jueves, 10 de septiembre de 2009

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 6, 27-38

Jesús dijo a sus discípulos: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman. Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo. Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos. Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante. Porque la medida con que ustedes midan también se usará para ustedes.»
Palabra del Señor.
Reflexión
¡Cuán difícil nos resulta vivir el Evangelio!
Jesús no se contenta con inculcar el amor al prójimo, como lo hacía el judaísmo; entendiendo por prójimo a otro judío ¨piadoso y honrado¨.
¡No!, el Señor nos inculca el amor al prójimo, pero a ese prójimo pecador, a ese prójimo que me odia, que me injuria, que me desprecia, que me roba.
Y nos pide, no sólo que los perdonemos, sino que además oremos por ellos, que los amemos.
Sólo así podremos ser verdaderos hijos de Dios.
Ese amor que nos pide Jesús nace del amor que Dios nos tiene a nosotros.
Si somos conscientes de que Dios nos ama y nos perdona, ahora y siempre, entonces nosotros tenemos que amar a los demás –incluso a nuestros enemigos-, ahora y siempre.
En este difícil camino que el Señor nos pide hoy, viene bien recordar una anécdota en la vida de San Francisco de Sales.
Se cuenta que cuando él era obispo de Ginebra, los calvinistas intentaron varias veces matarlo.
Francisco, por toda venganza –como indica Jesús en el Evangelio-, oró por sus enemigos. Y no tuvo más que palabras de bondad y perdón.
Al ver la nobleza de su proceder, más de sesenta mil personas se convirtieron al catolicismo.
Su heroísmo llegó al punto que al cruzarse en la calle con un abogado le dijo el obispo: Señor, sé que intenta perder mi reputación. No se excuse, porque tengo pruebas de eso, pero quiero que sepa que si me abofetea una mejilla, gustoso le pondré la otra, y aunque me arrancara un ojo, lo miraría con el otro con bondad y afecto entrañables.
Ese mismo hombre, atentó contra el Vicario de Francisco de Sales y le echó la culpa a nuestro santo.
Pero le salió el tiro por la culata y lo descubrieron y lo condenaron a muerte...
Pero..., el salvador llegó a tiempo.
San Francisco de Sales luchó incansablemente y ¡consiguió el indulto para su enemigo!
Vamos a pedirle hoy al Señor, poder hacer vida el Evangelio. Vemos que a pesar de que parece muy exigente, es posible vivirlo, como lo hizo San Francisco de Sales.

Señor,
haz de mí un instrumento de tu paz.
Allí donde hay odio ponga yo amor.
Allí donde hay discordia ponga yo unión.
Allí donde hay error ponga yo la verdad.
Allí donde haya duda que ponga yo la fe.
Allí donde haya desesperación,
que ponga yo esperanza.
Allí donde haya tinieblas,
que ponga yo la luz.
Allí donde haya tristeza,
que ponga yo alegría.
Haz, Señor, que no me empeñe tanto
en ser consolado, como en consolar;
en ser comprendido,
como en comprender;
en ser amado, como en amar.
Porque dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado
y muriendo a uno mismo
se resucita a la vida eterna.

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