
Allí donde hay discordia ponga yo unión.
Allí donde hay error ponga yo la verdad.
Allí donde haya duda que ponga yo la fe.
Allí donde haya desesperación,
que ponga yo esperanza.
Allí donde haya tinieblas,
que ponga yo la luz.
Allí donde haya tristeza,
que ponga yo alegría.
Haz, Señor, que no me empeñe tanto
en ser consolado, como en consolar;
en ser comprendido,
como en comprender;
en ser amado, como en amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado
y muriendo a uno mismo
se resucita a la vida eterna.
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